domingo, 17 de mayo de 2009

Dios es amor

Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
1 Jn 4, 7-10


Dios es amor. No hay definición más sencilla, más completa y más honda de quién es Dios. Pero, ¿qué es el amor? A veces tenemos ideas equivocadas o impresiones muy subjetivas de lo que es realmente el amor. Pensamos que es un sentimiento, una atracción o un cúmulo de sensaciones agradables que arden en nuestro corazón y nos impulsan a querer o a emprender buenas obras.

Pero el amor es mucho más que eso. Si Dios es amor, no podemos reducirlo a un estado psicológico o a una emoción placentera. ¿Qué ocurre cuando el amor nos hace sufrir? ¿Hay amor cuando sentimos aridez interior, cuando nos forzamos a nosotros mismos a trabajar por los demás, aunque en ese momento no nos apetezca? ¿Puede haber amor cuando vencemos las antipatías y somos generosos, aunque no sintamos regocijo dentro de nosotros?

Sí, puede haberlo. Porque el amor es mucho mayor que nuestros sentimientos e impulsos. San Juan lo explica muy claro: el amor no es que nosotros hayamos amado antes, sino que Dios nos ha amado primero, hasta entregar a su Hijo por nosotros. Quien ha experimentado este amor inmenso, derramado sobre su alma, puede retornarlo y amar, a Dios y a los demás.

Todo el que ama conoce a Dios, dice San Juan. Así, podríamos decir que incluso las personas que se dicen no creyentes, si aman de verdad, en cierto modo conocen a Dios: tienen algo de Dios en su interior. Ese amor que profesan los hace acercarse al Creador, aunque no sean conscientes de ello y su historia personal o sus convicciones los lleven a rechazar la fe.

Pero, ¡cuánto más hermoso es, no sólo amar, sino ser consciente de que somos inmensamente amados! Nuestra voluntad puede fallar. Nuestro pobrecito amor humano puede quemarse, gastarse, desfallecer… En cambio, el amor de Dios es manantial que siempre nos está renovando y fortaleciendo. Él no desfallece, no se cansa, no se agota.

El evangelio de Juan es hermoso por su constante insistencia en el amor. Nos habla de un amor que se prodiga en humanidad, que se materializa, se hace corpóreo y presente en la relación entre las personas: “amaos los unos a los otros”. Pero es un amor que sobrepasa lo natural, porque su origen es el corazón magnificente de Dios, y no tiene fin. Esa es la fuente de la auténtica alegría. Juan recoge las palabras de su maestro, que insiste: “Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario