domingo, 12 de julio de 2009

Él nos ha destinado a ser sus hijos

Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado… a ser hijos suyos.
Ef 1, 3-14


En el inicio de su carta a los Efesios, Pablo alaba a Dios, con alborozo, admirando una vez más la bondad de un Creador que ha querido que sus criaturas fueran hijas suyas. Y habla de Cristo. Con él la humanidad ha podido ver el rostro de Dios, y gracias a él ha recibido su amor. Pablo no podría escribir estas palabras sin haber vivido en propia carne la experiencia de sentirse profundamente amado y salvado por Jesús.

En la expresión “él nos eligió” no hay que ver señales de preferencia o de elitismo. No hay una casta de elegidos frente al resto de la humanidad. Con estas palabras, Pablo recalca que es Dios, y no el hombre, quien da el primer paso para amar. Se suele decir que las religiones y la espiritualidad son caminos de búsqueda del hombre que tiende hacia la divinidad. El Cristianismo es el camino de Dios que va hacia el encuentro del hombre.

Pablo continúa diciendo que “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia, ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad”. De nuevo encontramos aquí una gran diferencia entre el Cristianismo y las religiones esotéricas. No es el hombre quien ha de iniciarse, pasando una serie de pruebas y adiestramiento para llegar a conocer a Dios, sino que es Dios mismo quien se muestra, sin enigmas, sin tapujos, porque quiere revelarse así.

¿Y cómo se ha mostrado Dios? De la manera más transparente, más clara y más fácilmente comprensible: a través de su Hijo, Jesús. Con la vida de Jesús nos ha hablado de su bondad; con su muerte nos ha mostrado que el amor no tiene límites; con su resurrección nos ha abierto las puertas de una vida eterna. Jamás el camino hacia el cielo fue tan corto, tan directo y tan seguro. Pero es verdad que muchas personas, ya en su tiempo, no quisieron verlo, y aún hoy son muchos los que rechazan esa imagen, tan nítida, de Dios. Nuestro mundo angustiado y aquejado de vacío vital, trágicamente rechaza la vida plena y gozosa que se le ofrece.

Por eso Pablo quiere subrayar, en su carta a los Efesios, el gozo de ser cristiano, de saberse hijo de Dios, “marcado por Cristo y por el Espíritu Santo”. Esta alegría no ha de servir para ensoberbecernos, sino para espolearnos a vivir imitando a Jesús. Escuchar el evangelio pide algo más que oídos atentos. Requiere, si queremos ser auténticos, seguir los pasos del que hace todo según la voluntad del Padre. Nos exige llevar ese tesoro que hemos recibido a los demás.

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