domingo, 16 de agosto de 2009

Cuando la pobreza es libertad

Santa Clara, luz en la Iglesia

El 11 de agosto celebramos la fiesta de santa Clara, una mujer que destaca, luminosa como su nombre, en la historia de la Cristiandad.

La historia de Clara y su vocación es hermosa y ha merecido muchas páginas, canciones e incluso películas de cine. La intrépida jovencita que huye de su casa, en medio de la noche, para abrazar la vida religiosa y seguir el ejemplo de pobreza evangélica de San Francisco, inspira y arroja un soplo de brisa fresca para nuestra fe. Pero, más allá de ofrecernos una historia bonita y ejemplar, Clara con su vida nos transmite un mensaje excepcionalmente actual, a las mujeres y a los cristianos de hoy.

El mundo que conoció Clara era un mundo inestable, sacudido por la guerra y las pugnas de poder entre señores feudales. También era un mundo culto —ella pertenecía a la nobleza de Asís—, un mundo que buscaba la belleza en la poesía trovadoresca y en el arte, en el refinamiento y en la cortesía. La Iglesia de la época era una institución poderosa, rica e involucrada en las luchas entre reinos y ciudades; muchas comunidades religiosas, lejos de ser ejemplo para los fieles, eran ostentación de lujo y poder. El evangelio de Jesús parecía quedar muy lejos de la realidad que envolvía a Clara… Y, sin embargo, en ella había una inquietud muy honda. Un día, escuchando predicar a Francisco, el joven que había abandonado su casa y sus bienes para lanzarse a vivir una experiencia insólita de pobreza evangélica, se dejó tocar el corazón.

Llevada por su amor a Jesús, fundó una comunidad, que con el tiempo sería la orden de las Clarisas, las damas pobres, como las llamaban Francisco y los suyos. En sus monasterios, la regla era vivir el evangelio cada día, amando y practicando la caridad entre todas las hermanas. Clara supo dirigir esta primera comunidad con firmeza y a la vez ternura, dando ejemplo con todas sus acciones al resto de mujeres que siguieron su camino. Viviendo en la pobreza, confiando tan sólo en la Providencia y con un talante muy humilde, llegó a ser consejera de obispos, sacerdotes e incluso papas, que la visitaron y quedaron impresionados ante la autenticidad de su vocación.

Qué nos dice Clara, hoy

El mundo del siglo XXI es muy diferente, pero comparte ciertas características con la Italia medieval en que vivió Clara. Por un lado, en Occidente estamos acostumbrados a gozar de la opulencia y de toda clase de comodidades. El dios de nuestras sociedades, sin duda, es el dinero. El paraíso, es el bienestar económico. Por otro lado, la crisis global que se ha desencadenado, las guerras y el terrorismo, han convulsionado el mundo. La Iglesia sigue navegando contra viento y marea, depurada de muchos lastres del pasado, pero recibe frecuentes ataques y es desprestigiada sistemáticamente por el poder mediático y político. El evangelio es una realidad muy remota y ajena a la mayoría de ciudadanos occidentales. Al igual que en tiempos de Clara, el miedo y la inseguridad estremecen la sociedad entera. Ante la amenaza de la pobreza, la posesión de dinero y bienes materiales es más valorada que nunca. ¿Qué mensaje nos aporta la santa de Asís?

En medio del miedo y la zozobra, ella nos anima a tener coraje y fe.

En medio de una sociedad que rinde culto al dinero, ella nos demuestra que la pobreza es la libertad. No es una pobreza fruto de la miseria, sino una opción de vida que implica dejar a un lado todo cuanto nos ata y nos impide amar. La pobreza franciscana de Clara es el desapego, la liberación de dependencias y afanes materiales; es desprendimiento, sobriedad, generosidad.

A una juventud hambrienta de amor, angustiada por su futuro y falta de horizontes, Clara le señala un camino que no ofrece seguridades, pero sí una vida bella, intensa y en plenitud. Fue una adolescente que lo tenía todo, pero renunció a todo por un amor mucho más grande y ganó una vida apasionada y llena de sentido.

A una cultura cínica, escéptica y pesimista, Clara grita ¡esperanza!, construida cada día en el trabajo callado, en el amor incansable, en la palabra suave y en la mirada que acaricia el alma.

En medio de un mundo donde nada es para siempre y las relaciones se hacen y se rompen como las olas, Clara demuestra que un sí valeroso dura para siempre, y que el amor, si se arraiga en Dios, resiste todas las tempestades.

Esgrimir a Cristo bien alto

Una de las imágenes más conocidas de santa Clara la representa sosteniendo una custodia en alto. Se dice que, cuando un ejército de sarracenos marchó sobre Asís dispuesto a tomar la ciudad, Clara salió a las puertas del convento esgrimiendo la Sagrada Forma. La tropa enemiga se detuvo y abandonó el ataque, quedando la ciudad salvada.

Sea leyenda o historia engrandecida, este gesto de Clara también es iluminador. Ante los ataques del miedo, la incerteza y el mal que parece cundir en el mundo, los cristianos tenemos una defensa que nunca falla: el mismo Cristo. Enarbolemos a Cristo en nuestro corazón, aferrémonos a él y mostrémoslo al mundo, sin temor. Y Cristo, el mismo Dios que se ha dado por nosotros, nos protegerá y hará retroceder el mal. Es nuestra única —y grande— esperanza.

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