A partir de mis apuntes del curso sobre ciencia y fe, comparto esta presentación resumen sobre el significado de los mitos de la creación, tal como se relatan en los primeros capítulos del Génesis.
lunes, 25 de agosto de 2014
martes, 1 de julio de 2014
Ciencia y fe
Acabo de terminar un curso sobre Ciencia y Fe, sobre el diálogo
entre las ciencias y la teología y su relevancia en el mundo actual. Han sido
doce temas apasionantes impartidos on line, con una metodología muy pedagógica,
profesores excelentes, una presentación impecable y valiosos documentos de refuerzo y ampliación de
los contenidos tratados. A lo largo de este curso he podido ahondar tanto en el
campo de las ciencias como en el de la teología, he repasado viejas nociones de
filosofía, he actualizado conocimientos… Es un curso que se volverá a impartir
y que tiene una continuación. Lo imparte la Facultad de Teología de Catalunya
con el patrocinio de la Fundación John Templeton. ¡Lo recomiendo! Tanto para
personas creyentes como no creyentes, es una magnífica oportunidad para
formarse y ver que el diálogo entre disciplinas aparentemente tan opuestas como
la teología y las ciencias es posible y enriquecedor.
Aquí podéis ver más información: http://www.scienceandfaithbcn.com/
¿Qué podría decir del curso? ¡Tantas cosas! Si tuviera que resumir
algunas de las conclusiones que he extraídos, serían las siete siguientes.
El diálogo ciencia y fe, fructífero
El diálogo ciencia y
fe no solo es deseable, sino posible. Y más que posible, es fructífero y
positivo para ambas. Las dos se enriquecen mutuamente y a la vez se encauzan en
sus límites.
¿Qué aporta la fe a la ciencia? De entrada, la teología no invade
el campo científico ―no debería hacerlo jamás, aunque lo haya hecho en el
pasado―. La teología da una visión trascendente de la realidad y respuestas a los
interrogantes ante los que la ciencia no puede decir nada. Da un referente ético
y humano, no todo vale. Y da un estímulo para investigar, para alimentar la pasión
y esas tres actitudes que Einstein decía que debía tener todo buen científico:
asombro, curiosidad y humildad. La fe puede ayudar a que la ciencia se ciña a
su ámbito y sea humilde y abierta a la novedad, a lo inesperado y al misterio
que no puede abarcar.
La ciencia, a su vez, ¿cómo ayuda a la fe? Pues también la
ayuda, como han mostrado los teólogos de las últimas generaciones. La ciencia,
enseñando cómo es y cómo evoluciona el mundo, también nos descubre algo de cómo
es Dios. Porque a Dios no podemos conocerlo directamente sino a través de su
obra, la creación. La evolución del universo nos puede iluminar a la hora de
conocer cómo es el dinamismo de Dios. Y la ciencia también hace humilde a la teología,
mostrándole que el mundo físico tiene una autonomía y unas leyes naturales que
el discurso de la fe debe aceptar. Por otra parte, las ciencias proporcionan métodos
y un rigor intelectual que también beneficia a la teología, en cuanto a ciencia que es, aunque su objeto de estudio
sea muy distinto del de las ciencias naturales y las humanidades.
El diálogo ciencia y teología hermana la fe y la razón, las dos alas del espíritu humano, en palabras de
Juan Pablo II.
El doble libro de la realidad
La realidad, es decir, todo cuanto existe, el universo de lo
creado, se puede leer a través de dos libros, como explicó muy bien Galileo en uno
de sus escritos.
Para conocer la realidad física podemos leer a través del
libro de la naturaleza, o creación.
Es decir, a través de la ciencia en sus diversas ramas. Pero existe una dimensión
no visible, que no puede ser conocida a través de los sentidos: es la dimensión
espiritual, trascendente o sobrenatural. Esta parte de la realidad se conoce a
través de la revelación. Y por
revelación se entiende la experiencia religiosa de los pueblos, recogida en las
escrituras sagradas y en las tradiciones espirituales de cada cultura.
Creación y revelación son dos libros donde leer y aprender sobre
quién somos los seres humanos, qué es el mundo y quién es, en última instancia,
Dios o el Creador de todo cuanto existe.
El libro de la creación se lee a través de las ciencias, que
se valen de la razón y la experimentación. El libro de la revelación se lee a
través de la religión y la teología, que también se valen de la razón, pero especialmente
de la experiencia vital interior, de la intuición y de algunas experiencias místicas.
Hay que evitar la confusión: lo que no
es racional no tiene por qué ser irrazonable. La razón y la comprobación empírica
no son las únicas formas de conocer la realidad.
Por otra parte, cada campo de saber da respuesta a
diferentes interrogantes:
- La ciencia responde al qué son las cosas, y cómo son y actúan.
- La filosofía responde al por qué son las cosas valiéndose de la razón.
- La teología responde al para qué son las cosas, o el sentido que tiene su existencia.
Origen no es lo mismo que inicio
Hay una vieja polémica en torno al inicio del universo.
Aunque la mayoría de científicos aprueban la hipótesis del Big Bang, apoyada
por la teoría y los datos experimentales, todavía hay quienes sostienen que el
universo es eterno y ha existido desde siempre. El inicio en un gran estallido
les recuerda demasiado la noción de creación.
Lo que sí podemos saber es que nuestro universo ha tenido un
inicio, está en continua expansión y previsiblemente tendrá un final, aunque no
sabemos cuál será.
El Big Bang no debe confundirse con el origen. Una cosa es
el momento inicial, el estallido. Y otra el origen o causa. Son dos términos
distintos. Inicio implica tiempo,
espacio y materia. Origen es un
concepto filosófico que significa causa. Podemos decir que el Big Bang es el
inicio del universo, pero no su origen. ¿Qué causa el universo? Desde la
ciencia no puede saberse. Pero, dado que nada surge de la nada porque sí, desde
la filosofía se puede hablar de un Motor o Causa Primera, como decía Aristóteles.
Desde la fe hablamos de un Dios creador.
Los científicos ateos quieren afirmar un universo eterno
para eliminar la presencia o necesidad de un creador. Así lo dice StephenHawking en sus obras. No es necesario un Dios porque todo existe desde siempre.
Pero Santo Tomás de Aquino, en el s. XIII y con mucha agudeza respondía a las
objeciones con un argumento que no ha perdido actualidad. Aunque el universo
fuera eterno ―en su época se creía así― igualmente necesitaría de una causa primera
para existir, puesto que es contingente y no se ha creado a sí mismo, y esta
causa es Dios.
Por ejemplo: en una obra musical, podríamos decir que el Big
Bang o inicio es su nota primera. La pieza se despliega en un río de notas, armónicos
y melodías, siguiendo unos ritmos y una pauta que marca la partitura. Los músicos
y los instrumentos la producen, materialmente. Pero, ¿dónde está el origen de
la música? No está en la partitura, ni en los instrumentos ni siquiera en los
intérpretes o en el director de orquesta, sino en la mente del compositor. El
origen es el que compone la música, su imaginación, su voluntad y su capacidad.
Análogamente, podríamos decir que el Big Bang es el inicio del universo físico.
Antes, ¿qué había? No lo sabemos. Podemos decir que su causa está en la mente y
en la voluntad de Dios. El Hágase la luz del
Génesis…
El principio antrópico
Este principio es uno de los conceptos más asombrosos y
bellos en los que he profundizado durante el curso.
Dentro de su evolución, el universo ha dado lugar a los
elementos químicos, que han formado estrellas, galaxias y otros cuerpos físicos.
El universo está compuesto en un 4 % de materia y energía, que nos son
conocidas, y en un 96 % de la llamada materia oscura, de la que apenas sabemos nada.
Es como si fuera un puñado de polvo estelar esparcido en un negro espacio. Solo
conocemos qué es y cómo evoluciona el polvo, pero de la oscuridad nada sabemos.
La materia y la energía, que Einstein ya nos mostró que son
dos caras de una misma realidad, están sujetas a cuatro fuerzas o interacciones universales: la gravedad, la fuerza electromagnética,
la fuerza nuclear fuerte y la nuclear débil. De estas cuatro fuerzas se derivan
las constantes que hacen que el universo sea así. Si las leyes físicas fueran
diferentes, el universo sería totalmente distinto y la vida no sería posible.
Esto es el principio antrópico: el
universo es como es, y porque es así ha podido aparecer la vida. Cualquier levísimo
cambio en las leyes físicas haría imposible la aparición de seres vivos. Este
principio es una afirmación de los científicos, avalada por los datos que nos
proporciona la investigación.
¿Qué consecuencias se pueden extraer de este principio?
Desde un punto de vista natural, nos hace caer en la cuenta de que el universo
es un sistema maravillosamente calibrado, y que la vida es un fenómeno prodigioso
y rarísimo, posible solo gracias a ese fino ajuste de las leyes físicas. Esto
despierta la admiración y el vértigo. ¡La vida es algo casi imposible, pero es!
Desde un punto de vista metafísico, podemos extraer muchas más
conclusiones. Pero ya no hablamos de ciencia, sino de fe. Podemos concluir que
el universo está diseñado para que, en un momento dado, surja la vida. Pero
ojo, no caigamos en el determinismo. La vida es posible porque el universo es
así, pero igualmente podría no haberse dado. La vida es contingente y el
universo no estaba obligado, por así
decir, a dar lugar a la vida. Esto es lo que sostienen los pensadores del
movimiento del Diseño Inteligente. La teología católica rechaza esta hipótesis.
La evolución y la consciencia
Si ya es rarísimo que se den las condiciones para que surja
la vida en un planetita azul, aún es más extraordinario que, en la evolución de
la vida, aparezca la consciencia. Podríamos decir que en la evolución del
universo hay dos saltos cuánticos que
no pueden ser explicados con los simples datos de la ciencia: el primero es la
aparición de la vida, el segundo el resurgir de la conciencia.
La ciencia nos puede explicar muy bien cómo se producen los
mecanismos de la evolución, pero no por qué. No puede explicar por qué se dan
las mutaciones necesarias para que surjan unas especies y no otras. Tampoco
puede explicar por qué esas mutaciones se dan cuando se dan y de manera tan rápida
y numerosa, cuando lo lógico, si se siguieran las leyes naturales, sería que se
dieran de forma muchísimo más gradual y en un espacio de tiempo más prolongado.
Igual que la vida, la consciencia
aparece de forma contingente. No es necesaria para que el universo exista ni
para que la evolución siga su curso.
Desde la ciencia nada se puede decir, más que constatar los
hechos. Desde la teología se puede decir, y mucho. Que la vida y la conciencia
no sean necesarias, ni obligatorias, pero que existan, nos remite a un ser
mayor y trascendente. Si algo es, pero no era necesario que fuera, es porque alguien quiso que existiera. Y ese
alguien tuvo que tener una intención…
A partir de aquí, la ciencia calla y la revelación entra en
escena. Los autores de la Biblia nos hablan de un Dios creador, que crea por
amor y llama a toda la creación a su amor. Nos habla de unas criaturas autónomas
y de un ser humano hecho a semejanza de Dios, es decir, libre y responsable.
Con su voluntad, el hombre está llamado a completar la creación. Pero, porque
es libre, también puede decir no y seguir sus propios planes. Dios respeta esta
libertad.
Autonomía y dependencia radical
Dos conceptos importantes del curso son estos: la creación ―y
los seres humanos dentro de ella― tiene una total autonomía. Es decir, que Dios
no interviene a cada momento “dirigiendo” el barco del universo y guiándolo
hacia una dirección. No lo hace directamente, el cosmos funciona siguiendo sus
leyes, como lo demuestran los científicos. También el ser humano es libre, Dios
no condiciona ni un ápice su actividad. Lo que hacemos es responsabilidad nuestra.
Es decir, que hay que descartar la idea de un Dios relojero o Dios
intervencionista y controlador.
Pero, al mismo tiempo, todo cuanto existe tiene una
dependencia radical de Dios. ¿Qué significa esto? Radical viene de raíz, de
origen, de causa. Todo lo que es, existe porque Dios le ha dado la existencia.
Dios no es el inicio físico de una persona, pero sí su origen, pues el universo
entero, su materia y su energía, la cadena biológica de los seres vivos, todo
ha llegado a existir por un acto de voluntad divina. La dependencia no es física,
sino óntica. Todo el universo y todas las criaturas pendemos de Dios, que nos
sostiene en la existencia. En Dios
vivimos, nos movemos y existimos. Somos libres y la
naturaleza es autónoma, pero estamos arraigados en el ser de Dios. Porque solo
un ser absoluto, todopoderoso y libre puede dar la existencia a otros seres a partir
de la nada.
Consecuencias: ¿para qué estamos aquí?
¿Consecuencias? Por nuestra autonomía, somos libres y
tenemos la responsabilidad de decidir qué hacer en cada momento. Los resultados
dependen de nuestros actos. Al mismo tiempo, no podemos endiosarnos. ¡Humildad!
Porque no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, todo cuanto somos y tenemos
lo hemos recibido. Todo, en última instancia, procede de Dios.
Una de las grandes preguntas del ser humano es ¿qué sentido
tiene la vida? ¿Para qué existimos? ¿Qué hemos venido a hacer en este mundo?
Conocer la voluntad de Dios hacia nosotros nos puede
orientar. Y ¿cuál es su voluntad? La ciencia
nos habla de un mundo que evoluciona y se hace cada vez más complejo. Tenemos
una noción de crecimiento. La revelación nos habla de una perfección progresiva,
de un origen y de una meta final. La voluntad de Dios es que alcancemos la plenitud.
Y la plenitud es llegar a compartir su naturaleza divina. ¿Cómo lo sabemos? Por
Jesucristo. Él es Dios hecho humano, y con su vida nos mostró el camino hacia
esta plenitud, hacia esta divinización.
Con su resurrección, Jesús nos da un atisbo de lo que nos
espera si acogemos la voluntad de Dios: una vida nueva, resucitada, donde la
materia queda glorificada y ya no sujeta a la muerte ni a la corrupción. Una
vida al modo de Dios, en unión con el amor que nos engendró y nos atrae hacia sí.
Vivir con esta certeza nos ayuda a encarar el día a día con una actitud optimista, esperanzada y alegre. Nos anima a conocer y a amar, el mundo y las personas que nos rodean. Y nos empuja a ser creativos para mejorar esta creación de la que formamos parte y a la que estamos llamados a cuidar.
jueves, 8 de mayo de 2014
La resurrección y la física cuántica
¿Qué ocurre en la resurrección? ¿Qué significa resucitar en cuerpo y alma? ¿Qué es el cuerpo? ¿Qué es la materia? ¿Y la vida eterna? No, no se trata de buscar explicaciones científicas para este misterio central de la fe. Per quizás sí de ver cómo las verdades científicas no tienen por qué contradecir las verdades de la fe, al contrario.
Os invito a escuchar la excelente conferencia del P. Manuel Carreira, jesuita y doctor en física. Pura teología, pura ciencia, sin mezcla ni confusión. El final es maravilloso y esperanzador.
La podéis escuchar clicando aquí.
Y podéis descargar la transcripción en pdf aquí.
sábado, 19 de abril de 2014
Al Cristo blanco como el cielo al alba...
Versos bellísimos de un poeta incrédulo y asombrado, que canta al misterio que recorre toda la humanidad en todos los tiempos...
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!
Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas
de las tinieblas que el abismo ciñe.
Como la cima altísima, de noche,
cual luna, anuncia el alba a los que viven
perdidos en barrancos y hoces hondas,
¡así tu cuerpo níveo, que es cima
de humanidad y es manantial de Dios,
en nuestra noche anuncia eterno albor!
O R A C I Ó N F I N A L
Tú que
callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimos
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
…
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras remolino
cuando sopla sobre él la ventolera,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
—hogar de eternidad—, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor.
Miguel de Unamuno
Al Cristo de Velázquez
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!
A L B A
Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas
de las tinieblas que el abismo ciñe.
Como la cima altísima, de noche,
cual luna, anuncia el alba a los que viven
perdidos en barrancos y hoces hondas,
¡así tu cuerpo níveo, que es cima
de humanidad y es manantial de Dios,
en nuestra noche anuncia eterno albor!
O R A C I Ó N F I N A L
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimos
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
…
¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
…
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras remolino
cuando sopla sobre él la ventolera,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
—hogar de eternidad—, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor.
Miguel de Unamuno
martes, 15 de abril de 2014
Pasión de Jesús
Fragmentos transcritos de los Ejercicios Espirituales del P. J. M. Fondevila.
Cristo ha gastado toda su vida para ir a la pasión, salvarnos y entrar en ella libremente. No tenemos otro medio para comprender y vivir la pasión de Cristo que continuándola en nuestra vida y en nuestra muerte, padeciendo con él, compadeciendo con él. Todo se explica cuando todo se ha consumado, no antes.
Cristo ha gastado toda su vida para ir a la pasión, salvarnos y entrar en ella libremente. No tenemos otro medio para comprender y vivir la pasión de Cristo que continuándola en nuestra vida y en nuestra muerte, padeciendo con él, compadeciendo con él. Todo se explica cuando todo se ha consumado, no antes.
Sin apartarnos de lo que dice la Sagrada Escritura, el
Espíritu Santo a través de los evangelistas, empecemos por los tribunales.
Jesús estuvo toda aquella noche atado.
Dios atado
Caigamos en la cuenta de este doloroso pormenor: los hombres
atan las manos de Jesús. Dios se deja atar por estos seres minúsculos.
Ata
su omnipotencia, con la que podría aniquilar instantáneamente a los que le
atan. Ahora parece un hombre vencido y débil.
Ata su sabiduría, con la que podría confundir y dejar sin
palabras a cuantos le acusan. Ahora parece un vulgar convicto, como hombre que no tiene respuestas en su boca.
Ata su justicia, con la que podría descubrir aplastantemente
su inocencia y poner de manifiesto la mentira, la maldad, la ilegalidad de su
proceso. Ahora parece un vulgar malhechor.
Ata su santidad, con la que se manifestaría Dios. Ahora
parece como blasfemo.
Ata su majestad, con la que parecería rey de reyes y señor
de los que dominan, y sus enemigos se secarían de espanto. Ahora aparece como
un hombre del montón, un pelele, el hazmerreír del pueblo. Y es Dios.
El amor es el que ata a Jesús. Amor a su Padre, amor a los
hombres. Cuántas almas en reverencia de las ataduras de Jesús se atan a él para
siempre. Que el señor nos conceda que los lazos que nos unen a él no se rompan
jamás ni se aflojen por nada de la Tierra.
Los tres tribunales
Primero fue el tribunal eclesiástico. Condenan a Jesús como
blasfemo. Jesús, el profeta,
el que les había flagelado sin piedad como hipócritas, injustos, pecadores,
egoístas. Ahora le tienen ante ellos, se han cambiado los papeles. Qué
sarcasmos, qué risas de triunfo, qué rencor. Jesús derrotado, vencido y
atado ante ellos, a sus pies. Dada la sentencia, la chusma se apodera de él, le
hacen burla, le cubren la cara, le dan
de bofetadas, le escupen, le hacen profetizar. Dios es convertido en el
hazmerreír de las criaturas en esa larga y terrible noche de afrentas. Noche de
afrentas que se perpetúa a través de los tiempos en los miembros del cuerpo de
Jesús. Que el Señor nos dé su gracia para mantenernos firmes en cualquier
situación en que nos encontremos.
Después vino el tribunal civil. Jesús calla ante Herodes, ese rey que quiere rebajarlo al nivel de un prestidigitador. Herodes y su corte se burlan de Jesús. Lo visten
de loco y lo remiten a Pilato. Y el pueblo le contempla de nuevo atado
por las calle. Solo cinco días antes Jesús, el bendito del Señor, había entrado
en triunfo en aquella ciudad.
Pilato quiere salvarlo. Proclama que es inocente y le manda castigar como a
un culpable señalado. ¡Justicia de este mundo! Por fin, el gobernador,
coaccionado, por miedo, condena a Jesús. Jesús ante Pilato no habla de sí
apenas. De su reino, dice que es espiritual. No se entretiene en su
defensa. Cómo agotamos nosotros los argumentos de nuestras defensas. Digamos lo
que baste y dejemos siempre algo en reverencia del silencio del Señor, para
consolarle a él.
Finalmente, el tribunal popular. ¡No
queremos a éste, sino a Barrabás! Todos los tribunales fallan en contra de
Jesús. Pablo,
extasiado ante este misterio exclama: todas las cosas del mundo son pérdida, no
me interesa nada. Todo lo juzga estiércol con tal de ganar a Cristo Jesús.
Que nuestros bochornos, en silencio, pacientemente soportados, consuelen a
Jesús de los terribles y crueles bochornos de aquella noche triste.
Flagelación y coronación
Flagelación. Tormento de asesinos, esclavos, ladrones. Castigo de animales, en que el dolor físico ha de suplir la falta de razón. Tormento injusto para
Jesús, declarado inocente por el mismo que le manda azotar. ¿Cómo nos revuelven
las injusticias? Habiéndole castigado lo soltaré, dice el gobernador. Cómo nos
debe impresionar esta clamorosa injusticia con un hombre inocente. Flagelación
particularmente severa y cruel, porque su finalidad era excitar la compasión.
Veamos el espíritu con que la sufre el Señor. Con adoración y amor inmenso a la
voluntad y beneplácito del Padre celestial. Con inagotable amor a los hombres,
aún a los mismos que ejecutan el castigo en él. Con admirable paciencia.
Expresémosle en la oración nuestro agradecimiento y el dolor que nos causa
verle tan dolorido y atormentado por nosotros. Y no nos olvidemos de planear en
adelante nuestra austeridad de vida como continuación de sus azotes para
aliviarle a él.
Coronación de espinas. Es un juego de burlas de los soldados
que sacian su crueldad y matan su aburrimiento con Jesús, el Hijo de Dios.
Ante toda la corte le ponen un andrajo de clámide, una caña por cetro, una
corona de espinas. Le dan bofetadas, le hacen burla, le escupen, se arrodillan
ante él y le dicen: Salve, rey de los judíos. Le insultan, le pegan en la
cabeza. ¡Grandeza insondable del amor de Jesús hacia nosotros! Comparemos trono
con trono, cetro con cetro, corona con corona. Todos se burlan de él, y
este aspecto precisamente es el que ha atraído hacia Jesús a tantos y tantos
corazones.
Seamos apóstoles infatigables para que este rey de burlas
reine de verdad. Seamos de los que están con Jesús con todas sus consecuencias,
frente a los que están en contra de Jesús, frente a los que le quieren
destronar. Que no seamos del grupo de los sordos, de aquellos que no se quieren
detener en estos sagrados y profundos misterios; que quieren huir de ellos, que
los consideran precipitadamente para no verse obligados a participar en el
sacrificio de Jesús.
No queramos servir a un rey a nuestro gusto, sino tal como
es él. No nos hagamos sordos a la verdad. No nos contentemos con ofrecer de un
modo general nuestras personas al trabajo. Queramos señalarnos en su servicio,
en pobreza, sin las tremendas inconsecuencias que vemos a cada paso; en humillaciones,
oprobios, injurias, bajo el yugo de la obediencia. Que le sigamos en una vida
de austeridad y de sacrificio. Arrodillémonos junto a los que lo hacen por
burla y pidámosle la gracia de acompañarle en verdadera pobreza, humildad,
austeridad.
Ecce homo
Pilatos lo sacó fuera, delante de todos. Así pensaba amansar a las gentes. Y Jesús
obedece, mansa, humildemente, con aspecto vil, arrastrado. Pero, aún en
esta figura, es el Hijo del Padre celestial, es su gloria. Los apóstoles
¿esconderán a Jesús escarnecido? Como dice
Pablo, ¡esta es nuestra fuerza! La humillación, la abyección de Jesús. No hemos
de querer saber nada más que Jesús crucificado. Predicar a Jesús crucificado,
escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
Ecce homo. He aquí al hombre, dice Pilato. ¡He aquí al hombre modelo, al ejemplar
de toda imitación! No mires otros modelos, mira solo a este.
Jesús dice: Aquí me tienes, soy el Señor, el Redentor, el maestro con las
obras. Yo soy el rey al que has prometido seguir. Ya lo ves, a los ojos de la
carne, abierto, repulsivo, gusano y no hombre, pero a los ojos de la fe y del
amor llevo mi vestidura resplandeciente. Todo esto
que ves, todo lo he abrazado libremente por amor. Aprende de mí humildad, paciencia, silencio, caridad. No te excuses,
no te defiendas, concede algo al silencio y a la humildad. Persevera hasta el
fin en mi amor y servicio. La vida que has abrazado es una cruz, pero es por
mí. Tú has de formar parte de esta porción de la Iglesia en la que descansan
los ojos y el corazón mío.
El clamor del pueblo
¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilatos se ha equivocado. En vez
de compasión se alza el rumor creciente de todo un pueblo que lo pide para la
muerte. Insiste Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Y oye: No tenemos más
rey que al César de Roma.
Saquemos de aquí dos lecciones muy importantes para la vida.
La primera: la reacción de los judíos es símbolo de la reacción ante cualquier pasión. A los instintos o deseos poco ordenados no se los somete
arrojándoles pedacitos de carne. Dales un poquito de gusto… ¡no! Si así
hacemos, tendrán cada vez más hambre. Gritarán cada vez más. Lo mejor es un
santo radicalismo. El sistema más seguro, más propio, del que quiere servir de
verdad a Jesús no es el de las pequeñas concesiones, como hizo Pilatos, sino el
de un no rotundo. Así obraremos sin política, con verdad.
La otra lección: Pilato es el modelo del que quiere hasta
cierto punto, sin contraer compromisos. Y así se llega, lo vemos cada día, a
excesos irreparables. Una voluntad que no se quiere comprometer no sirve para
nada, no es persona, es un muñeco. Va cediendo, como Pilato, hasta que ya es
tarde. Cuando vemos la conducta de Pilato nos indignamos, lo llamamos cobarde,
pero… con la mano en el corazón, ¿no procedemos muchas veces como él? No
dialoguemos con nuestras pequeñas pasiones. Cuántas veces en la vida somos
Pilato. Que el Señor nos dé fuerza, porque somos debilísimos. Se impone, una
vez más, la gran ley de la oración. En este orden de la providencia es la ley
que lo rige todo.
Hoy, miremos este santo
libro de texto, libro en el que he de aprender las verdaderas lecciones
imprescindibles para vivir la cruz. Digamos ante
Jesús en la cruz: cuanto más vil y despreciable te han puesto por mí,
tanto eres para mí más hermoso y más amable. No queramos dejar solo al
Señor. No le queramos dar también nosotros la amargura del desengaño.
Que no pueda decir Jesús: este también se cansó. Ha dejado de seguirme. O me
sigue pero ya desde lejos…
Vía Crucis
Sentencia condenatoria
A esto ha venido a parar la conducta de contemporización de
Pilato. Ante Jesús condenado, condenemos a nuestro amor propio. Modifiquemos el
sagrado texto.
Si no condenas a este,
no eres amigo del César. Si no condenamos al amor propio, no somos amigos
de Jesús. Porque todo reinado en nuestro corazón contradice a Jesús.
Nosotros no tenemos más
rey que al César. ¡Nosotros no tenemos más rey que Jesús! Entreguemos nuestro
amor propio para que sea crucificado. La mejor y más eficaz sentencia
es entregarlo a la obediencia, esto es darle muerte. Tengamos disponibilidad absoluta en manos de la obediencia por
amor a Jesús. Este es, quizás, el máximo sacrificio que le podemos ofrecer a
Jesús.
En reverencia del silencio de Jesús, hagamos callar nuestro
amor propio, por fuera pero no menos en nuestro interior. Esos monólogos con
nosotros mismos, quejándonos, excusándonos, condenando, acusando... No hay
condena más eficaz, más auténtica del amor propio, que la disponibilidad obediente por amor a Jesús.
Camino del calvario
Presentan la cruz a Jesús. Él la toma por todos los hombres. Quizás de su corazón y de sus
labios saldrían aquellos requiebros que la tradición de la Iglesia pone en
labios del apóstol san Andrés, que fue también martirizado y clavado
en una cruz: ¡Oh, cruz, tanto tiempo
deseada, solícitamente amada, sin parar buscada y al fin recibida! Que por ti,
Cruz, me reciba el que por ti, Cruz, me salvó.
Con qué intimidad se le puede hablar a
Jesús de cruz a cruz. Clavado en la cruz de
cada día , desde mi cruz, ¡con qué intimidad puedo hablar a Jesús clavado
en la cruz!
Simón el
Cireneo fue obligado a llevar la cruz detrás de Jesús. A nosotros no nos ha
obligado nadie, nos hemos obligado voluntariamente. Hemos contraído el
compromiso de llevar la cruz detrás de Jesús. Le aliviamos si nos abrazamos a
nuestras cruces de cada día por amor. Además, le ayudamos, somos cooperadores
de la redención del mundo.
Que no nos desentendamos jamás de la cruz en la práctica de
nuestra vida. Confiemos en el poder de la cruz que triunfa por encima de
nuestra debilidad. Que nuestra vida sea
un Vía Crucis para aliviar a Jesús. ¿De qué manera? Con la práctica de nuestra vida sencilla en
nuestra vida ordinaria.
La cruz, señal de justicia
La cruz es
señal de amor. Dios cuelga de ella para manifestarnos clamorosamente hasta qué
extremos llega su amor a los hombres. El clamor es tan grande que no
se puede contentar con una cosa ordinaria. El amor siempre busca extremos.
La cruz es señal de combate. Todas las batallas se libran en
torno del amor de Jesús. También en mi corazón Jesús y el amor propio luchan. Ambos
están empeñados en reinar. No tenemos más rey que Jesús.
Hoy y siempre, al pie de la cruz, se aprende la más alta y
sublime ciencia que existe, ha existido y existirá. ¿Cuál es? La ciencia de la cruz de Jesús. La que
aprendió tan profundamente el apóstol Pablo y nos muestra en cada una de las
líneas de sus escritos. Ciencia de la cruz de Jesús, la ciencia de saber padecer bien en este mundo. ¿Cómo?
A nadie faltan padecimientos, todos
tenemos nuestro cupo. Recordemos que aceptando estos pequeños sufrimientos, padeciendo bien,
aliviamos a Jesús y le ayudamos a salvar el mundo. Así es. Es
lo más profundo del cristianismo y de la revelación cristiana. Recordemos que
esta cruz, la que sea, grande o pequeña, hoy, mañana o ayer, es la cruz que Jesús
mismo me envía. Él quiere, él busca mi bien y me
la prepara con amor. Estos pensamientos son motivo de aliento que levanta el
alma. Si nos paramos en la materialidad de las cosas —quién lo ha hecho, qué
han dicho, aquella otra persona…— y nos quedamos ahí, ¡qué
desvaríos!, ¡qué peligros!, ¡qué desalientos!
Saber padecer bien. Aquel gran obispo de la diócesis de Vic,
que pronto subirá a los altares, el doctor Don José Torras i Bages, escribió su última carta pastoral con el título La ciencia del
padecer. Esta ciencia es la más importante para vivir, la única que se aprende al
pie de la cruz, la ciencia que penetró Pablo hasta el fondo y fue su fuerza.
Levantemos el corazón a Jesús. Pidámosle gracia, resolución de
abrazarnos con la cruz sin subterfugios, sin desanimarnos en las caídas ―se
aprovecharía de ello el amor propio― y así, poco a poco, como Pablo, iremos
progresando en la ciencia más importante que existe, que es la ciencia de la
cruz de Jesús. Esta es la ciencia que ha de iluminar los
recodos más oscuros de nuestra vida.
La muerte de Jesús
Contemplemos junto a María cómo Jesús muere en la cruz. Como
un vulgar criminal, ajusticiado en público escarmiento. Pero Jesús es Dios, que
ha bajado del cielo para salvarme, para hacerme partícipe de su misma vida. Contemplemos
despacio cómo aquí, de un modo especial, se esconde la divinidad, la majestad,
la santidad, la justicia, la omnipotencia. Todas estas perfecciones de Dios
parecen haber desaparecido ya. Qué cruel es el amor en aquellos en quien
prende, y qué ciego es el amor incluso en el mismo Dios.
En la oración, comentemos el suceso con María, la Madre de
Jesús. Cómo recordaría ella Belén, Egipto, Nazaret. Madre, madre, yo he
contribuido a los azotes, a las espinas, a las bofetadas, a las burlas… Madre,
he contribuido a la misma muerte. ¡Cómo he de procurar en adelante que los
hombres caigan en la cuenta de esto y revuelvan totalmente su vida!
domingo, 9 de marzo de 2014
Tres tentaciones, divinas y humanas
Con maravillosa profundidad Fabrice Hadjadj desgrana las tres tentaciones de Cristo en su libro La fe de los demonios. Tres tentaciones a Dios, a la humanidad y centro de la misma Iglesia. Esto son algunos apuntes...
martes, 11 de febrero de 2014
Hágase
Hágase la luz… y la luz se hizo.
Hágase en mí según tu palabra… y la Palabra se hizo hombre.
La palabra del Ser todopoderoso
crea el universo; la palabra de una criatura libre da a luz al Dios hecho
carne.
Explicaba el P. Fondevila
en sus ejercicios espirituales: si grande fue el Hágase de Dios creador, ¡cuán
más grandioso fue el Fiat de María,
que permitió que fuera engendrado todo un Dios!
Si la palabra del Creador
es todopoderosa, ¿qué milagro surgirá de la palabra, cuando la voluntad de Dios
y la libertad humana se unen?
Mi Dios, mi Amor… hágase en mí como tú sueñas.
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