Una de sus grandes aspiraciones ha sido convertir la parroquia en una familia, donde todos nos conozcamos, podamos llamarnos por el nombre y crear vínculos de caridad unos con otros. Su deseo ha sido hacer de la parroquia una casa grande, una casa de Dios y casa de todos, una verdadera embajada del cielo en medio del Raval. Quizás las personas que hemos estado a su lado no siempre lo hemos hecho bien, pero quien ha sido atendido por Mn. Joaquín siempre ha encontrado en él un oído atento, una presencia cálida y unas palabras de ánimo y esperanza.
Otro aspecto en el que Joaquín ha querido trabajar es en el espacio físico. Recibió una parroquia recién construida, apenas terminada junto a la ruina del viejo edificio. Durante sus años de rector, y tras muchos esfuerzos por buscar recursos y ayudas, podemos decir que nos deja una parroquia hermosa, digna, llena de luz y de belleza. Él alentó a Francesc Martínez, nuestro pintor, a cubrir las paredes desnudas de obras de arte que nos sobrevivirán a todos, y que dejarán constancia de una generosidad muy grande del artista y del empeño evangelizador del párroco.
Si en algo ha destacado Joaquín ha sido en su entusiasmo apostólico y en su creatividad. Haciendo honor al santo titular de la parroquia, no ha cejado nunca en su labor evangelizadora, hacia adentro y hacia fuera; hacia los feligreses de siempre y hacia los más alejados. Y siempre con esa fuerza, esa alegría y ese temple de enorme firmeza espiritual y convicción que jamás ha vacilado.
Como todo párroco, ha atravesado situaciones muy diferentes. Han sido, en pequeñito, como las vivencias de Jesús y de todo apóstol comprometido. Ha vivido los momentos ilusionados de los inicios, las dificultades de despertar a un barrio frío religiosamente; épocas de una intensa labor social; tiempos de persecuciones y de lucha; tiempos de cosechar éxitos y apoyos; tiempos de Domingo de Ramos, con el templo abarrotado y resonando de aplausos; tiempos de Getsemaní. Y ahora afronta el cambio, después de tantos años. Todo cambio es, en cierto modo, una muerte. Un dejar atrás muchas cosas, y también personas y afectos. Pero, como toda muerte cristiana, es también el preludio de una resurrección. Un cambio es una oportunidad, un estiramiento espiritual, un estímulo para crecer, y nosotros como comunidad deseamos que esto sea así también en su caso.
Mn. Joaquín siempre ha sido un hombre de confianza. Alguien en quien confiar y alguien que ha confiado mucho en las personas. Sus colaboradores más cercanos lo sabemos: sabe dar responsabilidades, libertad y cauce a la creatividad de cada cual; y al mismo tiempo también da confianza y apoyo. Como buen maestro, a su lado hemos podido aprender y madurar, como personas y como cristianos. Pero, especialmente, Joaquín ha confiado y confía en Dios. Esta fe inquebrantable le ha permitido mantenerse siempre fuerte, siempre alegre pese a las dificultades, siempre animoso y luchador. Siempre feliz y agradecido, como a menudo nos repite, por el don de ser sacerdote.
Ahora marcha, y se va a abrir caminos a otra parroquia, con otra comunidad. Los párrocos pasan, las gentes pasan y los tiempos cambian… pero hay vínculos que no se romperán nunca. Y esto lo sabe muy bien Joaquín, que por todas las parroquias donde ha estado ha ido dejando un buen puñado de amigos y personas que le quieren, le siguen y continúan cercanas a su corazón. Son su feligresía universal, por así decir, más allá de los límites territoriales de una parroquia u otra. Son la feligresía del corazón. Las auténticas amistades, los afectos sinceros y profundos, perdurarán. En palabras de san Pablo, nuestro patrón, todas las cosas del mundo pasarán, pero… “el amor no pasará nunca”.
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