domingo, 4 de julio de 2010

Cautelas de San Juan de la Cruz -1-

Además de sus poemas y sus obras más conocidas, como Subida al Monte Carmelo, San Juan de la Cruz escribió numerosas cartas, reflexiones y consejos espirituales dirigidos a sus monjes y a religiosas de su orden. Entre estos escritos leí hace poco unas “cautelas” que redactó a modo de avisos para que toda persona consagrada pueda vencer a los tres tradicionales enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne.

Aunque el lenguaje de estos textos nos pueda parecer arcaico, estas cautelas me parecieron consejos totalmente actuales y aplicables a los cristianos de hoy, consagrados o no, y muy especialmente a aquellos que están comprometidos en parroquias, movimientos o comunidades. Voy a intentar resumirlos y traducir a un lenguaje moderno su contenido. Hoy comenzaré por las cautelas “contra el mundo”.

Contra el mundo

Antes de empezar, hay que precisar que no se trata de ir contra el mundo armados como héroes justicieros, automarginándonos, pertrechándonos tras un muro o atacando con beligerancia aquello que no está conforme con nuestras ideas y valores. Por mundo, como concepto teológico, podemos entender todas aquellas tendencias, ideologías y actitudes que arrastran a la persona, anulan su capacidad de juicio y la impiden crecer, madurar y dar lo mejor de sí. ¡Y hay tantas! Forman una auténtica riada cuyo único fin es masificar la sociedad humana, envolverla en su cieno y adormecerla, para poder manipularla mejor. Muchas de estas ideas y contravalores incluso se nos presentan como positivos, naturales, humanos y atractivos. Veamos qué nos dice San Juan.

Primera cautela

Ten igualdad de amor y olvido con todas las personas. No ames más a unos que otros. No tengas preferencias familiares.

Con esto, se nos dice que debemos amar a todos y mostrarnos amables, pacientes, delicados y generosos con toda persona, sin distinción. Por supuesto, no vamos a tratar con la misma confianza a un ser querido que a alguien a quien apenas conocemos; ni tampoco vamos por eso a destruir esos vínculos especiales, de simpatía, amistad y comunión con nuestros familiares y amigos más íntimos. Lo que nos indica San Juan es que no debemos discriminar a nadie. Es aquello del “amad a vuestros enemigos”; “si sólo amáis a los que os aman, ¿en qué os diferenciáis de los fariseos?” (Mt 5, 43-48). Se trata de no excluir a nadie, de ser ecuánimes en los afectos y de no tratar peor, sino igual de bien y con especial atención a las personas que nos caen mal o nos producen rechazo; incluso a las que alguna vez nos han ofendido o causado un daño.

En cuanto a la familia, tampoco se trata de olvidarnos de nuestros seres queridos, por supuesto. Esta cautela nos previene contra el egoísmo familiar. Hay quienes darían la vida por sus parientes, pero les importa bien poco el resto de los mortales. Un cristiano convencido se siente hermano de todos y no le es indiferente el sufrimiento de nadie. Nuestra familia va mucho más lejos de los lazos de sangre.

Segunda cautela

No te angusties ni obsesiones por los bienes temporales. Mantén la paz. Busca primero el Reino de Dios.

¡Otro consejo bien actual! Y más ahora, en tiempos de crisis, en que muchos padecen problemas económicos y otros se aferran a su dinero y a sus bienes con más ansia que nunca. Esta cautela nos remite al evangelio de Mateo: “no os afanéis pensando qué comeréis, qué vestiréis…” Si Dios cuida de los gorriones del campo, ¿cómo no va a cuidar de vosotros? (Mt 6, 25-34) San Juan nos recuerda que hay que confiar en la Providencia. Pero, cuidado, sin olvidar aquel dicho tan popular, “a Dios rogando y con el mazo dando”. Confiar y no obsesionarse no excluye un trabajo concienzudo, perseverante y honesto. Esta cautela no nos empuja al quietismo y a la fe ciega, sino a una actitud interior de paz, de calma activa, que nos permitirá trabajar sin obsesiones. Quien busca el Reino de Dios encontrará su sustento. Pues el Reino de Dios es también el trabajo hecho con amor, el esfuerzo por hacer las cosas bien, la puntualidad, la constancia, la atención, el detalle, el sacrificio por los seres queridos.

En realidad, esta segunda cautela nos previene contra la tentación materialista de reducir todos los problemas a una cuestión de dinero y pensar que el dinero lo puede solucionar todo; es un aviso contra la deificación del dinero y los bienes de consumo, tan extendida hoy por el mundo, incluso entre los cristianos.

Tercera cautela

Guárdate de querer saber y de hablar sobre lo que pasa en las vidas ajenas.

¡Cómo nos gusta el cotilleo! Si hasta está bien visto. Alrededor del comadreo público se mueven enormes negocios. Los programas estrella de televisión y las revistas más vendidas suelen ser precisamente esto: escenarios de chismorreo acerca de las vidas de personajes más o menos famosos. Y en la calle, en el trabajo, en el vecindario, en las mismas parroquias, en asociaciones y comunidades… ¡cuántas horas gastadas en hablar de los demás! Es natural, sí, y nos encanta. Pero esto no nos hará crecer espiritualmente. Incluso puede llegar a enrarecer y a cubrir de hipocresía nuestras relaciones. Tenemos bastante con nuestras propias vidas, no queramos entrometernos en las de los demás. Un cristiano coherente debería rechazar, siempre, tanto participar en las habladurías como escucharlas. Fuera la insana curiosidad. Santa Teresa, muy en la onda de San Juan, recordaba: “Hermanas, una de dos; o no hablar, o hablar de Dios”. Hablemos de cosas que valen la pena, de cosas que nos alivian, nos enseñan, nos despiertan y nos acercan a los demás. Practiquemos una verdadera comunicación —y no nos dediquemos a etiquetar y a juzgar a los demás, que a eso es a lo que se reduce el comadreo—. Y si no nos es posible en un determinado contexto, callemos y vayamos a otra parte.

Estas fueron las cautelas “contra el mundo”, que podríamos resumir en:

— amar a todos con caridad ecuánime
— no obsesionarse con el dinero y los bienes materiales
— no perder el tiempo fisgoneando en las vidas ajenas

Son tres consejos bien sencillos… pero difíciles de cumplir. Lograrlo pide un cambio importante en nuestras vidas pero también generará un estirón espiritual que nos ayudará enormemente.