lunes, 19 de diciembre de 2005

La esposa del Cantar de los Cantares

Pocos libros hay en la Biblia tan hermosos, tan controvertidos y que hayan recibido tantas interpretaciones como el Cantar de los Cantares. Este poema, que rezuma pasión humana y al mismo tiempo se eleva hacia altas cotas de misticismo, ha sido motivo de cientos de libros, comentarios y nuevas poesías, como las inolvidables de San Juan de la Cruz.

Hoy quisiera detenerme en la mujer, la esposa del Cantar de los Cantares, la protagonista femenina de este extraordinario poema que, como flor bellísima, brota entre las páginas de la Biblia.

Creo que todas las mujeres deberíamos leer este libro, saboreando sus palabras y recordando, al tiempo que las leemos, que hay alguien que nos está amando de esta forma singular. Pongámonos en el lugar de la esposa y consideremos que el esposo es Dios. La esposa del Cantar es la viva imagen de la mujer amada. El amor, humano y físico, que se desgrana con lirismo en los versos, es un amor real y es, a la vez, eco y sombra del amor, inmenso y puro, de Dios hacia sus criaturas. Si un ser humano es capaz de amar así, ¿cuánto mayor no será el amor de Dios, que es el mismo Amor?

En el Cantar se nos desvela una dinámica muy propia del ser humano: ese juego amoroso de búsqueda y encuentro, que también se da entre la persona y Dios. En el caso de las mujeres, creo que expresa de manera insuperable la manera en que Dios ama a la mujer y la cualidad de su amor.

En este amor, es Dios –el amante -quien acude primero a su amada, la busca, la recoge, la ensalza y la colma de dones. “¡Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven!... Paloma mía que anidas en las hendiduras de las rocas, en las grietas de las peñas escarpadas, dame a ver tu rostro, hazme oír tu voz. Que tu voz es dulce y encantador tu rostro”. Este fragmento resulta tremendamente conmovedor. Es Dios quien viene a buscarnos, hundidas en la oscuridad, perdidas en los abismos de la tristeza y la soledad. Y es él quien nos suplica que le hablemos y le volvamos el rostro.

La amada, a los ojos del amante, siempre es hermosa y perfecta. Así somos todas las mujeres a los ojos de Dios, un Dios enamorado de su criatura. “¿Quién es esta que se levanta como la aurora, hermosa cual la luna, resplandeciente como el sol…?” "Aparta ya de mí tus ojos, que me fascinan…”

El mismo Dios, que es fuente del amor, suplica una respuesta. Este es el Dios personal que se desvela, poéticamente, en el Cantar: un Dios que, pudiendo prescindir de ella, necesita y desea el amor de su criatura. “Ponme como un sello sobre tu corazón, ponme en tu brazo como sello. Que es fuerte el amor como la muerte y son duros los celos… Son sus dardos saetas encendidas, son llamas de Yahvé”.

Decía Pablo Neruda en uno de sus poemas: “Quisiera hacer contigo lo que la primavera hace con las flores”. Así es como Dios actúa en nosotros. Esto es lo que Dios puede hacer en la mujer que se deja invadir por su amor. Dios hace florecer a las personas que ama y que se dejan amar por él. En la Biblia, no será hasta llegar al Nuevo Testamento cuando encontraremos una figura similar a la de la esposa del Cantar de los Cantares. Es María, inundada del amor de Dios, mientras entona su Magníficat.

sábado, 10 de diciembre de 2005

Ruth o la fidelidad recompensada

La historia de Ruth y Noemí llena uno de los libros más breves y bellos de la Biblia. Ambas son ensalzadas como modelo de suegra y nuera. Mucho se ha escrito sobre Ruth como ejemplo de mujer fiel a su marido y a la familia de éste, hasta el punto de abandonar su tierra, su cultura y sus dioses para adoptar los de su esposo, aún después de muerto. La Iglesia llegó a llamar a Ruth “la tercera María” (después de María la madre de Jesús y María Magdalena).

Fidelidad

Pero, dejando aparte las interpretaciones teológicas de la figura de Ruth, quisiera resaltar en esta historia dos aspectos. El primero es la fidelidad entre dos mujeres, que la vida ha unido a través del matrimonio de uno de los hijos de Noemí con Ruth. Aunque este hijo ha muerto, el vínculo entre ambas continua, y Ruth no renuncia a él. Cuando Noemí decide regresar a su tierra, Ruth la acompaña, siguiéndola como seguiría a su marido. Así como la otra nuera, Orfa, también viuda de su otro hijo, se queda con su familia, Ruth no teme afrontar lo desconocido por acompañar a su suegra. Orfa se ata al pasado y a la muerte. Ruth opta por mirar hacia delante y no romper los lazos que la unen a Noemí y a la familia de su esposo.

Responsabilidad

El otro aspecto es la responsabilidad por el ser amado. Para Ruth, la madre de su esposo es como su propia madre y no renuncia a su responsabilidad sobre ella. A lo largo de la historia vemos en Ruth a una mujer generosa, que cuida de Noemí, preocupándose por su bienestar y trayéndole el sustento.

Pero Noemí también se hace responsable de Ruth y vela por su porvenir. Es ella quien trama el futuro matrimonio de Ruth con su pariente Booz. Su nuera ha sabido serle fiel; ella también procurará su felicidad. Así es como Ruth, que ha renunciado a su familia de sangre, a su tierra y a sus creencias, es acogida en una nueva patria, recibe una nueva familia y un nuevo esposo. Las palabras de Noemí a su nuera son muy hermosas: “Hija mía, yo voy a procurarte descanso y a ocuparme de tu felicidad”.

La historia de Ruth es un relato del amor y de la abnegación recompensados. Nos muestra cómo todo sacrificio hecho por amor, toda renuncia asumida por fidelidad, no deja de tener su recompensa. Y ésta es siempre mucho mayor.

Confianza

El libro de Ruth también es un canto a la confianza. Las dos mujeres confían una en la otra. Noemí confía su ancianidad y su vida en manos de Ruth, y recibe un gran consuelo de su nuera, “la cual te ama y es para ti mejor que si tuvieras siete hijos”, le dicen sus parientes. Ruth confía también en Noemí y sigue sus consejos e instrucciones. Así es como rehace su vida, se desposa con un hombre bueno y tiene un hijo. Porque no temió perderlo todo, por fidelidad a la madre de su esposo, Ruth alcanza de nuevo una vida plena y dichosa. Confiar nuestra felicidad en manos de quien sabemos nos ama es tal vez una de las experiencias más hermosas de abandono y de dicha colmada.