Leo una frase que me envían por e-mail:
«A mí me parece que
antes de emprender el viaje…
-
en busca de la realidad,
-
en busca de Dios,
-
antes de decidir,
-
antes de tener una relación con otro,
es esencial que comencemos por comprendernos a nosotros
mismos.» Krishnamurti.
Bonito, ¿verdad? ¿Quién negará que para vivir con sabiduría
y felicidad lo más importante es conocerse a uno mismo?
Pues lo siento. Pero esta no es mi experiencia. Quizás la
frase sirva para alguien más sabio o más reflexivo… Lo que yo he aprendido de
la vida es justamente lo contrario. Ha
sido cuando me he lanzado a caminar, en busca de la realidad, en busca de Dios,
decidida sin volver atrás, y relacionándome con toda clase de personas que se han
cruzado por mi camino, cuando he empezado a comprenderme un poco ―al menos un
poco― a mí misma, y también a los demás. El camino es escuela, y para dar el
primer paso no necesitas conocerte ni comprenderte totalmente. Si fuera así,
quizás nunca te pondrías en marcha. Porque, por otro lado… ¿quién puede
presumir de conocerse y comprenderse totalmente a sí mismo? ¡Es un arte que
lleva toda la vida! Pocos sabios ancianos podrían alardear de tal cosa, y
posiblemente sean los que nunca lo harán.
Es cierto que conocerse a uno mismo es el principio de la
sabiduría, como afirman los clásicos y los santos. También es cierto que
antes de tomar decisiones hay que reflexionar y sopesar… Pero el
autoconocimiento es un proceso largo y una decisión se toma en pocos segundos.
No decidir ya es decidir algo. Te vas conociendo a ti mismo cuando tomas
decisiones y emprendes el viaje, no esperando a que la iluminación llegue a
base de elucubraciones. El viaje no tiene por qué ser físico, o de larga
distancia. Puede ser un viaje vital, que suponga iniciar relaciones, asumir
compromisos, lanzar iniciativas, enrolarte en un proyecto o formar una familia.
Es verdad que para esto hay que tener un cierto grado de madurez, pero creo que
la madurez necesaria no es tanto intelectual o filosófica, como personal: la
madurez de decir sí a todas, de entregarte en cuerpo y alma y no abandonar a la
primera de cambio. La madurez que te hace capaz de esa vieja virtud tan
olvidada e incluso denostada: la fidelidad. Puedes ser joven, inexperto, un
poco atolondrado e incluso tener un embrollo emocional en tu mente y en tu
corazón. Pero si eres capaz de decir sí y mantenerte fiel, irás aprendiendo. Y
las hebras de tu corazón se irán desliando, tu mente ganará claridad y te irás
conociendo, poco a poco, cada vez más.
He leído que lo más importante que define a una persona no
es tanto su origen, sino su meta. Esto quizás contradiga la psicología
convencional. No nos definen tanto nuestro pasado y nuestras raíces como el
destino al que nos dirigimos, nuestro propósito. El camino nos va construyendo.
Por eso, quizás, hay tantas personas con problemas de identidad o dudas
existenciales. No es tanto por el bagaje emocional y familiar que arrastran ―¿y
quién no lo carga?—, sino porque… quizás no tienen meta, o no la tienen
clara.
No soy una mujer sabia. Pero me atrevo a contradecir a
Krishnamurti y a afirmar algo distinto: Lánzate a descubrir la realidad, busca
a Dios, decídete, relaciónate con las personas, comprométete, y en el camino te
comprenderás a ti mismo, y comprenderás a los demás.
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