En estos días, las lecturas del evangelio nos hablan de la llamada de los apóstoles y los inicios de su misión. J. L. Martín Descalzo, en su obra Vida y misterio de Jesús de Nazaret, traza un "Decálogo del apóstol" basado en las enseñanzas de Jesús y la experiencia de sus discípulos.
Extraigo de este libro lo que sigue a continuación, que me parece una magnífica hoja de ruta para todo cristiano que quiera vivir su vocación a fondo.
Jesús, un gran pedagogo
Es absolutamente
sorprendente, para su época, el estilo pedagógico con que Jesús forma a los
suyos. Los mejores hallazgos de la ciencia moderna los empleaba ya él con total
normalidad.
Los forma, en primer lugar, en grupo.
Los hace trabajar juntos. Cuando los envía a la misión lo hace de dos en dos. Cuando elige testimonios de su triunfo o su dolor, se lleva a tres de ellos. Sólo a Judas le da, en la cena, un encargo que debe hacer en solitario. Porque el pecado es lo único que se puede hacer solo.
Y los forma en la vida cotidiana. No los arranca del mundo, no los traslada a un invernadero donde no puedan contagiarse del mundo presente. Los deja en los caminos, en sus barcas, entre la masa que han de fermentar.
Y no los aleja del riesgo ni de las tormentas, no pone algodones bajo sus pies. Jesús eligió para los suyos el lado del riesgo y de la vida. Les anuncia sin rodeos que los envía como corderos en medio de lobos. Lucharán, serán perseguidos, morirán violentamente. Serán odiados por su nombre y los perseguirán de ciudad en ciudad.
Insiste en la idea de que la cruz y el fracaso son necesarios para el triunfo final. Quien no lleva su cruz y me sigue, ese no puede ser mi discípulo (Lc 10, 3). Quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará (Mc 8, 34).
Los forma, en primer lugar, en grupo.
Los hace trabajar juntos. Cuando los envía a la misión lo hace de dos en dos. Cuando elige testimonios de su triunfo o su dolor, se lleva a tres de ellos. Sólo a Judas le da, en la cena, un encargo que debe hacer en solitario. Porque el pecado es lo único que se puede hacer solo.
Y los forma en la vida cotidiana. No los arranca del mundo, no los traslada a un invernadero donde no puedan contagiarse del mundo presente. Los deja en los caminos, en sus barcas, entre la masa que han de fermentar.
Y no los aleja del riesgo ni de las tormentas, no pone algodones bajo sus pies. Jesús eligió para los suyos el lado del riesgo y de la vida. Les anuncia sin rodeos que los envía como corderos en medio de lobos. Lucharán, serán perseguidos, morirán violentamente. Serán odiados por su nombre y los perseguirán de ciudad en ciudad.
Insiste en la idea de que la cruz y el fracaso son necesarios para el triunfo final. Quien no lleva su cruz y me sigue, ese no puede ser mi discípulo (Lc 10, 3). Quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará (Mc 8, 34).
El decálogo del apóstol
Primer mandamiento: preocupación por el bien
espiritual y corporal de los hombres. «Predicad: “El Reino de Dios se acerca.
Curad a los enfermos. Resucitad a los muertos. Limpiad a los leprosos. Arrojad
a los demonios».
Segundo mandamiento: generosidad. «Lo que gratis
habéis recibido, dadlo gratis».
Tercer mandamiento: desprendimiento. «No toméis oro,
ni plata, ni llevéis dinero en vuestras bolsas. Digno es el obrero de su
salario».
Cuarto mandamiento: constancia. «Cuando lleguéis a una
ciudad, predicad a los hombres… y no os marchéis hasta haberlos instruido
debidamente».
Quinto mandamiento: amor a la paz. «Cuando lleguéis a
una casa, saluda diciendo: Paz a esta casa».
Sexto mandamiento: prudencia. «Sed prudentes como
serpientes y sencillos como palomas. Precaveos de los hombres».
Séptimo mandamiento: confianza. «No os preocupéis por
lo que habéis de decir ni por la manera de hablar. En cada momento se os dirá
lo que hayáis de hablar. Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados».
Octavo mandamiento: fortaleza de ánimo. «No he venido
a traer la paz, sino la guerra».
Noveno mandamiento: sacrificio. «El que ama a su padre
o a su madre más que a mí, no es digno de mí».
Décimo mandamiento: perseverancia. «El que perseverare
hasta el fin, se salvará».
Este decálogo tendrán que vivirlo los apóstoles con
gran libertad de espíritu, sin que nada humano les ate, despreocupándose de lo
temporal: No os angustiéis por vuestra
existencia, qué comeréis o qué beberéis. Ni os preocupéis por cómo vestiréis
vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el
vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni reúnen en
graneros, y vuestro padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que
ellas? (Mt 6, 25-27).
Para ello tendrán que vigilar y orar mucho, porque hay demonios que no pueden arrojarse más que
con la oración y el ayuno (Mt 17, 21).
Y tendrán que ser diferentes a los falsos guías
religiosos que dirigen a su pueblo. Las tremendas palabras que Jesús dirige a
los fariseos y los escribas son también enseñanzas para sus apóstoles. Porque
en ellas pueden ver los peligros que acechan a todo guía espiritual.
Peligros del guía espiritual
La hipocresía. «Obran de manera muy distinta a lo que
enseñan».
El desprecio a los hombres: «Imponen pesadas cargas a
los hombres y ellos no las mueven ni con un dedo».
Afán de honores: «Buscan los primeros lugares en los
banquetes y en las sinagogas, quieren que se les salude en público y que se les
dé el nombre de maestro».
Dureza de corazón: «Cerráis el reino de Dios a los
hombres y ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los demás».
Marrullería: «Decís que si uno jura por el templo,
esto no importa, pero si jura por el oro del templo, se hará reo. ¡Necios y
ciegos! ¿Qué vale más, el oro o el templo?
Exterioridad de su santidad. «Dais el diezmo de la
menta, el anís y el comino, pero habéis abandonado lo esencial de la ley: la
justicia, la misericordia y la lealtad».
Falsedad: «Limpiáis por fuera la copa y el plato y por
dentro estáis llenos de rapacidad e inmundicia».
Contumacia: «Estáis completando la medida de vuestros
padres… Serpientes, raza de víboras, ¿cómo vais a evitar vuestra condenación?»
Con estas imprecaciones los apóstoles midieron hasta
qué punto no basta ser elegido para ser santo y cómo son las vocaciones más
altas las que más fácilmente se traicionan y falsifican.
Hombres de barro
Y esto lo medían los doce en su carne. Ninguno de ellos
era un santo de antemano. Tomados de la misma masa de la humanidad, eran
portadores de una misión en vasos de arcilla.
Y descubrieron otro misterio: Jesús, inicialmente,
fracasa con sus apóstoles. Viven tres años a su lado y, aunque le aman, casi
nada aprenden. Siguen siendo humanos, tienen el alma taponada con barro
mediocre. No entienden a Cristo ni su misión. Les asusta la cruz. Les resulta
fácil aceptar que Jesús va a fundar un Reino y ellos formarán parte de él. Pero
no se resignan a la idea de pasar por la cruz y la muerte. No quieren entender.
Pedro estalla: Dios te libre, eso no
puede suceder. Y Jesús le dirigirá las palabras más duras: ¡Aparta de mi vista, Satanás! No miras las
cosas de Dios, sino las de los hombres (Mt 16, 23).
También la idea de la eucaristía les asusta. ¿Cómo
entender que han de comer su carne y beber su sangre? Muchos le abandonan: Dura es esta doctrina, ¿quién puede
soportarla? Jesús conoce la amargura más honda: la de no ser comprendido ni
por los propios amigos. ¿Por qué le siguen, entonces? ¿Por qué no se van?
¿También vosotros
queréis marcharos? Pero Pedro contesta: Señor, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Su fe es más fuerte que su debilidad de
hombres.
Del libro Vida y misterio de Jesús de Nazaret,
Ed. Sígueme, Salamanca, 1990. Capítulo 29, “Los ciudadanos del reino”, sección
III, “Los doce”.
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