sábado, 18 de julio de 2009

María Magdalena

En estas próximas semanas celebramos la fiesta de dos santas: santa María Magdalena y santa Marta. Fueron dos mujeres muy cercanas a Jesús, que tienen un papel destacado en los evangelios y sobre las que me gustaría reflexionar.

Comenzaré con María Magdalena. De ella he escrito en este blog y en mi librito, Mujeres de Dios. Es un personaje atractivo, para creyentes y no creyentes, que ha inspirado miles de páginas, ensayos y novelas. Alrededor de esta santa, la única, después de María Virgen, que la Iglesia llama inmaculada, se han levantado controversias y leyendas. Incluso han surgido hipótesis muy curiosas, que la rodean de un halo esotérico y mitológico.

Yo quisiera aproximarme a la realidad de esta gran mujer desde una óptica muy sencilla: intentando comprenderla como mujer fiel “que ama mucho” y a la luz de lo que nos cuentan ―y lo que no cuentan, pero sugieren― los evangelios, especialmente el de Juan. En una reciente entrevista en Cataluña Cristiana me preguntaron con qué personaje femenino de la Biblia me sentía más identificada. Y mencioné a María Magdalena, porque, después de la madre de Jesús, es, sin duda, el modelo más hermoso y cercano para todas las mujeres cristianas.

Sanada por el amor

Ninguna mujer puede ser inmaculada desde la concepción, como María de Nazaret, pero sí podemos aspirar, algún día, a alcanzar la limpieza interior y la transparencia de María Magdalena, que fue sanada de cuerpo y espíritu por el perdón y por amar mucho, como dice el evangelio. El amor es fuego que arde y no quema; es la única fuerza que puede lavarnos por dentro y borrar las heridas del mal.

María Magdalena es ejemplo de mujer seguidora de Jesús. Le escucha, se deja curar por él ―dicen los evangelios que le sacó siete demonios―, aporta recursos económicos para el sostenimiento del grupo de los discípulos, le sigue en sus viajes, está presente al pie de la cruz y es la primera a quien se aparece Jesús, ya resucitado. La escena de la aparición es hermosa, pero es mucho más profundo lo que podemos leer entre líneas. Cuán grande debió ser la fidelidad de María Magdalena a su Maestro para ser, ella, la primera en conocer la noticia que cambiaría la historia.

Liderazgo silencioso

Junto con María de Nazaret, María Magdalena es modelo para las mujeres cristianas de hoy. ¿Cuál ha de ser nuestro papel en la Iglesia? Mirémosla a ella: estamos llamadas a apoyar a los sacerdotes en su misión, a participar en las tareas pastorales, colaborando en parroquias y movimientos; a buscar, también, dinero y medios materiales para sostener las obras de la Iglesia; a organizar y aglutinar grupos y comunidades, a lanzar obras humanitarias… ¡Hay tantas cosas que podemos hacer! De hecho, siempre ha sido así. La Iglesia no se podría entender sin el enorme trabajo de mujeres de todas las épocas que la han sostenido y alentado. Han ejercido un liderazgo que algunos, imbuidos por ciertas ideologías, quisieran transformar en instrumento de poder. Yo diría que ha sido un liderazgo quizás silencioso, pero no menos real y auténtico. Porque, en clave cristiana, liderar no es mandar ni dominar, sino servir.

No podemos olvidar otro valor inmenso que la mujer ha sabido aportar de manera especial, no sólo a la Iglesia, sino a la humanidad: la oración. María Magdalena, rezando y llorando ante el sepulcro, es imagen que nos ha de animar a permanecer fieles y a confiar en Dios en medio de las dificultades y tormentas que sacuden nuestra vida. Su llanto es sed de Dios; su presencia allí es esperanza. Y nadie que espera en Dios es defraudado.

La sensibilidad de María Magdalena es estímulo que nos impulsa a amar a los demás, con pasión y con ternura. Su fe, firme como una roca, nos ha de brindar coraje para ser fieles y valientes, como ella lo fue.

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