domingo, 18 de febrero de 2018

Los 3 dragones



En Cuaresma, todos somos príncipes y princesas, caballeros y damas que nos enfrentamos a… tres dragones.

Hay tres bestias que nos acechan. Son enormes y pavorosas, devastan el mundo y devastan nuestra alma.
Nos destruyen.

Pero hemos de aprender un secreto: los dragones que nos acosan se alimentan de nuestro miedo. Cuando más miedo tenemos, más crecen. En cambio, si nos enfrentamos a ellos con coraje, podemos vencerlos. No son invencibles.
 
Los tres dragones tienen nombres. El primero se llama Tengo.

TENGO es el que todo lo quiere. Tener, tener, tener… Se alimenta del miedo a la pobreza, a la escasez, al no tener lo suficiente. Es el dragón de la codicia, la avaricia y la tacañería. Acumular bienes, cosas, dinero. Tener mucho para llenar nuestro vacío y nuestro pánico a la carencia. Tengo es la fuente de muchas discordias, guerras y disputas de familia por tener más. Tengo es enorme e insaciable. Nunca tiene bastante. Siempre quiere más. 

Podemos protegernos de Tengo con el escudo de la fe. Cuando confío en Dios que me sostiene, que me da la vida, el aliento y todo cuanto poseo, sé que con él nunca me faltará nada. Dios me da todo lo que necesito, y más. 

Tengo puede ser vencido con una espada llamada Dar. Dar es generosidad. La espada del dar vence la obsesión por el tener, la posesividad, el miedo a la carencia. Dando, lo recibimos todo. 

El segundo dragón es HAGO.

Hago es orgulloso y cree en sí mismo. Todo lo hace él, se sobra y se basta, es autosuficiente y cree que puede llegar a todo y abarcarlo todo. Hago es el impulso activista: hacer, hacer, hacer… Hay que trabajar, moverse, estar en mil cosas. Hacer nos llena el vacío interior y nos hace ser alguien. Somos lo que hacemos, nuestras proezas nos dan valor. No podemos parar. Hago es heroico e incansable. Adora sus propias obras. Siempre aspira a más.

El escudo para protegernos de Hago es la esperanza. Esperar en los demás, esperar en Dios. Yo no puedo hacerlo todo ni estar en todo. Los demás también hacen su parte… ¡tan importante o más que la mía! Dejar hacer, incluso dejarse ayudar, contrarresta el afán de llegar a todo, la ansiedad, el estrés, la adicción al trabajo. Confiemos en los demás.

La espada que vence a Hago se llama Serenidad. Serenidad para aceptar la realidad como es y para trabajar con paz y con calma, sin querer ser omnipotentes. Serenidad para no dejarse arrastrar por la prisa y la angustia.

El tercer dragón se llama EGO.

Ego es vanidoso. Quiere ―y cree― ser el mejor, el más hermoso, el más inteligente, el más bueno, el más solidario, el más servicial, el más… Ego actúa para hacerse notar, y para que todos le alaben. Aunque sus obras sean humanitarias y excelentes, no lo hace por los demás, sino por sí mismo. Tiene que realizarse, halagarse, subir a su escenario y ser aplaudido por todos. Se ama a sí mismo. Se rinde culto a sí mismo. 

Ego es una estrella vacua que necesita satélites a su alrededor. 

Podemos protegernos de Ego con el escudo del amor. ¿Qué es amor? Amar tanto, a la otra persona, que me olvido de mí mismo. Y amando, recibo amor. El amor es el antídoto del egoísmo. Egoísmo es amor distorsionado, enfocado hacia mí y estancado en mí. El amor sano fluye, irradia hacia afuera. Lo recibo y lo doy. Y nos da vida.

La espada para vencer a Ego se llama Humildad. Quien es humilde se reconoce como es, ni mejor ni peor que los demás. No quiere ser más, ni el primero, ni el jefe, ni el más importante. Es feliz siendo último para poder servir y amar. Se acepta como es y acepta a los demás como son, y los ama ―y se ama― así, tal cual.  

Cuando nos enfrentamos a los tres dragones con decisión, sin miedo, protegidos con los escudos de la fe, la esperanza y el amor, y armados con las espadas Dar, Serenidad y Humildad, ocurre algo inesperado.

Los tres monstruos estallan… y se convierten en lagartijas. Pequeñas, ridículas, inofensivas.

Ya no pueden hacernos daño. 

En Cuaresma todos somos caballeros y damas, y nos enfrentamos a tres dragones.

Son las tres tentaciones que sufrió Jesús, y que sufre la Iglesia, y que nos atacan a todos los que queremos vivir de una manera nueva.

En oración, en el desierto, a solas con nosotros mismos, vienen los dragones.
El afán de tener, el orgullo de hacer, la vanidad del ego…
El miedo a la pobreza, el miedo a no ser nadie, el culto a mí mismo.
La tentación de la economía, la tentación de la magia, la tentación del poder. 
Humanitarismo, autoestima y “secretos” New Age, política social. ¡Tres tentaciones muy actuales y persistentes! Aparentan bondad, pero en ellas hay engaño. Sin Dios, no son más que trampas. Disfrazan nuestros miedos y nuestro afán por ser alguien importante.

Los antídotos: fe, esperanza y amor. Generosidad, paz y humildad. Confiar en Dios, confiar en los demás, amar a todos.

En el desierto nos atacan los dragones, pero también vienen ángeles a servirnos. Son los enviados de Dios que nos ayudan en la batalla. Ellos nos tienden el escudo y la espada. Ellos nos animan. 

Con su ayuda podemos vencer. Dios quiere nuestra victoria.