domingo, 11 de noviembre de 2007

Curar los sentimientos negativos

En este texto basé la presentación de mi libro Cómo curar los sentimientos negativos, el pasado día 30 de octubre en la librería Excellence, de Barcelona.

Los sentimientos

¿Qué son los sentimientos? Todos sabemos qué son, pues los sentimos, íntimamente ligados a nuestra existencia. Quizás en palabras nos es más difícil definirlos. Pero sabemos reconocerlos. Los sentimientos son potentes fuerzas que nos impulsan y nos motivan. Tienen mucho que ver con la intuición, la sensibilidad y el instinto, en contraste con la razón. Los sentimientos dan color y pasión a nuestra vida. Una existencia apática, sin pasión, sin sentimientos, sin duda sería árida y muy vacía.

Si comparamos nuestra vida con un vehículo, podríamos decir que el cuerpo es la carrocería, la mente es la dirección y los sentimientos son el motor. Sin motor, el coche no avanza. Pero un motor sin dirección es una fuerza incontrolada. Un motor bien alimentado, potente, con una buena dirección, nos llevará allá donde queramos.

A menudo identificamos sentimientos con emociones. Son conceptos muy similares que, en nuestro hablar cotidiano, se funden. Sin embargo hay una diferencia. Las emociones, podríamos decir, son reacciones a estímulos. Algo que sucede nos puede suscitar alegría, dolor, tristeza, risa… Eso son emociones. Saltan como chispazos ante situaciones exteriores o también ante ideas y pensamientos.

En cambio, los sentimientos, no surgen de afuera adentro, sino al revés: son algo que sale de dentro, que cultivamos y vamos incubando. Los sentimientos se pueden alimentar, se pueden matar… y se pueden modificar.

Dicen los antropólogos que los sentimientos son mecanismos de supervivencia. Sentir afecto, por ejemplo, contribuye a crear lazos y relaciones duraderas. De alguna manera, cohesiona al grupo humano. El cariño despierta actitudes de cuidado, de mimo, de atención. Otros sentimientos, como la tristeza o la añoranza, acompañan un periodo necesario de pérdida y duelo. Otros, como la culpa, despiertan una conciencia ética sobre nuestros límites. El miedo es sumamente útil para alertar nuestro instinto de supervivencia en situaciones peligrosas. La alegría añade valor a las experiencias en grupo y estimula la creatividad y la cooperación. Y así, podríamos ver que múltiples sentimientos tienen sus “utilidades”, efectivamente.

Pero la psique humana es tremendamente rica y versátil. No todos los sentimientos son útiles o necesarios. O pueden serlos, sólo hasta cierto punto. Y ahora es cuando pasamos a hablar de “sentimientos negativos”.

¿Qué entiendo por “negativo”?

Por negativo entiendo aquello que niega, aniquila, destruye. Negativo, por tanto, será equivalente a destructivo. Así como hay sentimientos que nos ayudan a vivir mejor, otros tienen el efecto contrario. No sólo no ayudan, sino que nos perjudican, dañan nuestras relaciones con los demás, nos aíslan y pueden incluso enfermarnos.

En el peor de los casos, los sentimientos negativos pueden llegar a causar mucho daño a las personas que nos rodean, a nuestro entorno. El ejemplo más extremo sería el de los criminales que actúan movidos por pasiones extremadamente agudas o perversas. Pero hay otros muchos ejemplos, más leves y más cotidianos, que todos podemos encontrarnos en la vida diaria. ¿Quién no ha abrigado alguna vez sentimientos de culpa o autocompasión exagerados? ¿Cuántas cosas nos impide hacer el miedo patológico? ¿Cuántos problemas laborales o familiares vienen derivados por las envidias?

Los sentimientos, en sí, no son “buenos" ni "malos”, no podemos juzgarlos así. Son potencias que tenemos las personas, tremendamente efectivas. Bien canalizados, los sentimientos son como el agua de una catarata: producen una energía inmensa que se puede convertir en un torrente de beneficios.

A veces, un sentimiento negativo es un sentimiento que se ha exagerado, se ha llevado a un extremo o se ha retorcido. Es un sentimiento “enfermo”.

Y este sentimiento enfermo se puede curar. En mi libro hablo de siete: envidia, autocompasión, ira, menosprecio de sí mismo, tristeza, culpa y miedo. Y añado un capítulo más, dedicado a las mujeres, donde trato sobre esa tendencia al excesivo afán de control e hiperresponsabilidad que solemos tener las mujeres y que, muchas veces, más que ayudar, resulta un obstáculo en el crecimiento de los demás.

Curar

Curar, por definición, es sanar lo que está enfermo. Es fortalecer, enderezar, cuidar. Consiste en tratar aquello que está débil, poco firme, herido, maltrecho para reforzarlo y devolverle su salud óptima.

Un sentimiento negativo puede curarse convirtiéndose en otro positivo que nos ayude a vivir mejor, con más calidad de vida física, anímica y espiritual.

En el libro he abordado la curación como un proceso de sanación, con tres fases principales: diagnóstico, conocimiento a fondo y tratamiento.

Todos sabemos que para que se dé una curación física son necesarias, al menos, tres cosas: reposo, para que el cuerpo encuentre las fuerzas y defensas de sí mismo; un tratamiento adecuado que fortalezca el organismo, si es necesario; y finalmente, lo más importante quizás, voluntad de sanar.

La voluntad de sanar es básica en toda curación. Va más allá de todo tratamiento y de toda lógica. Una persona que lucha por salir adelante tendrá muchas más posibilidades de superar la enfermedad, pese a sus limitaciones. Su motivación y su empuje serán clave.

En la curación de los sentimientos la voluntad es especialmente importante, puesto que los sentimientos, como hemos dicho, pueden ser dirigidos por la mente. En nuestro símil del automóvil –carrocería, volante, motor- no he mencionado aún un elemento imprescindible: el conductor.

El conductor es nuestra dimensión más elevada, podríamos decir que es la espiritual. Es la dimensión que nos lleva más allá de nosotros mismos, a trascender de nuestra realidad y a ser creativos con nuestra existencia. En este nivel encontramos dos alas impresionantes que nos ayudan a superar cualquier enfermedad, obstáculo o dificultad: la voluntad y la libertad.

Creo firmemente que las personas nacemos con la capacidad de ser libres y de ejercer nuestra voluntad. Muchos afirman que nuestro destino está escrito, ya sea por la genética, el entorno social o los astros… La experiencia real, la historia, nos muestran que esto no tiene por qué ser así. Nuestra vida no está predeterminada por nada ni por nadie. Todos tenemos las capacidades suficientes para, un buen día, levantarnos y decidir cómo queremos vivir y hacia dónde queremos ir. Todos podemos marcarnos metas en la vida y girar el rumbo de nuestro pasado. Achacar nuestros males presentes a lo que hicieron nuestros padres, a nuestra infancia o a la educación que recibimos es una forma de abdicar de nuestra responsabilidad y de nuestro poder personal. Siempre podemos plantarnos y decir: voy a cambiar. Comienzo de nuevo. Por supuesto, para dar este paso se necesita un proceso interior y tiempo. Es un camino que cada persona ha de recorrer y para el que necesitará ayuda. Algunas personas no encuentran esa ayuda, otras la rechazan o no la buscan. Pero la posibilidad de superarnos existe. Y tenemos muchísimos ejemplos, de personas vivas, conocidas incluso, que lo demuestran.

Para sanar, recordemos, hay que recorrer un camino de tres fases: el diagnóstico, el conocimiento y la curación en sí.

El diagnóstico es el primero y, a veces, el más difícil, como en el caso de la envidia. Se trata de reconocer que estamos enfermos, que tenemos un sentimiento enfermo y necesitamos sanar. La consciencia es clave para iniciar el proceso de curación.

Conocer a fondo significa lo que llamo aprender las tretas del “enemigo”. Dónde, cómo, cuándo y por qué actúa, de qué forma se manifiesta, cuáles son sus estrategias… Conocer implica también autoconocimiento, es un paso más allá de la consciencia. No sólo soy consciente de, sino que me adentro para profundizar en mi realidad. Es un proceso que puede ser largo y durar años, ¡tenemos toda la vida! Lo importante es no detenerse y avanzar con calma. Y, de nuevo, a veces nos produce miedo o reparo este autoconocimiento profundo. No sabemos qué vamos a encontrar. Baste saber que las personas no somos tan diferentes unas de otras. No nos juzguemos como jueces implacables. Somos humanos, ni peores ni mejores que los demás.

Finalmente, el tratamiento llegará cuando ya tenemos un buen diagnóstico y un conocimiento de la situación. Analizado el sentimiento a fondo, podemos emprender una campaña para superarlo.

En el proceso de curación es cuando deberemos tomar una actitud más activa. Se trata de pasar del pensamiento y la reflexión a la acción. Y también cuesta un poco, porque es muy fácil pensar y ser consciente, ¡la mente trabaja muy aprisa! Pero ponerse manos a la obra requiere de voluntad y disciplina. Pide perseverancia y tiempo. Una vez más, la libertad y un buen puñado de pensamientos y sentimientos positivos nos pueden ayudar en esta fase.

Cómo –el cómo es importante

Finalmente, no me olvido de la primera palabra de este título. ¿Cómo curar? El “cómo” es más importante de lo que parece. Pues, aunque tengamos muy clara nuestra meta, a dónde queremos llegar, y aunque pensemos que “todos los caminos llevan a Roma”, en la práctica esto no es siempre así. Hay caminos más largos, otros más directos, otros que dan vueltas… y otros que nunca llegan.

En el cómo están incluidos todos esos pasos que he ido describiendo para alcanzar la curación. Pero no sólo los pasos. Falta algo muy importante: la actitud.

En una excursión o una carrera, el deportista deberá entrenarse físicamente y tener su equipo a punto. Pero algo tan importante o más que todo eso es su actitud. La actitud mental adecuada es la que nos llevará a la victoria.

Para recorrer este camino de sanación de los sentimientos, creo que son indispensables tres actitudes: la aceptación, la paciencia y el amor.

Aceptar cómo somos, aceptar nuestros sentimientos, incluso los negativos, es un primer paso fundamental para caminar hacia la curación. Abrazar nuestra realidad, con afecto, con profunda comprensión, allanará increíblemente nuestro camino.

La aceptación comporta una buena dosis de paciencia. Tengamos paciencia, aprendamos a ser pacientes con nosotros mismos. Si lo conseguimos, nos costaré mucho menos ser pacientes y comprensivos con los demás.

Un dicho reza: los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo…

Y el amor, ¡cómo no! es la fuerza que todo lo resiste, todo lo vence y todo lo embellece. El amor es la gran medicina, no sólo de los sentimientos, también del cuerpo. Cuántas enfermedades físicas tienen su origen en heridas emocionales. Cuántas dolencias no son otra cosa que hambre, hambre de afecto, de cuidado, de amor. El hambre de amor mata tanto como el hambre físico…

El amor no es un sentimiento. Comporta, eso sí, muchas emociones bellas y gratificantes, muchos sentimientos positivos… Pero es mucho más que eso. ¡Podríamos llenar libros hablando del amor! Como dice el refrán, “obras son amores, y no buenas razones”. El amor es acción. El amor se traduce en actos, gestos, palabras, actitudes… A veces el amor vendrá en forma de una carta, un abrazo, una palabra de ánimo. Otras, será simplemente una presencia: estar ahí. El amor, y esto no es un secreto para nadie, es esa fuerza que nos hace vivir, crecer y entregar lo mejor de nosotros. El amor completo es generoso y recíproco. El amor no entiende de barreras ni de condiciones. Tampoco entiende de sentimientos negativos. El amor los supera.

Todos podemos llenar nuestra vida de amor. Aunque nos parezca que no tenemos, que nadie nos lo da… Hay una fórmula que nunca falla: da amor, y tendrás amor a manos llenas.