sábado, 27 de junio de 2009

Sed generosos

Distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucisto; siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces, se trata de igualar. 2 Co 8, 7-15.

Estas palabras del apóstol contienen una auténtica doctrina social. Hoy, que vivimos tiempos de crisis y vemos que la pobreza amenaza a muchas personas, es el momento de reflexionar sobre nuestra generosidad.

Sabemos que en el mundo hay suficientes bienes para todos. Los expertos dicen que, por primera vez en la historia, se producen alimentos como para saciar a toda la humanidad. El problema, siempre, es una cuestión de reparto. Y el reparto igualitario no puede basarse solamente en leyes.

La verdadera igualdad no es tratar a todo el mundo igual, sino dar a cada cual aquello que necesita, y algunos necesitan más ayuda que otros. La verdadera justicia no parte de la ley ni las imposiciones, sino de la generosidad del corazón humano. Por compasión, por amor, por espíritu de servicio, las personas podemos trabajar para combatir la pobreza. A los cristianos, en especial, debería dolernos profundamente saber que cerca de nosotros hay familias y personas que sufren. No podemos permitirlo. ¡Seamos coherentes!

sábado, 20 de junio de 2009

El amor de Cristo nos apremia

El amor de Cristo nos apremia... Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. 2 Co 5, 14-17.

Estas frases son casi un eco de aquellas otras palabras de San Pablo: ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí.

¿Cómo es posible configurarse de tal modo con otra persona? Sólo por amor. Pablo ha comprendido; ha sentido en su propia carne, el amor de Jesús, que muere por él, y por cada persona. Y ese amor lo transforma.

Si hay algo que puede cambiarnos a las personas, desde nuestra raíz, es el amor verdadero. No un amor humano, frágil y voluble, cargado de intereses y necesidad, sino el amor inmenso, gratuito e incondicional de Dios. El amor de Cristo. Por eso Pablo dice que “el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”. Los cristianos, que nos reunimos cada domingo y recibimos a Jesús en la eucaristía, no tenemos excusa. Si su amor no nos cambia, es porque hemos cerrado las puertas de nuestra alma y no dejamos que penetre en nosotros. Si la comunión no nos sacude y no nos empuja a entregarnos al mundo por amor, como el mismo Cristo, es porque estamos endurecidos, impermeables a su don. Quien se siente bañado por el amor de la cruz resucita. Pablo nos está hablando de su experiencia, y nos está llamando a vivirla como él.

sábado, 13 de junio de 2009

Una alianza nueva

…la sangre de Cristo, que en virtud del Espíritu Eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Hb 9, 11-15

En esta lectura, san Pablo nos ofrece una clara catequesis sobre la diferencia entre el Cristianismo y las religiones antiguas. Frente a una religiosidad pagana y mágica, que ofrecía holocaustos y ofrendas materiales para contentar a la Divinidad, el apóstol nos habla de Cristo, el hombre libre que se ofrece a sí mismo como sacrificio.

Con las palabras “nueva alianza”, Pablo nos está revelando una nueva forma de relacionarnos con Dios, muy distinta a la de los cultos antiguos. Siguiendo la tradición de los profetas, nos explica que Dios no pide sacrificios, sino misericordia. Los rituales y los holocaustos son “obras muertas”. En cambio, él nos habla de un “culto al Dios vivo”. En esta fe, la mayor ofrenda es la donación de uno mismo.

Continuando el paralelismo, Pablo explica cómo Jesús se convierte en el sacrificio definitivo. Su cuerpo y su sangre son las mejores ofrendas ante Dios. Los sacrificios antiguos tenían como finalidad purificar al oferente; pero Cristo no se purifica a sí mismo, sino que su entrega limpia y libera del mal a toda la humanidad.

Esto celebramos hoy: ya no necesitamos sufrir y afanarnos por ganar méritos ante Dios. Lo que nos purifica no son nuestros méritos, sino recibir su amor.

La entrega de Jesús va más allá de un ofrecimiento hasta la muerte. No es un simple martirio. Quien imita a Jesús y entrega su vida, no queda agotado; no muere, no es aniquilado, como los animales de los holocaustos. Dios no anula a las personas que se entregan, ¡todo lo contrario! Quien se da a sí mismo, como Jesús, resucita a una vida nueva. Una vida que, en palabras del apóstol, es “promesa de la herencia eterna”. Este es el mensaje que la fiesta del Corpus Christi puede transmitirnos a los cristianos de hoy: quien vive entregándose a sí mismo por amor ya ha comenzado a vivir el cielo en la tierra.