Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:
—Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso os digo que muchos vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del Reino serán arrojados fuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes.
Y Jesús dijo al centurión:
—Ve y que suceda como has creído.
Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
El fragmento corresponde a la curación del hijo del centurión, un milagro «a distancia», provocado por la fe del centurión que se presenta ante Jesús y le dice que no es digno que entre en su casa.
Son varios los pasajes evangélicos en los que Jesús señala la fe de los extranjeros, los paganos, los que no pertenecen al pueblo elegido por Dios. Pero en este fragmento rompe del todo el elitismo y arremete contra cualquier complejo de superioridad moral de los judíos respecto a las demás naciones. Vemos que para entrar en el Reino de los Cielos no hace falta abrazar unas prácticas religiosas ni pertenecer a un grupo concreto: basta la fe. Una fe limpia, confiada y atrevida como la del centurión, que no dudó un instante que la sola palabra de Jesús podría curar a su criado.
Este evangelio nos puede servir de recordatorio a los cristianos de hoy, que quizás hemos caído en el fariseísmo del pueblo de Israel. Como somos creyentes, vamos a misa y cumplimos los mandamientos y las normas cívicas más básicas, a lo mejor ya nos consideramos superiores al resto de mortales y pensamos que, con esto, nos «ganamos» el cielo. No caigamos en la tentación de pensar así. Cuando Jesús dice que «muchos vendrán de Oriente y Occidente» no solo se refiere a los extranjeros inmigrantes que vienen a nuestro país, sino también a personas que nos parecen muy alejadas de la Iglesia y de nuestras comunidades. Personas a las que, quizás, tachamos de pecadoras, perdidas, alejadas. Personas que no piensan como nosotros, que no practican, que ignoran muchos aspectos de nuestra doctrina y que, incluso, no creen en Dios como creemos nosotros. Pero tienen fe. Fe en la humanidad, fe en las personas, fe en la bondad y en el amor. Esa fe los hace coherentes y solidarios. Y esto, a los ojos de Dios, es lo que cuenta.
Si un centurión romano, ajeno a la fe de Israel, creyó tan absolutamente en Jesús... ¿Cómo no vamos a creer nosotros?
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