domingo, 24 de mayo de 2009

Un solo Señor, una sola fe

Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu… Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Ef 4, 1-13

Estas palabras del apóstol Pablo podrían ser muy bien su testamento, su voluntad última. Son una llamada a las comunidades cristianas. Son un toque de atención a los cristianos de hoy.

Amar, ser comprensivos con los demás y buscar por encima de todo la unidad: esta es la gran tarea del cristiano. El mundo corre movido por el individualismo, el yo-mismo, la autoafirmación ante los demás. Pablo nos dice que lo más importante es permanecer unidos. Y esa unión nunca podrá ser forzada, sino alimentada con mucha paciencia, con caridad y ternura, con verdadero amor.

¿Qué nos puede mantener unidos? Ser conscientes de que Dios es Padre de todos. Él nos une. Y su Hijo, Jesucristo, nos tiende una mano. No podemos vivir la fe privadamente, como algo personal y aislado. La fe que no se vive en comunidad se empobrece y se reduce a un estado de bienestar personal, muy frágil y voluble. Pero la fe cristiana es otra cosa. Creemos y tenemos esperanza porque estamos enraizados en el amor. Estamos unidos a Jesús, como sarmientos de una viña. No son las grandes ideas las que nos salvan, sino su amor.

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