jueves, 13 de octubre de 2016

Evolución y azar

Sabemos que la vida evoluciona y que ha dado lugar a una diversidad biológica enorme incluyéndonos a nosotros, los humanos. 

Las dos preguntas que surgen ahora son: 
1. ¿Cómo se produce la evolución? ¿Es debida al azar o hay algún plan?
2. ¿Basta la evolución para explicar la existencia de la vida humana, es decir, la vida inteligente y consciente de sí?

La ciencia no ha podido responder a estas preguntas. Lo único que puede hacer es arrojar datos para explicarnos cómo se producen los cambios, pero no por qué ni para qué. Cuanto más sabemos sobre la complejidad genética que da lugar a un ser vivo y todos los mecanismos necesarios para su reproducción, más asombroso resulta pensar que es debido al azar. Hablar de azar es... como  dar un nombre a la nada, o a lo que ignoramos. Y de la nada nunca surge nada.

Desde la filosofía se puede llegar a afirmar que la vida sigue un plan creador, y desde la teología se puede decir que Dios puso en marcha el mecanismo de la evolución para que la vida, por sí sola, fuera desarrollándose y diversificándose. 

Una comparación muy clara: un ordenador potente puede hacer miles de funciones. Un robot parece que puede funcionar solo, incluso con cierta autonomía. Pero necesita que alguien le haya introducido un programa, y ese programa tiene que haber sido diseñado por alguien. Del mismo modo, el programa genético que permite la vida parece imposible que haya surgido al azar.

Ahora bien, ¿basta la evolución para explicar al ser humano? Desde el punto de vista biológico, sí. Somos parte de la cadena de la vida. Somos animales, del orden de los primates. Nuestro cuerpo está a las leyes de la física y la biología. Pero... somos algo más. Hay una parte de la actividad humana no explicable desde la ciencia. ¿Cómo explicar el arte, la literatura, el libre albedrío, la responsabilidad, la consciencia y el afán de saber y explorar? ¿Cómo explicar algunos actos heroicos de amor desinteresado? Los frutos del espíritu humano no pueden explicarse desde la biología evolutiva. La teología dice que, en el momento de formarse cada ser humano, Dios le infunde un alma espiritual. El espíritu no forma parte del mundo de la materia ni está sujeto a las leyes físicas, por tanto, sólo puede venir de otra realidad espiritual, que para los creyentes es la voluntad creadora de Dios.


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