domingo, 1 de febrero de 2009

La conversión de Pablo

Entonces me dijo: el Dios de nuestros padres te había destinado a darte a conocer su voluntad, a ver la justicia y a escuchar su voz, para que seas testimonio de cuanto has visto y oído ante todos los hombres. Y ahora, ¿a qué esperas? Invoca su nombre y bautízate, y quedarás limpio de tus pecados.
Hch 22, 3-16

Pablo explica su conversión en una lectura que revela dos hechos. Por un lado, su gran pasión por servir a Dios, incluso cuando lo hacía de manera errada, persiguiendo a los cristianos a muerte. Por otro lado, vemos cómo Dios recoge esas ansias de Pablo y las transforma, llamándolo a ser su testigo.

En la historia de Pablo vemos que Dios llama con contundencia. Cuando escuchamos su voz, ésta restalla en nosotros como el trueno, y su claridad es cegadora como el relámpago. Pero necesitamos algo más. Al igual que Saulo recibió ayuda, nos es necesaria una mano amiga, que nos apoye, unos ojos sabios, que nos guíen, y la voz de un anciano como Ananías, que le ayudó a discernir el mensaje de Dios. Una vez llegamos a ver con los ojos del alma, tan sólo nos queda invocar su nombre, ¡pedirle que siempre esté con nosotros!, y quedaremos libres de toda atadura de culpas y del mal. Esta es la verdadera libertad: vivir habitados por su Espíritu. Libres, podremos anunciar a Jesús a todo el mundo. Esta es la fuerza que animó a San Pablo en su vida de apóstol: sentirse amado, liberado y llamado por Dios.

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