La controversia surgida recientemente entorno al Cristianismo y el Islam nos sitúa ante una cuestión crucial: ¿son tolerantes las religiones?
Creo que no hay religión cuya historia no cuente con episodios oscuros y cruentos. Como instituciones humanas y limitadas, las estructuras religiosas se adaptan a tiempos y culturas, se entremezclan con asuntos políticos y juegos de poder y, en muchas ocasiones, son instrumento para propiciar guerras o represiones.
El Cristianismo lo conoce bien. Las críticas constantes nos recuerdan, una y otra vez, a menudo con machacona insistencia, las realidades de la Inquisición y de las Cruzadas. El Papa Juan Pablo II hizo al respecto dos gestos audaces y honestos: por un lado, pidió perdón por los abusos y crímenes cometidos en nombre de la Iglesia Católica (gesto que ningún político o líder de otras corrientes ha imitado). Y, esto es menos conocido, el Papa también ha alentado un estudio minucioso y riguroso de todo cuanto hizo la Inquisición, sus procesos, condenas y estadísticas, para conocer y divulgar con transparencia cuál fue el alcance real de su actuación. Los resultados de estos estudios, poco conocidos, dan lugar a una reflexión que merece capítulo aparte.
Pero no es la Iglesia Católica la única que ha pecado en este sentido. Un estudioso imparcial del Islam, del Budismo o de cualquier otra confesión encontrará en ellas episodios muy similares a las persecuciones, a las cruzadas y a las olas represivas del cristianismo.
Sería injusto juzgar y valorar una creencia por los errores históricos de sus seguidores sin conocer su auténtico espíritu original. Si regresamos a sus orígenes, veremos que la mayoría de religiones abogan por la paz. “La paz sea con vosotros”, es la primera frase que Jesús dirige a los suyos después de resucitado. “Vengo a traeros la paz”, dice en otra ocasión. Islam es una palabra que se traduce por “salvación”, y cuya raíz es la palabra “salam”, o “paz”. El judaísmo, pese a su tinte guerrero, también defiende la paz y la buena convivencia, como lo reflejan los mismos Diez Mandamientos, que condenan el matar, y muchos escritos del Antiguo Testamento y de la Torah.
En sus raíces, las religiones buscan la paz y la tolerancia. Y es sobre esa base donde se puede asentar un diálogo interreligioso fructífero. En el caso del Cristianismo, podemos encontrar bien documentada esa voluntad de paz, tolerancia y respeto hacia los no creyentes o creyentes de otras confesiones.
Jesús mismo dice a sus discípulos, cuando éstos se enojan al ver a otros predicando en su nombre: “No los estorbéis, pues quien no está contra mí, está conmigo”. San Pedro, en su primera carta a los romanos, un texto precioso que vale la pena leer en profundidad, exhorta a los fieles a ser defensores de su fe, con un gran respeto y delicadeza hacia quienes no la comparten: “estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pe 3, 14-16). Vemos cómo en los mismos orígenes de la fe cristiana la tolerancia es una actitud básica del buen creyente.
El mismo Mahoma, en los inicios del Islam, propugna una actitud similar. En su controvertido discurso en Ratisbona, Benedicto XVI cita también una de las primeras suras del Corán, en la cual el profeta afirma que “en las cosas de la fe, no debe haber constricción alguna”. Por supuesto, esta afirmación contradice la posterior defensa de una guerra santa, de igual modo que las afirmaciones de los primeros apóstoles son totalmente contrarias a las cruzadas que se libraron siglos después.
Las religiones siguen vivas porque su espíritu sigue vivo. Y las cosas vivas crecen y evolucionan. Hoy la Iglesia Católica se esfuerza por dialogar con el mundo y por promover la paz y la justicia. Recordemos que el Papa Juan Pablo II fue uno de los primeros líderes mundiales en condenar pública y rotundamente la guerra de Irak y el concepto de “guerra preventiva”. Decididamente, la Iglesia apuesta por el diálogo y el encuentro de culturas. Es de esperar que las otras grandes religiones del mundo también respondan a esta necesidad y sigan evolucionando para hacer revivir su mensaje originario de paz y de benevolencia.
Creo que no hay religión cuya historia no cuente con episodios oscuros y cruentos. Como instituciones humanas y limitadas, las estructuras religiosas se adaptan a tiempos y culturas, se entremezclan con asuntos políticos y juegos de poder y, en muchas ocasiones, son instrumento para propiciar guerras o represiones.
El Cristianismo lo conoce bien. Las críticas constantes nos recuerdan, una y otra vez, a menudo con machacona insistencia, las realidades de la Inquisición y de las Cruzadas. El Papa Juan Pablo II hizo al respecto dos gestos audaces y honestos: por un lado, pidió perdón por los abusos y crímenes cometidos en nombre de la Iglesia Católica (gesto que ningún político o líder de otras corrientes ha imitado). Y, esto es menos conocido, el Papa también ha alentado un estudio minucioso y riguroso de todo cuanto hizo la Inquisición, sus procesos, condenas y estadísticas, para conocer y divulgar con transparencia cuál fue el alcance real de su actuación. Los resultados de estos estudios, poco conocidos, dan lugar a una reflexión que merece capítulo aparte.
Pero no es la Iglesia Católica la única que ha pecado en este sentido. Un estudioso imparcial del Islam, del Budismo o de cualquier otra confesión encontrará en ellas episodios muy similares a las persecuciones, a las cruzadas y a las olas represivas del cristianismo.
Sería injusto juzgar y valorar una creencia por los errores históricos de sus seguidores sin conocer su auténtico espíritu original. Si regresamos a sus orígenes, veremos que la mayoría de religiones abogan por la paz. “La paz sea con vosotros”, es la primera frase que Jesús dirige a los suyos después de resucitado. “Vengo a traeros la paz”, dice en otra ocasión. Islam es una palabra que se traduce por “salvación”, y cuya raíz es la palabra “salam”, o “paz”. El judaísmo, pese a su tinte guerrero, también defiende la paz y la buena convivencia, como lo reflejan los mismos Diez Mandamientos, que condenan el matar, y muchos escritos del Antiguo Testamento y de la Torah.
En sus raíces, las religiones buscan la paz y la tolerancia. Y es sobre esa base donde se puede asentar un diálogo interreligioso fructífero. En el caso del Cristianismo, podemos encontrar bien documentada esa voluntad de paz, tolerancia y respeto hacia los no creyentes o creyentes de otras confesiones.
Jesús mismo dice a sus discípulos, cuando éstos se enojan al ver a otros predicando en su nombre: “No los estorbéis, pues quien no está contra mí, está conmigo”. San Pedro, en su primera carta a los romanos, un texto precioso que vale la pena leer en profundidad, exhorta a los fieles a ser defensores de su fe, con un gran respeto y delicadeza hacia quienes no la comparten: “estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pe 3, 14-16). Vemos cómo en los mismos orígenes de la fe cristiana la tolerancia es una actitud básica del buen creyente.
El mismo Mahoma, en los inicios del Islam, propugna una actitud similar. En su controvertido discurso en Ratisbona, Benedicto XVI cita también una de las primeras suras del Corán, en la cual el profeta afirma que “en las cosas de la fe, no debe haber constricción alguna”. Por supuesto, esta afirmación contradice la posterior defensa de una guerra santa, de igual modo que las afirmaciones de los primeros apóstoles son totalmente contrarias a las cruzadas que se libraron siglos después.
Las religiones siguen vivas porque su espíritu sigue vivo. Y las cosas vivas crecen y evolucionan. Hoy la Iglesia Católica se esfuerza por dialogar con el mundo y por promover la paz y la justicia. Recordemos que el Papa Juan Pablo II fue uno de los primeros líderes mundiales en condenar pública y rotundamente la guerra de Irak y el concepto de “guerra preventiva”. Decididamente, la Iglesia apuesta por el diálogo y el encuentro de culturas. Es de esperar que las otras grandes religiones del mundo también respondan a esta necesidad y sigan evolucionando para hacer revivir su mensaje originario de paz y de benevolencia.