sábado, 31 de diciembre de 2016

Volar o caer



A las personas que soñamos, tenemos proyectos y una visión de futuro a menudo se nos llama idealistas. Se nos dice que tenemos buena voluntad, que somos soñadores y buena gente pero, al final, siempre hay quienes nos miran con un poco de lástima o incluso desprecio. Y dejan caer los comentarios. Vuelan. Están en las nubes. No tocan de pies a tierra. Les falta realismo.

Creo que esta visión es muy simplista y bastante errónea. Una cosa es volar, otra flotar. Una cosa es perderse en las nubes y otra caer. Una cosa es tener ideales y metas, otra muy distinta es ignorar la realidad. Una cosa es luchar por un sueño y otra evadirse del mundo cotidiano.

Es verdad que hay quienes flotan y se pierden en sueños irrealizables. Es verdad que hay quienes hablan mucho, planean mucho y hacen las cuentas de la lechera, pero a la hora de tocar madera, se pierden o se desaniman. Pero a esto yo no lo llamaría volar, sino más bien fabular. Otros se escudan en un pretendido realismo y olvidan que la vida es un viaje. Se limitan a sobrevivir como pueden, sin plantearse mejoras o cambios en sí mismos. A eso lo llamaría flotar, navegar a la deriva o caer. 

Volar no es caer. Quien cae, siempre cae hacia abajo. La gravedad lo arrastra. Quien flota a la deriva se deja bandear por el oleaje. Pierde el control de su rumbo y se le van las fuerzas. Como los astronautas que flotan en el espacio, se debilita. Quien cae cada vez se hunde más. Una persona que cae o flota ha perdido la esperanza. Es víctima del miedo, la inseguridad y la tristeza. Caerá en la rebeldía estéril, la resignación estoica o el fatalismo. Se cree juguete de un destino ciego. Llama destino a la falta de metas y de norte. Quizás se considere muy realista... Pero el fatalismo no es realismo. 

Volar requiere un esfuerzo y una energía enormes. No se puede volar improvisando. Volar pide disciplina, perseverancia, esfuerzo. Antes de volar hay que pasar un periodo de entrenamiento y maduración. Para volar hay que tomar carrerilla, coger impulso, hacer acopio de fuerza y coraje. Y una vez estás en vuelo, hay que estar en alerta constante, con los seis sentidos bien despiertos. Volar es controlar la gravedad. Quien vuela planea, asciende, se mantiene, no cae. 

El vuelo pide atención, concentración, dosificar la energía, observar el entorno, aprovechar las corrientes de aire, tener vista de águila y prever los movimientos que vas a realizar. Quien sabe despegar también sabe aterrizar.

Volar no es caer. Quien vuela no se deja llevar por el viento. No se deja arrastrar por las circunstancias. Capea los temporales, aprovechando la fuerza del viento si puede, evitando el choque frontal si no tiene otra opción. Quien vuela no duerme ni sueña entre nubes: está más despierto que nadie. No se mece en los laureles ni en los ideales: tensa sus alas y vuelca toda su energía. No flota a la deriva: tiene un destino, una meta, y va a por ella. Mientras tanto, ¡disfruta! Saborea la vida con una intensidad inimaginable.

El vuelo da también una visión panorámica, mucho más rica y completa del mundo. Desde lo alto se ve mucho más que pegado en tierra. A ras de tierra se ven árboles, sombras y luces, un caos. Desde el cielo se ve el bosque y el paisaje completo.

Volar, en fin, no es una huida, sino un compromiso con la vida en su máxima plenitud. Volar pide valor y requiere esperanza. 

Dejarse llevar es fácil. Ser pesimista o fatalista tampoco cuesta mucho. Por otra parte, soñar y hablar sin hacer nada también es fácil. Ser idealista es fácil. Trazarse una meta y poner los medios para alcanzarla cuesta, y pocos lo hacen. 

Para un ave de corral quizás no sea muy agradable ver volar a las águilas. Por eso la tendencia es a despreciarlas. Sueñan. No tocan. Vuelan. Para una persona con visión gallinácea de la realidad la visión de un águila puede ser muy incómoda. Es mejor tachar a las águilas de ilusas, locas, ingenuas o soñadoras.

Todos los seres humanos estamos hechos para volar. Todos podemos buscar ayuda, aprender, entrenarnos y practicar. Todos tenemos oportunidades para iniciar el vuelo. Y si las tormentas nos abaten, siempre podemos aterrizar, curarnos, recuperar fuerzas y volver a desplegar las alas.

Volando seremos más nosotros. Volando, entregándonos, dando el máximo y lo mejor de nosotros, seremos felices. ¿Se puede ser feliz en medio de la brega, mientras estás esforzándote, mientras te mantienes con los seis sentidos alerta? ¡Sí! Y cuando aterrices, en tu meta, gozarás de esa sensación de plenitud que conoce la persona que está creciendo, que está viva.

Recuerda: volar no es caer. Soñar no es flotar. Planear no es divagar. Desplegar las alas es la acción más auténtica y realista que puedes emprender.

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