miércoles, 30 de noviembre de 2016

El laberinto

Muchas culturas del mundo han utilizado el símbolo del laberinto como una imagen de la vida, con sus pruebas y desafíos. El laberinto puede interpretarse como camino iniciático, viaje de exploración, descubrimiento del propio yo...

Retomando esta metáfora, podemos considerar que nuestra vida, en ocasiones, es un laberinto. Nos encontramos perdidos, confundidos y angustiados. No vemos la salida, no sabemos por dónde ir…

¿Cómo averiguar el camino para encontrar la salida?

Un laberinto se descifra desde arriba. Si logramos subir a uno de los muros del laberinto, ponernos de pie y mirarlo en perspectiva, veremos las rectas y giros de los pasadizos y sabremos por dónde salir. Nos llevará un tiempo, nos costará. Tendremos que fijar la vista y hacer un esfuerzo para seguir los posibles caminos… Pero lo veremos claro, al final.

Y al bajar, recordando bien lo que hemos visto, podremos salir adelante.

Subir y mirar desde lo alto es la oración. Cuando hacemos silencio y contemplamos nuestra vida, vemos la imagen en conjunto y todo cobra sentido. Esa perspectiva nos la da el silencio y también un don de Dios: la inteligencia.

Cada día necesitamos subir a nuestro muro, a nuestra atalaya interior, para contemplar el laberinto de nuestra vida y avanzar un poco más. Sin esto andaremos muy perdidos, daremos vueltas, volveremos atrás y nos invadirán la angustia y el miedo. Tendremos la sensación de que no avanzamos, nuestra vida no tiene sentido alguno y nada de lo que hacemos vale la pena.

Otra forma de salir del laberinto es marcar nuestro camino con tiza o deshaciendo un ovillo de lana, como el hilo de Ariadna… Es una forma que no nos librará de dar vueltas y retrocesos, no es tan eficaz como la vista aérea, pero al final también nos ayudará.

¿Cuáles son las tizas o los hilos de Ariadna en nuestra vida?

Yo diría que son los medios experimentales: la observación, la consciencia, la reflexión racional, e incluso la ayuda y el consejo de otras personas. También la prueba y el error, arriesgarse y aprender.

En cambio, mirar desde arriba es un medio más espiritual: nosotros ponemos nuestro cuerpo y alma, pero Dios nos da la visión completa a través de nuestra razón y nuestra imaginación. Este medio es mucho más eficaz.

Pero a veces tendremos que combinar los dos, porque la visión aérea, al bajar, se nos puede olvidar un poco. Rezar, ponerse en camino y dejarse aconsejar son tres buenas ayudas para avanzar en el laberinto de nuestra vida.

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