Un día, en catequesis, las niñas me preguntaron cómo era posible que Jesús se repartiera entre miles y miles de hostias y pudiera estar en todas ellas para las personas que comulgamos. ¿Se parte a cachitos? ¿Cómo es esto?
Yo les expliqué que Jesús es como el Sol:
brilla en todas partes y a cada lugar llega un cachito, pero lo que llega es la
luz completa del Sol. Cada persona recibe a Jesús entero para sí. Dios puede
hacerlo porque está en todo lugar.
Entonces una niña, muy espabilada, me replicó:
Pero el Sol no brilla en todas partes. ¿Qué pasa dónde es de noche?
Bueno, le dije, ya sabes que la Tierra gira
cada día. El Sol sigue ahí, solo que una mitad de la Tierra está de
espaldas, por eso allí es de noche. Pero eso no significa que el Sol deje de
brillar sobre todo el planeta. Al día siguiente, la parte que estaba a oscuras
quedará iluminada.
La niña calló. Le devolví la pelota con un
argumento tan «científico» como su pregunta... pero después he pensado muchas
veces en esa intervención y creo que vale la pena sacar más consecuencias de
ella.
Sí, Dios es como el Sol. Los antiguos ya
comparaban la divinidad con la luz del astro rey. La Biblia dice que el amor de
Dios es incondicional y abarca a todos: Dios hace brillar su luz sobre justos y
pecadores.
Pero también es verdad que las personas somos
como los astros. Vamos dando vueltas ante Dios. Hay días que su presencia nos
ilumina. Otros días lo sentimos ausente, lejano, incluso inexistente... Dios
parece callar cuando vivimos esos intervalos de noche en el alma.
Sí, Dios calla en las oscuridades. Pero no es
él quien se aleja, ¡somos nosotros! Dios sigue brillando a nuestras espaldas.
Quiere decir esto que quizás algunas veces no lo sentimos cercano, quizás no
experimentamos su alegría y su amor. Pero él sigue amándonos y
sosteniéndonos... a nuestras espaldas.
La vida es así: está hecha de días y de
noches. Hay veces que las noches son largas y frías. Quizás nuestra actitud
cerrada puede prolongar esos períodos de oscuridad. Quizás ya no creemos en el
día porque hemos olvidado qué color tiene el amanecer. En los momentos duros de
nuestras vidas, pensemos en esta imagen del sol y los planetas. Incluso en esos
tiempos difíciles, Dios está ahí. Alumbrando, dando calor, esperando a que
volvamos a girarnos de cara. Está ahí, esperándonos.
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