domingo, 22 de octubre de 2017

Conocerse



Leo una frase que me envían por e-mail:

 «A mí me parece que antes de emprender el viaje…
-      en busca de la realidad,
-      en busca de Dios,
-      antes de decidir,
-      antes de tener una relación con otro,
es esencial que comencemos por comprendernos a nosotros mismos.» Krishnamurti.

Bonito, ¿verdad? ¿Quién negará que para vivir con sabiduría y felicidad lo más importante es conocerse a uno mismo?

Pues lo siento. Pero esta no es mi experiencia. Quizás la frase sirva para alguien más sabio o más reflexivo… Lo que yo he aprendido de la vida es justamente lo contrario.  Ha sido cuando me he lanzado a caminar, en busca de la realidad, en busca de Dios, decidida sin volver atrás, y relacionándome con toda clase de personas que se han cruzado por mi camino, cuando he empezado a comprenderme un poco ―al menos un poco― a mí misma, y también a los demás. El camino es escuela, y para dar el primer paso no necesitas conocerte ni comprenderte totalmente. Si fuera así, quizás nunca te pondrías en marcha. Porque, por otro lado… ¿quién puede presumir de conocerse y comprenderse totalmente a sí mismo? ¡Es un arte que lleva toda la vida! Pocos sabios ancianos podrían alardear de tal cosa, y posiblemente sean los que nunca lo harán. 

Es cierto que conocerse a uno mismo es el principio de la sabiduría, como afirman los clásicos y los santos. También es cierto que antes de tomar decisiones hay que reflexionar y sopesar… Pero el autoconocimiento es un proceso largo y una decisión se toma en pocos segundos. No decidir ya es decidir algo. Te vas conociendo a ti mismo cuando tomas decisiones y emprendes el viaje, no esperando a que la iluminación llegue a base de elucubraciones. El viaje no tiene por qué ser físico, o de larga distancia. Puede ser un viaje vital, que suponga iniciar relaciones, asumir compromisos, lanzar iniciativas, enrolarte en un proyecto o formar una familia. Es verdad que para esto hay que tener un cierto grado de madurez, pero creo que la madurez necesaria no es tanto intelectual o filosófica, como personal: la madurez de decir sí a todas, de entregarte en cuerpo y alma y no abandonar a la primera de cambio. La madurez que te hace capaz de esa vieja virtud tan olvidada e incluso denostada: la fidelidad. Puedes ser joven, inexperto, un poco atolondrado e incluso tener un embrollo emocional en tu mente y en tu corazón. Pero si eres capaz de decir sí y mantenerte fiel, irás aprendiendo. Y las hebras de tu corazón se irán desliando, tu mente ganará claridad y te irás conociendo, poco a poco, cada vez más. 

He leído que lo más importante que define a una persona no es tanto su origen, sino su meta. Esto quizás contradiga la psicología convencional. No nos definen tanto nuestro pasado y nuestras raíces como el destino al que nos dirigimos, nuestro propósito. El camino nos va construyendo. Por eso, quizás, hay tantas personas con problemas de identidad o dudas existenciales. No es tanto por el bagaje emocional y familiar que arrastran ―¿y quién no lo carga?—, sino porque… quizás no tienen meta, o no la tienen clara.

No soy una mujer sabia. Pero me atrevo a contradecir a Krishnamurti y a afirmar algo distinto: Lánzate a descubrir la realidad, busca a Dios, decídete, relaciónate con las personas, comprométete, y en el camino te comprenderás a ti mismo, y comprenderás a los demás.