martes, 16 de mayo de 2006

Raquel, una historia de amor

Un amor más allá de la razón

La historia de Raquel está íntimamente ligada con la de Jacob, padre de doce hijos de quienes descenderían las doce tribus de Israel. Raquel es una mujer muy femenina y hermosa, tal como nos la describe el Génesis, y no siempre virtuosa en sus sentimientos y actitudes. Pero hay algunos rasgos en su historia que merece la pena destacar.

Raquel, con Jacob, protagoniza una hermosa historia de amor. Por ella, Jacob trabaja siete años para su padre, Labán. Pero Labán lo engaña en la misma noche de bodas y sustituye a su hija Raquel por su hermana mayor, Lía, alegando que en su tierra no es correcto dar en matrimonio a la hija menor antes que a la primogénita. Para conseguir desposarse con Raquel, a Jacob no le importa trabajar siete años más en la hacienda de Labán. Tan enamorado está, que los años “aún se le hacen pocos días”. Este romance es una bonita flor que brota en las páginas bíblicas, sobrepasando las convenciones de una sociedad patriarcal arraigada en sus costumbres.

El deseo de maternidad

La relación entre ambas hermanas, Lía y Raquel, una amada y la otra desposada por la fuerza, no será fácil. Lía concebirá muchos hijos, mientras que Raquel tardará años en hacerlo. Los celos estallarán entre ambas hermanas, que rivalizarán durante años por dar descendencia a su esposo. Finalmente, también Raquel tiene hijos. El primero de ellos es José, que más tarde sería vendido por sus hermanos e iniciaría la aventura del pueblo de Israel en Egipto.

Así, vemos cómo la gran pasión de la vida de Raquel fue la maternidad. En su contexto histórico, ser madre era lo que más valor daba a la vida de una mujer. Su último hijo, Benjamín, fue alumbrado en un parto difícil, que le causó la muerte. Raquel lo llamó Ben-Omi, hijo del dolor, aunque posteriormente su padre lo renombró Ben-Iamin, el hijo de la dicha, en recuerdo de la felicidad que había disfrutado junto a su esposa. Hoy día en algunos países se ha extendido un movimiento llamado “el apostolado de Raquel”. Consiste en ayudar a aquellas mujeres que, a pesar de las dificultades y los riesgos para su salud, deciden ser madres y llevar adelante su maternidad. Y esto me lleva a la segunda reflexión.

La actitud de estas madres, que para muchos es heroica, ciertamente puede ser discutible. ¿Por qué arriesgar la vida, sin necesidad, para tener un hijo? ¿No resulta absurdo e imprudente? Tal vez una mujer con dificultades o peligro para engendrar debería buscar otras opciones. Pero, en el supuesto de que esté ya embarazada y peligre su vida, ¿quién puede erigirse en juez e impedirle que opte por la vida de su hijo? Hoy día, el aborto es permitido y legal en muchos países, con o sin restricciones. En España, si la madre corre un riesgo para su salud, física o anímica, se considera lícito. La elección de las madres que prefieren continuar adelante con su embarazo y tener su criatura no puede menos que ser admirada, del mismo modo que admiramos el heroísmo de quienes se arriesgan altruistamente para salvar la vida de otros, aún sabiendo que pueden perder la vida en el intento.

Dar la vida, algo intrínseco al ser humano

Muchos podrían alegar insensatez o locura en la disponibilidad para dar la vida por los demás. Hoy día, incluso podría tacharse de fanatismo religioso. Algunos aseguran que estas actitudes van en contra de la verdadera naturaleza e instinto humano, que son enfermizas y neuróticas, casos de psiquiátrico y no muestras de grandeza moral. Quienes afirman esto quizás tengan una pobre imagen de lo que es la naturaleza humana.

Es propio del instinto humano luchar por la supervivencia y por la propia preservación. Pero, incluso en los animales, se dan otras tendencias que a veces pueden contradecir estos primeros impulsos y superarlos. Se ha observado que muchas hembras de mamíferos son capaces de arriesgar su vida y de atraer a los depredadores hacia sí mismas para proteger a sus crías. Si esto se da en los animales, ¿cómo podemos pensar que sea extraño a la especie humana? El amor abnegado, el amor que no necesita razones, sin límites, sin miedos y sin reparos, es tan connatural al ser humano como su capacidad de sobrevivir. Dar la vida por amor es algo que se hunde en las mismas raíces de nuestro ser. No se trata de una actitud extraña o ajena a nuestra verdadera naturaleza, sino de un reflejo del mismo Amor que nos hizo existir: ese aliento sagrado de Dios que aletea sobre el universo y palpita tras la vida de todos los seres de la Creación.


lunes, 1 de mayo de 2006

Más sobre Eva

Un preludio de la igualdad de géneros

La mayoría de gentes se refieren al relato de la Creación que refiere cómo Eva fue creada de la costilla de Adán. Tal vez muchos ignoran que el Génesis ofrece dos relatos paralelos de la creación del ser humano. El más conocido es el que acabo de mencionar. Es el más antiguo y, en realidad, recoge mitos comunes a diversas religiones orientales. El otro relato, escrito en época más reciente, nos dice sucintamente que Dios creó al hombre (hombre en sentido genérico), e inmediatamente precisa: hombre y mujer los creó. No dice que creara al uno antes que al otro, sino que, simultáneamente, Dios creó al hombre y a la mujer. Es decir, que el ser humano tiene, desde su mismo origen, un doble género: masculino y femenino. La sexualidad está en las mismas raíces y forma parte de la esencia más profunda y genuina del ser humano. Las personas somos seres humanos, sí. Pero no podemos serlo sin ser, al mismo tiempo, hombre o mujer. Al reconocer que la dualidad de sexos es consubstancial al ser humano, el Génesis está reconociendo su igualdad y equipara su valor ante Dios. La mujer, al igual que el hombre, también es creada a imagen y semejanza de Dios. Es imagen de Dios. Por tanto, Dios está por encima de una imagen masculina, propia de las culturas patriarcales, y también de una imagen femenina de las Diosas Madre, de la fecundidad. Ambos aspectos se contienen en Dios. “Dios es Padre y Madre”, afirmó el Papa Juan Pablo I. Y esta afirmación recoge, en realidad, lo que ya habían afirmado varios profetas del Antiguo Testamento: Dios es entrañable y cariñoso como una madre con sus criaturas.

El Génesis asienta una base para los futuros derechos humanos y la igualdad de géneros. Ambos, hombre y mujer, son imagen de Dios y seres humanos de pleno derecho. Aunque el peso antropológico de las diversas culturas –a menudo machistas e influyentes sobre las prácticas religiosas -no siempre lo ha reconocido así, en las mismas raíces de la religión cristiana esta igualdad es reconocida y proclamada. Como todo hecho encarnado en el mundo, las religiones pueden ser manipuladas y mal utilizadas, contaminándose con ideologías totalmente ajenas a su espíritu original.

El relato del Génesis se convierte, así, en preludio de la igualdad de género. Algo insólito en otras religiones coetáneas del judaísmo antiguo. Tal vez por esto no sea de extrañar que los países de cultura cristiana y judía sean los que, con el paso de los siglos, han propiciado en mayor medida la emancipación de la mujer y su progresivo avance hasta equipararse, con justicia, al hombre.