Estoy siguiendo un curso interesantísimo ofrecido por la
universidad de Yale y compartido libremente en Internet a través de esta página.
El curso está impartido por la profesora Tamar Gendler, y
trata de filosofía, psicología, ciencias humanas y política. Es un enfoque
novedoso y con aplicaciones muy prácticas en la vida real.
Según explica la profesora en su primera clase, el curso se
desarrolla en torno a tres grandes temas que siempre han preocupado al ser
humano: la felicidad y el florecimiento de la persona; la moralidad y la
organización de la sociedad, o política.
Una de las inquietudes más antiguas de los hombres ha sido
esta: ¿cómo alcanzar la felicidad? En la República de Platón se plantea otra,
muy relacionada con esta: ¿qué sistema político es el que permite que las
personas sean más felices y florezcan?
Creo que esta búsqueda del sistema político y social ideal
ha sido constante en la filosofía, al menos la occidental. Y se ha debatido
muchísimo sobre qué gobierno es el mejor, y qué ideología es la que responde
mejor a la felicidad humana.
Pero cuando los hombres se enzarzan en estas discusiones me
parece que pierden el punto más importante.
Lo que hace felices a las personas no es un régimen político
determinado, ni una estructura familiar, ni una ideología. Lo que nos hace felices es amar y ser amados. Lo
que nos hace florecer es el amor. Si no recibimos amor y no aprendemos a
canalizar el amor que llevamos dentro, no habrá régimen ni ideología, por
excelente que sea, que nos haga felices.
Por tanto, a la pregunta ¿qué política o qué sistema de
ideas favorece más la felicidad y la plenitud humana?, yo respondería:
cualquiera… siempre que favorezca el amor. Y es imposible favorecer el amor
si no se permite la libertad, pues nadie puede amar si no lo hace libremente.
Amor. Libertad.
Ambos nos dan las pistas, y ambos son inseparables. No vale el uno sin el otro.
Cualquier régimen o ideología o sistema familiar y comunitario que no los
sostenga y no los fomente, ambos, no hará felices a las personas.
Dicho esto, el amor es una fuerza muy potente. Aunque
vivamos sometidos a un régimen político, cultural o familiar dictatorial, el
amor encuentra la forma de abrirse camino, como esas flores que brotan en medio
del asfalto o las higueras que crecen entre los muros de las catedrales.
El amor siempre halla cauces, y a veces, cuanta más
oposición encuentre, con más fuerza brota. Es triste, sí, que haya comunidades
donde se ahogue el amor, donde se quiera matar la libertad, donde se restrinja
el florecimiento del ser humano, donde se fomente el odio hacia el otro… Pero
quienes sostienen estas formas de poder inicuo ignoran la enorme fuerza del
amor y el alma humana. Pueden cobrarse muchas víctimas, pero siempre habrá
quien se escape y se libere. Incluso entre barrotes ha habido héroes que han
sabido conservar su libertad.
Podemos preguntarnos ahora. La cultura en que vivimos, los
sistemas sociales y políticos en que nos movemos, el pensamiento que se difunde
y se fomenta, todo esto… ¿alimentan el amor y la libertad?
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