domingo, 14 de agosto de 2016

Puerta del cielo



Una de las letanías que más me llama la atención al rezar el Rosario es la que llama a la Virgen María Ianua coeli, puerta del cielo. Es un elogio hermoso que convierte a María en un lugar sagrado, en un puente entre lo humano y lo divino, umbral donde la materialidad y el espíritu se abrazan.

Puerta del cielo. Sí, para muchos creyentes María es camino, faro, guía y puerta hacia el cielo que es Cristo, su Hijo. María es una ruta segura, fiable, amorosa y maternal. Cuando nos sentimos desorientados o perdidos, cuando las devociones fallan o la fe flaquea, María siempre está ahí, sosteniéndonos como madre que es. Cuando el engaño se disfraza de luz angelical, siempre hay una forma segura de limpiar las falsas impresiones: seguir el camino de María. 

María como modelo humano es asombrosa. No por su grandeza ni por la hazaña irrepetible de su maternidad, sino porque ¡es tan sencilla! Cualquiera, en el lugar o estado que se encuentre, puede seguirla. María no hizo grandes proezas, no llevó una vida destacada, no sobresalió en especial. Simplemente estuvo ahí, como esposa, como madre, como ama de su casa, como mujer fiel. No hizo nada que no esté al alcance de cualquiera de nosotros. Pero, al mismo tiempo, hizo algo que nadie ha podido igualar: dar un sí a Dios, tan total, tan absoluto y abierto, que hizo posible que entre el cielo y la tierra se abriera una puerta luminosa. 

María es, para toda la humanidad, puerta del cielo. El sí de María hace posible que Dios se haga humano; el sí de María hace posible que lo humano se empape de divinidad. El sí de María levanta el reino de Dios en la tierra. El sí de María tiende un puente hacia la resurrección.

Para nosotros María es puerta del cielo. Una puerta bella, amable, cariñosa y cercana. Pero ¿y para Dios? Pienso que para Dios María fue la puerta de la tierra. Por ella, por su alma y por su cuerpo, Dios entró en este mundo nuestro. Por ella Dios acampó entre nosotros, haciéndose niño. Por ella anticipó un milagro, convirtiendo el agua en vino; por ella adelantó la promesa de una vida eterna, resucitando a su Hijo.

María es puerta para nosotros y puerta para Dios. Para el Padre, que la creó con amor, para el Hijo, que se alojó en su cuerpo, para el Espíritu Santo, que aleteó siempre en sus entrañas. 

¡Puerta del cielo! Ruega por nosotros y guíanos. Puerta del cielo, enséñanos a abrir nuestras puertas al Espíritu que nos transforma. Puerta del cielo, ayúdanos a ser, también, pequeños portales por donde la luz de Dios pueda derramarse en el mundo.

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