domingo, 24 de septiembre de 2006

Religión y tolerancia

La controversia surgida recientemente entorno al Cristianismo y el Islam nos sitúa ante una cuestión crucial: ¿son tolerantes las religiones?

Creo que no hay religión cuya historia no cuente con episodios oscuros y cruentos. Como instituciones humanas y limitadas, las estructuras religiosas se adaptan a tiempos y culturas, se entremezclan con asuntos políticos y juegos de poder y, en muchas ocasiones, son instrumento para propiciar guerras o represiones.

El Cristianismo lo conoce bien. Las críticas constantes nos recuerdan, una y otra vez, a menudo con machacona insistencia, las realidades de la Inquisición y de las Cruzadas. El Papa Juan Pablo II hizo al respecto dos gestos audaces y honestos: por un lado, pidió perdón por los abusos y crímenes cometidos en nombre de la Iglesia Católica (gesto que ningún político o líder de otras corrientes ha imitado). Y, esto es menos conocido, el Papa también ha alentado un estudio minucioso y riguroso de todo cuanto hizo la Inquisición, sus procesos, condenas y estadísticas, para conocer y divulgar con transparencia cuál fue el alcance real de su actuación. Los resultados de estos estudios, poco conocidos, dan lugar a una reflexión que merece capítulo aparte.

Pero no es la Iglesia Católica la única que ha pecado en este sentido. Un estudioso imparcial del Islam, del Budismo o de cualquier otra confesión encontrará en ellas episodios muy similares a las persecuciones, a las cruzadas y a las olas represivas del cristianismo.

Sería injusto juzgar y valorar una creencia por los errores históricos de sus seguidores sin conocer su auténtico espíritu original. Si regresamos a sus orígenes, veremos que la mayoría de religiones abogan por la paz. “La paz sea con vosotros”, es la primera frase que Jesús dirige a los suyos después de resucitado. “Vengo a traeros la paz”, dice en otra ocasión. Islam es una palabra que se traduce por “salvación”, y cuya raíz es la palabra “salam”, o “paz”. El judaísmo, pese a su tinte guerrero, también defiende la paz y la buena convivencia, como lo reflejan los mismos Diez Mandamientos, que condenan el matar, y muchos escritos del Antiguo Testamento y de la Torah.

En sus raíces, las religiones buscan la paz y la tolerancia. Y es sobre esa base donde se puede asentar un diálogo interreligioso fructífero. En el caso del Cristianismo, podemos encontrar bien documentada esa voluntad de paz, tolerancia y respeto hacia los no creyentes o creyentes de otras confesiones.

Jesús mismo dice a sus discípulos, cuando éstos se enojan al ver a otros predicando en su nombre: “No los estorbéis, pues quien no está contra mí, está conmigo”. San Pedro, en su primera carta a los romanos, un texto precioso que vale la pena leer en profundidad, exhorta a los fieles a ser defensores de su fe, con un gran respeto y delicadeza hacia quienes no la comparten: “estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pe 3, 14-16). Vemos cómo en los mismos orígenes de la fe cristiana la tolerancia es una actitud básica del buen creyente.

El mismo Mahoma, en los inicios del Islam, propugna una actitud similar. En su controvertido discurso en Ratisbona, Benedicto XVI cita también una de las primeras suras del Corán, en la cual el profeta afirma que “en las cosas de la fe, no debe haber constricción alguna”. Por supuesto, esta afirmación contradice la posterior defensa de una guerra santa, de igual modo que las afirmaciones de los primeros apóstoles son totalmente contrarias a las cruzadas que se libraron siglos después.

Las religiones siguen vivas porque su espíritu sigue vivo. Y las cosas vivas crecen y evolucionan. Hoy la Iglesia Católica se esfuerza por dialogar con el mundo y por promover la paz y la justicia. Recordemos que el Papa Juan Pablo II fue uno de los primeros líderes mundiales en condenar pública y rotundamente la guerra de Irak y el concepto de “guerra preventiva”. Decididamente, la Iglesia apuesta por el diálogo y el encuentro de culturas. Es de esperar que las otras grandes religiones del mundo también respondan a esta necesidad y sigan evolucionando para hacer revivir su mensaje originario de paz y de benevolencia.

domingo, 17 de septiembre de 2006

Sobre las palabras del Papa y el Islam

La reciente polémica sobre unas supuestas palabras del Santo Padre ofensivas para el Islam me ha llevado a investigar un poco. He ido directamente a la página del Vaticano (http://www.vatican.va/) y he descargado y leído el discurso en cuestión. Y lo que he encontrado es una espléndida conferencia sobre fe y razón, en absoluto un ataque dirigido hacia la fe musulmana.

Como en tantas otras ocasiones, se trata, una vez más, de una noticia tergiversada y totalmente fuera de contexto.

En primer lugar, el discurso del Papa no es un comunicado político ni dirigido a los gobernantes de ningún país, sino una conferencia sobre fe, ciencia y universidad, pronunciada en la Universidad de Regensburg ante los profesores y científicos.

En segundo lugar, las palabras del Papa no son suyas, sino que el Santo Padre está comentando un texto del siglo XV, el diálogo entre un emperador bizantino, Manuel II Paleólogo, y un erudito persa, sobre la verdad en las tres religiones, cristiana, judía y musulmana. Las polémicas palabras son las que pronuncia dicho emperador. El Papa las utiliza como punto de partida del tema de su charla sobre fe y razón.

Pero, ¿qué dicen esas frases? Voy a transcribirlas, literalmente: “El emperador se dirige a su interlocutor con rotundidad, interpelándolo acerca de la relación entre religión y violencia en general, diciendo: “Muéstrame qué novedad aporta Mahoma, y si no es algo malvado e inhumano ordenar difundir la fe por la espada”. ... y continúa explicando las razones por las que expandir la fe mediante la violencia es algo irrazonable. La violencia es incompatible con la naturaleza de Dios y del espíritu. “Dios no se complace en el derramamiento de sangre y actuar irracionalmente es contrario a la naturaleza de Dios”.

Este es el fragmento que ha desatado tantas reacciones violentas en el mundo islámico y ha hecho derramar tinta en la prensa internacional. Las palabras del Papa, repetimos, no son suyas, sino un comentario a un diálogo pronunciado en el siglo XV sobre violencia y religión.

Por otra parte, esas palabras, ¿no nos resultan tremendamente actuales? Creo que casi todos nosotros, y cualquier gobernante democrático de nuestros países occidentales podrían hacerlas suyas. Rechazar la violencia y la guerra santa como medio para difundir la fe es algo que toda persona tolerante y democrática acepta. Cualquier ciudadano progresista que se precie podría decir lo mismo: la fe nunca se puede imponer y, menos aún, por las armas.

Estas son las palabras que, sacadas fuera de su contexto, han provocado tanto escándalo en los medios de comunicación y en una parte del mundo islámico. Las reacciones han sido violentas y desproporcionadas. ¿Realmente los periodistas y la sociedad se han molestado en conocer el contenido del discurso y su significado? ¿Por qué se han centrado en estas cuatro frases, sacándolas de contexto, y no se han fijado en el tema de la charla del Papa, mucho más interesante para la sociedad de hoy? A mi ver, la relación entre fe, razón y ciencia es un tema mucho más trascendente que esas trifulcas y rencillas fundamentalistas.

Por otro lado, la reacción de ciertos ambientes musulmanes es preocupante. Las imágenes de violentas manifestaciones contra el Papa aparecidas en TV dan que pensar. Destilan odio. No se puede evitar tener la sensación de hallarse ante grandes masas de gentes desinformadas y manipuladas, azuzadas por alguien que fomenta en ellas el rencor y la ira. ¿Es esto lo que queremos? Algunos dicen que, para atacar a la Iglesia, todo vale. Pero aliarse con el fundamentalismo, ¿no es arrojar piedras al propio tejado? Quienes protestan tan acaloradamente no tienen en cuenta que en Occidente existe la libertad de pensamiento, de expresión y de religión. Quizás por esto se han ofendido tanto. Porque, sin pretenderlo, con su comentario de su lectura, el Papa ha puesto el dedo en la llaga de una de las cuestiones más discutibles de la cultura islámica: la apología de la guerra santa y el uso de la violencia para implantar su fe.

Hubo un tiempo en que el Cristianismo también empleó la fuerza para imponer su credo. Afortunadamente, esas épocas han pasado y la Iglesia ha evolucionado mucho. Hoy, nadie pone en cuestión que la fe es un proceso personal y libre, que no debe obligarse. Para que se dé un diálogo entre religiones, así como entre civilizaciones, como propone nuestro presidente de gobierno, es necesario que éstas depongan las armas y afronten las cuestiones del mundo con mente abierta y receptiva. Es necesario, como dice el Papa en su magnífico discurso, que la fe y la razón se abracen y no se excluyan.

domingo, 10 de septiembre de 2006

¿Todas las religiones llevan a Dios?

¿Todas las religiones llevan a Dios?

En ciertos ámbitos he oído la siguiente afirmación: "Todas las religiones son caminos hacia Dios". Desde perspectivas diferentes, con medios distintos, todas conducen hacia una misma meta: el encuentro con la divinidad, con Dios. Por tanto, es indiferente el camino que elijas, mientras lo recorras de buena fe, pues todos te llevarán al mismo lugar. ¿Es realmente así?

Como escribí hace unas semanas, las religiones transmiten una experiencia mística trascendente. Son puentes hacia una realidad sagrada. Pero, ¿todas conducen a un mismo fin? Si las estudiamos en profundidad, veremos que no.

Para comenzar, algunas religiones son ateas. Esta afirmación puede resultar chocante, la intentaré explicar. Juan Pablo II, en su libro "Cruzando el umbral de la esperanza", ofrece una clase magistral sobre algunas religiones orientales y explica por qué el budismo, por ejemplo, es una religión sin Dios.


Religiones sin Dios

Ciertas religiones se constituyen como auténticos sistemas filosóficos, con valores que pueden ser muy loables, como la paz, la armonía con la naturaleza, la compasión, el ensalce de la humanidad… El fin de estas, como en el caso del budismo, es alcanzar un estado elevado de conciencia, la iluminación. Como consecuencia, se llega al llamado nirvana, donde el yo se disuelve en el infinito y se funde con toda la realidad existente. No hay lugar en estas religiones para un Dios, y mucho menos para un Dios personal con rostro humano. Sí se admite la existencia de una fuerza o energía creadora que llena todo el universo y de la cual todos los seres formamos parte. La divinidad está difusa y presente en todo, pero no es una persona a la cual podamos hablar. La conclusión final es que todo es una sola cosa, con mil diversas facetas, que se transforman. La diversidad y la personalidad no son más que espejismos. Todo forma parte de una sola entidad.

Estas religiones tienen mucho éxito hoy día por varios motivos. En primer lugar, porque su bagaje filosófico contiene valores y prácticas muy acordes con nuestra civilización individualista, estresada y amante del bienestar. Se trata de religiones que se viven mayoritariamente en el ámbito privado, personal, individual. Sus prácticas (meditación, relajación, yoga y otras) inducen estados de placidez y de calma que contrarrestan el estrés y las tensiones de la vida diaria. Sus valores son ampliamente aceptados y reconocidos: la misericordia, el amor, la paz, el retorno a la naturaleza… Es innegable que muchas personas se benefician de su práctica y esto explica su buena acogida en occidente. Dichas religiones, ya sean antiquísimas o ya sean nuevas corrientes surgidas de la llamada New Age, tienen una gran aceptación y a menudo se contraponen con otras religiones tradicionales a las que se acusa de dogmáticas o moralistas.


Riesgos de ciertas creencias

Es importante profundizar en estas filosofías para descubrir riesgos un tanto velados. Resulta paradójico que una religión que conduce a la disolución del yo encaje tan bien en una sociedad individualista, donde el ego personal se convierte en dios. Esto genera una sospecha hacia sus sistemas filosóficos. ¿Son tan sólidos y claros como aparentan?

El “panteísmo” que entrañan estas tendencias puede llevar a una deificación de la persona. Si todo es divino y yo formo parte de esta realidad, la conclusión fácil es esta: yo también soy dios. Como consecuencia de esta adoración de uno mismo la persona acaba ensimismándose en su nirvana ateo, sumergiéndose en su globo personal y alejándose cada vez más del mundo real que le rodea. Es una buena forma de escape ante una realidad a menudo incómoda y que nos desafía. La religión puede haber servido como terapia para aislarse y protegerse, pero, ¿hará que la persona sea realmente feliz y se desarrolle plenamente, en todo su potencial? Uno nunca puede vivir totalmente aislado y el choque con la realidad puede llegar a ser traumático. La persona que vive en sí misma corre el grave riesgo de tornarse asustadiza, huidiza ante la realidad, dependiente de sus prácticas o de sus gurus religiosos e incluso presentar patologías psíquicas.

Soy muy consciente de que estas reflexiones pueden causar inquietud e incomodar a muchas personas. Pero creo que la dimensión espiritual del ser humano necesita de un alimento que la haga crecer. Y para ello necesita abrirse al mundo y a los demás. Necesitamos del otro. El verdadero misticismo no busca un mundo ideal ni se eleva sobre la realidad, sino que se arraiga hondo en ella. Abrazando la realidad, tal como es ahora, es posible dignificarla y elevarla.