sábado, 31 de marzo de 2018

Las últimas palabras

Las últimas palabras de Jesús, antes de morir, según las recoge el evangelio de san Juan.

«No he perdido a ninguno de los que me diste.» (Juan 18, 9)
No nos pierde. Estamos en manos de Jesús. Si somos suyos, no nos perderemos. Él nos irá a buscar siempre, como a la oveja perdida… También cuando lo hemos negado o traicionado, olvidado o despreciado. También cuando huyamos por miedo y no queramos seguirle. Siempre irá a buscarnos.

«Yo he hablado públicamente al mundo... no he dicho nada escondido. ¿Por qué me preguntas?» (Juan 18, 20-21)
Jesús no es un maestro esotérico ni ocultista. No habla para un grupo de iniciados, no quiere crear una élite espiritual: su mensaje es abierto y para todos, para que sea proclamado por las azoteas y las plazas. El evangelio no es elitista, el sol de Dios brilla para todos.

«Mi reino no es de aquí.» (Juan 18, 36).
Jesús no es un rival para reyes, políticos y gobernantes. No persigue poder, fama ni riqueza. No aspira a los bienes por los que tantos hombres y mujeres corremos. Su reino no es de este mundo, pero está arraigado y envuelve a este mundo. Su reino, en realidad, sostiene este mundo que olvida al Creador y adora a las criaturas. Su reino es el que renueva todas las cosas. Se puede pertenecer al reino de Dios viviendo en este mundo.

«Soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo, para ser testigo de la verdad.» (Juan 18, 37).
La realeza de Dios es servir. El poder de Dios es amar. La corona de Cristo es la entrega, hasta morir. Esta es la verdad: que Dios es, que Dios es amor, y que el amor nos sostiene y nos libera. Cuanto más brille la verdad de Dios, más brillará la verdad del hombre.

«Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Aquí tienes a tu madre.» (Juan 19, 26-27)
Los vínculos de Dios son mucho más fuertes que los vínculos de sangre. Dios une más que la familia.

«Tengo sed.» (Juan 29, 28).
Jesús es humano. Tiene hambre y sed. Necesita ayuda. Necesita amor. ¡Un Dios necesitado! Con estas palabras Teresa de Calcuta redescubrió su vocación: Tengo sed. ¿Querrás tú darme agua?

«Todo está cumplido.» (Juan 19, 30).
Vivió plenamente y murió plenamente. Una vida colmada hasta rebosar. Los hombres nacen gritando, ávidos de aspirar el aire vital… Jesús murió gritando, exhalando hasta su último aliento. Jesús murió con fuerza. Con tanta pasión y entusiasmo como había vivido. Vivió su muerte, hasta el final. Apuró el cáliz hasta la última gota. No dejó nada por hacer… Lo dio todo.
 

domingo, 25 de marzo de 2018

La casa se llenó de la fragancia del perfume

Lunes Santo. La lectura del evangelio de hoy es de san Juan, 12, 1-11. Es la llamada unción de Betania. Jesús va a una casa, invitado a comer. Allí se acerca María, la hermana de Lázaro, que le lava los pies, se los seca con los cabellos y los unge con un aceite de nardo.

Las críticas surgen: ¿para qué derrochar ese óleo tan caro? ¿No sería mejor dar ese dinero a los pobres?

Subrayo dos frases de esta lectura.

«La casa se llenó de la fragancia del perfume.»

El bien huele. El desprecio huele. El amor huele. Quizás no se ven, pero su aroma se esparce por el aire, y todos lo sentimos. La casa del fariseo se llenó de fragancia porque el amor de aquella mujer no se podía contener.

Lo bello es de Dios, espléndido, desbordante. El amor no puede ser cicatero ni regatear. Una fragancia de belleza... ¿por qué nos molesta?

«A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.»

Personalizar el amor. Los «pobres» es un abstracto, puede ser demagogia. Pero Jesús, la persona, el hombre con rostro y nombre, es uno y único. Quien ama a un solo hombre ama a toda la humanidad... Y ¿se puede amar sin esplendidez?