El primer martes de Pascua se lee el evangelio de Juan 20, 11-18. Es el encuentro de Jesús con María Magdalena, cuando esta se queda llorando en el huerto, ante el sepulcro vacío.
¿Qué le dice Jesús a María? Si recogemos sólo sus palabras, podríamos escucharlas, muy dentro de nuestro corazón, dirigidas a cada una de nosotras...
«¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?»
«¡María!»
«Déjame ir, porque aún no he subido al Padre. Pero ve a buscar a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.»
Lloro. Busco. Es el hambre de toda persona falta de sentido, falta de Dios.
¿A quién busco yo? ¿Por qué lloro?
Jesús responde saliendo al encuentro y con una llamada: ¡María! Yo busco, él me llama por mi nombre.
A Dios no podemos poseerlo ni sujetarlo. Él nos consuela pero de inmediato nos da una misión: Ve y di. Nos envía. Nos envía a los hermanos (familiares, próximos, compañeros, miembros de la comunidad, incluso sacerdotes...) Igual que él fue enviado por el Padre.
Llorar. Buscar. Ser llamado y enviado. En Magdalena se da, perfecta, la génesis de una vocación.
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