domingo, 16 de marzo de 2008

De la carta a los cristianos de Filipo (Fl 2, 6-11)

En esta carta a los Filipenses, Pablo explica con claridad la doble naturaleza de Jesús: humana y divina. Siendo Dios, es a la vez hombre, como cualquiera de nosotros. Está sujeto también a la tristeza, a la enfermedad, al dolor y la muerte. Este es el gran misterio de nuestra fe cristiana. ¿Cómo es posible que Dios se rebaje de tal manera, hasta morir a manos de la injusticia? ¿Puede un Dios permitirlo? Para muchas personas, incluso creyentes, esto es inaceptable. En época de Pablo, reconocer la humanidad de Dios resultaba escandaloso. ¿Cómo puede Dios humillarse de tal modo?

Pero esta es justamente la grandeza de nuestro Dios. De la misma manera que él baja y se encarna en la condición humana, con Jesús el Padre enaltece a la humanidad hasta elevarla a condición divina. La muerte no tiene la última palabra. Pablo nos muestra cómo la persona obediente a Dios hasta el fin recibe un don inmenso, que sobrepasa la muerte y las limitaciones temporales. A Jesús, que por amor al Padre acepta su pasión y muerte en cruz, el Padre lo resucita y lo eleva en la cima de la creación. Y Jesús abre este camino de resurrección para todos nosotros. Para llegar a esa meta, tan solo hemos de seguirlo, tomando nuestra cruz y dejando que sea Dios quien dicte los pasos de nuestra historia. Abandonados en su voluntad, ¡no temamos! El amor a Dios y a los demás no va a ahorrarnos sufrimiento, pero sí nos dará una vida completa, intensa y perdurable, hasta la eternidad.

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