El mundo es como un cubo de agua turbia. El agua fue clara
un día, pero alguien la enturbió. Hoy vemos esta suciedad del agua en las
guerras, el terrorismo, el hambre, la pobreza…
Cuando hacemos una buena obra es como echar un vasito de
agua clara en el cubo de agua del mundo. ¿Qué hace un poco de agua limpia?
Aparentemente, nada.
Pero ¿qué ocurre si seguimos echando vasito tras vasito de
agua limpia? Al principio no se nota. Pero si continuamos echando vasos, y cada
vez somos más los que echamos agua clara… al final el cubo se llenará y el agua
turbia empezará a derramarse.
El agua ya no será tan turbia. Si seguimos, otros se
animarán a echar agua limpia. Y así, continuamente… llegará un momento en que
el cubo estará ¡lleno de agua clara!
Esta es la invitación a la que somos llamados los
cristianos. A ser vasito de agua clara en el mundo. Y a animar a muchos otros a
hacer lo mismo. Puede que tardemos en ver los resultados. Puede que nunca los
veamos, en vida, pero no dejemos de hacerlo porque un poco de agua limpia sí
marca una pequeña diferencia.
Todos somos vasos. El agua clara nos la da Dios. Jesús es
agua de vida, limpia, purificante. Llenos de él, haremos un poco más claro, más
limpio, más hermoso el mundo. ¡No nos cansemos! El agua no se agota…
(La comparación es del P. Alfredo Rubio)
(La comparación es del P. Alfredo Rubio)
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