Los evangelios de esta
semana contienen algunas enseñanzas muy profundas de Jesús. Durante mucho tiempo
se ha vendido una imagen del cristianismo como una religión de pobres,
mediocres y derrotados. Una religión que consuela a los pequeños de su
frustración por no llegar a ser grandes. Una religión de la conformidad y la
sumisión, de la mediocridad y la vida resignada.
¡Qué lejos está el
mensaje de Jesús de todo eso! Es cierto que Jesús tuvo una preferencia por los
pobres, y pasó buena parte de su vida entre gente humilde, sencilla y sometida
a los poderosos de su tiempo. Es cierto que él mismo murió torturado,
condenado, solo y derrotado, aparentemente… Es
cierto que jamás alentó el orgullo ni la conquista del poder por la
fuerza. Pero Jesús nunca predicó la miseria como un ideal de vida, ni la
tristeza, ni la mediocridad, ni la esclavitud. Al contrario, vino a levantar
del barro a quienes vivían hundidos en la opresión y la enfermedad. El ideal de
Jesús siempre fue elevar, acrecentar, ensanchar y dignificar la vida. Su
mensaje olía a libertad, y rezumaba plenitud. He venido para que tengáis vida, y vida en abundancia.
Pero Jesús es realista y
sabe que sus seguidores no lo van a tener fácil. Los avisa ―nos avisa—: si
quieres emprender el camino de la vida auténtica, de la libertad plena, vas a
tener que nadar a contracorriente. Te vas
a topar con obstáculos, te van a criticar y a perseguir. Incluso tus allegados ―tus
familiares, tus amigos— te darán la espalda o te atacarán. El mundo está
enfermo de pulsiones de muerte y quien se atreve a entrar «a modo de vida» se
expone a muchos peligros. Jesús nos avisa. Pero también nos alienta. ¿Vale la
pena nadar contra el oleaje? Claro que sí.
Tres avisos me resuenan,
de los evangelios de esta semana (Mateo, 10). Mirad que os envío como ovejas
entre lobos… Sed mansos como palomas y astutos como serpientes. No tengáis
miedo.
Humildad, y también coraje.
Suavidad e intrepidez. Dulzura, pero astucia. La bondad y un talante abierto y
conciliador no están reñidos con la cordura. Si nadas a contracorriente no
puedes dormir. Debes estar alerta y tomar precauciones. La inteligencia es
aliada del corazón.
Pienso que muy a menudo
las personas somos justo lo contrario. No somos mansas y humildes, sino rebeldes
y tozudas. Es más, nos enorgullece ser así (genio y figura…). Pero, en cambio,
somos ingenuas y bobaliconas. Confiamos ciegamente, creemos, erróneamente, que
los demás piensan y reaccionan como nosotros. Si yo no haría esto, los demás
tampoco. Pues no es así. No os fiéis de
la gente, dice Jesús. No quiere decir que desconfiemos de todos sin más, ¡Dios
es el primero que confía en nosotros, que no somos muy de fiar! Y Jesús confió
en sus amigos, sabiendo que uno de ellos le traicionaría y otro le negaría. Pero
hay que ser sagaces y precavidos. Y utilizar la inteligencia, la diplomacia, la
astucia, sí. Mansos y astutos. Bondadosos, pero inteligentes. Cuán a menudo
somos soberbios y candorosos a la vez. ¡Qué insensatez tan grande!
Jesús nos alienta a vivir
una vida plena y a utilizar al máximo nuestras capacidades. Lo explica en
muchas parábolas y enseñanzas: brillad, sed la luz del mundo, no enterréis
vuestros talentos. Pero también nos enseña a vivir no encerrados en nosotros
mismos, sino dando lo mejor de nosotros a los demás: lo que habéis recibido
gratis dadlo gratis. Es un programa para vivir en plenitud, y no encogidos y
humillados. Un programa que, aunque parezca paradójico y nos saque de nuestras
zonas de confort, funciona. Funciona mucho mejor que tantas fórmulas de
autoestima halagadoras que brillan en su discurso y, como diría un autor, masajean nuestra psique, pero que se
desvanecen como pompas de jabón cuando topan con la vida real.
No tengáis miedo, dice al
final Jesús. Dios cuida hasta del más pequeño gorrión… ¿No va a cuidar de
nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario