Lunes Santo. La lectura del evangelio de hoy es de san Juan, 12, 1-11. Es la llamada unción de Betania. Jesús va a una casa, invitado a comer. Allí se acerca María, la hermana de Lázaro, que le lava los pies, se los seca con los cabellos y los unge con un aceite de nardo.
Las críticas surgen: ¿para qué derrochar ese óleo tan caro? ¿No sería mejor dar ese dinero a los pobres?
Subrayo dos frases de esta lectura.
«La casa se llenó de la fragancia del perfume.»
El bien huele. El desprecio huele. El amor huele. Quizás no se ven, pero su aroma se esparce por el aire, y todos lo sentimos. La casa del fariseo se llenó de fragancia porque el amor de aquella mujer no se podía contener.
Lo bello es de Dios, espléndido, desbordante. El amor no puede ser cicatero ni regatear. Una fragancia de belleza... ¿por qué nos molesta?
«A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.»
Personalizar el amor. Los «pobres» es un abstracto, puede ser demagogia. Pero Jesús, la persona, el hombre con rostro y nombre, es uno y único. Quien ama a un solo hombre ama a toda la humanidad... Y ¿se puede amar sin esplendidez?
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