Este es mi hijo amado, en quien me complazco (Mateo 3, 13-17).
Tú eres mi hijo amado, mi
alegría, mi delicia.
Tú eres mi hija amada, deleite de mi vida.
Esto es lo que Dios dice a
Jesús, en el bautismo, antes de empezar su misión. Esto es, también lo que nos dice a nosotros, sus
hijos. No nos dice Sed buenos, ni Portaos bien, ni Haced esto o lo otro, ni Te
estoy mirando, vigila, ni Sacrifícate
porque… No, nada de eso. Lo primero y lo que fundamentalmente nos dice
Dios, con toda su ternura de padre, es ese inmenso «TE AMO».
¿Cuántas veces los padres
dicen «te quiero» a sus hijos? ¿Cuántas veces les dicen «te quiero» cuando van
al colegio, cuando empiezan una carrera, el primer día que van al trabajo,
cuando salen de viaje, cuando inician un proyecto? Los padres conscientes
suelen dar consejos, avisan, reprenden… Pero ¿cuántos, en los momentos cumbre
de la vida de sus hijos, les dicen simplemente «te quiero» y «estoy contigo
siempre»?
¡Esto es lo que nos dice
Dios! Todos los padres pueden aprender de él, que es un buen padre (el mejor).
Antes de enseñarnos, nos
ama.
Antes de aconsejarnos,
nos ama.
Antes de corregirnos, nos
ama tal como somos.
Lo primero, y lo último,
es su amor incondicional.
Escucha sus palabras: tú eres mi hijo amado… Basta eso para
renovar tu vida entera. Este es el bautismo de fuego que te cambia por dentro y
te regenera. Nada ni nadie más podrá hacerte renacer como él. Escucha esa voz
del cielo que, en el silencio de tu oración, te está llamando.
Te amo.
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