domingo, 4 de octubre de 2009

Sobre el desarrollo humano

Uno de los grandes temas de Caritas in Veritate es el desarrollo humano. ¿Qué es desarrollo, y qué es humano? En el capítulo 11, el Papa nos dice que “El auténtico desarrollo del hombre concierne a la totalidad de la persona, en todas sus dimensiones”. Es decir, que no podemos reducir el desarrollo al crecimiento económico o al bienestar material. Esas serían las posturas extremas del marxismo y del capitalismo, donde el ser humano es una pieza física del engranaje del mundo: un trabajador, un consumidor.

La persona no solo necesita satisfacer las necesidades físicas, sino también las emocionales, intelectuales y espirituales. A menudo nos centramos en las dos o tres primeras y olvidamos la dimensión espiritual, que es la que da sentido y trascendencia al ser humano, la que sostiene y anima las otras.

Y aquí el Papa dice algo novedoso que nos despierta: “el desarrollo humano es ante todo vocación”. Es decir, que la persona está llamada, por su naturaleza, a crecer y a desplegar sus capacidades. Pero este crecimiento no será armónico ni sano sin una visión trascendente de la persona: “necesita a Dios. Sin él, o se niega el desarrollo, o se deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la autosalvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado”.

Estas palabras tan lúcidas retratan la situación de nuestro mundo. El hombre autosuficiente que ha querido prescindir de Dios ha sido artífice de un desarrollo grande, es cierto, pero con lacras crueles. La ciencia avanza a la par que el hambre y las guerras. ¿Por qué este contrasentido? ¿Qué sucede? Tal vez el ser humano ha olvidado su auténtica identidad y ha perdido su genuina vocación.

Esta vocación no puede realizarse sin libertad. La libertad permite a las personas elegir y optar responsablemente, sin coacción y con compromiso. El Papa señala que quizás hemos confiado demasiado en las instituciones. Nos hemos apoyado demasiado en las leyes y las estructuras que hemos creado, pensando que éstas solas ya podían garantizarnos el bienestar, y hemos aparcado el esfuerzo diario y continuo por construir nuestra libertad y nuestra vocación. Dice Benedicto XVI: “A lo largo de la historia, se ha creído que las instituciones bastaban para garantizar a la humanidad el derecho al desarrollo. En realidad, las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos”.

Finalmente, ¿qué es el ser humano? Para el cristiano, toda persona tiene una dimensión trascendente que la vincula con Dios. “Sólo el encuentro con Dios permite no ver en el prójimo solamente al “otro”, sino reconocer en él la imagen divina, llegando así… a madurar un amor que es ocuparse del otro y preocuparse por el otro” (Caritas in Veritate, 11)

Con estas palabras, el Papa da la clave del humanismo cristiano: nace del sentirse hijo de Dios y hermano de los demás. Es a partir de la experiencia religiosa de donde puede brotar el amor. Un amor no idealista ni sentimental, sino práctico y traducido en obras: ese amor “que se ocupa y se preocupa por el otro”.

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