domingo, 22 de marzo de 2009

Nos salva la gracia

Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios, y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. (Ef 2, 4-10)

Estas palabras del apóstol tocan un tema clave y polémico en la fe cristiana. El valor de la fe y las obras siempre ha sido tema de discusión: ¿cuál tiene más importancia? Está claro que obrar bien es una consecuencia de la fe. Si creemos en Dios, que es amor, nuestra manera de actuar ha de ser coherente. Trabajar por el bien de los demás es la prueba de que realmente creemos en él.

Pero Pablo alerta contra el orgullo de las obras. Podríamos caer en la soberbia de pensar que, cuanto más hagamos, más méritos ganaremos en el cielo. O incluso podemos pensar que Dios nos recompensará en la medida de nuestros esfuerzos. Pero si Dios paga… ¿dónde está su amor gratuito? ¿Dónde está la gracia?

La gran novedad del Cristianismo es que Dios no paga, sino que da gratis. Nos salva a todos, de entrada. Basta que creamos en su bondad y la aceptemos. Es un Padre bueno que se muestra generoso con todos sus hijos porque quiere. Nunca haremos lo bastante como para merecer tantos dones. Esta convicción nos hace humildes y agradecidos, y nos cura de la tentación de creernos superiores a los demás por nuestras prácticas religiosas.

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