En el evangelio de hoy, san Lucas nos transmite la alegría exultante de Isabel, al ser visitada por su prima, y de María. Ambas son mujeres que viven una realidad extraordinaria. Isabel era mayor y estéril; de María tampoco se esperaba que estuviera encinta. Las dos representan la pequeñez y el dolor de la mujer infértil, que en aquella época y cultura era poco menos que nadie.
Isabel y María son imagen de la humanidad que tantas veces parece seca, agotada, sin sentido. Hablan por los pequeños, los olvidados, aquellos que nadie quiere o valora. Pero, de pronto, su vida da un vuelco y quedan embarazadas. En su interior, no sólo albergan unos niños, sino que han dado entrada a Alguien mucho mayor: al mismo Dios.
¿Somos los cristianos de hoy entusiastas? Nuestra presencia, ¿logra contagiar alegría, vida, luz? La palabra entusiasmo viene del griego, y significa literalmente “estar lleno, empapado de Dios”. Entusiasmarse es dejarse embriagar por Dios, dejar que Él llene a rebosar nuestra vida. Y de lo que está llena el alma, cantan los labios y grita el rostro, la mirada, los gestos, la vida entera. Es fácil reconocer a una persona entusiasmada, enamorada, apasionada. Entusiasmémonos, como Isabel y María. Tenemos a Dios muy cerca… ¡Llenémonos de Él!
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