sábado, 2 de enero de 2010

La luz y la tienda

El prólogo del evangelio de Juan nos habla de la Navidad y del origen de nuestra fe cristiana.

Aunque nos parece muy distinto de las lecturas navideñas de Mateo y Lucas, tan evocadoras de las imágenes del pesebre, en realidad su mensaje es el mismo.

Dios es luz que viene a iluminar al mundo, en medio de las tinieblas. En las lecturas de Lucas vemos como un ángel se aparece a los pastores en plena noche, envolviéndolos de luz. Es la misma luz. El niño ha nacido y yace en un pesebre; Juan nos dice que la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Un establo, una tienda… ¿son lugares dignos para recibir a todo un Dios?

El Dios cercano

Pero a Dios no le ha importado hacerse pequeño e ir a habitar en lugares humildes, con tal de poder darnos su luz. No es orgulloso, sino magnánimo. Los hombres tenemos una tendencia a endiosarnos y a encaramarnos en el pedestal de nuestras ambiciones; en cambio, Dios se humaniza y baja de las alturas para buscar refugio en nuestros brazos. Ese es el misterio y el tesoro del Cristianismo. Dios ha querido venir, pequeño, pobre, indefenso. Y nosotros, ¿vamos a acogerlo? ¿Lo anunciaremos? ¿O nos echaremos atrás a la hora de ir a proclamar su noticia? ¿Van a detenernos nuestros reparos, nuestros orgullos, nuestras dignidades y prudencias mal entendidas? ¿Nos frenará el miedo?

Muchos piensan que el nacimiento de Cristo es un mito entre tantos otros y desprestigian la tarea de los apóstoles. Juan habla con palabras muy nítidas: a Dios nadie lo puede ver, pero Jesús, hecho hombre, lo ha manifestado claramente. En el niño del pesebre vemos el rostro de Dios. Más tarde, el evangelio nos recordará que en todo ser humano podemos encontrar a Dios. Es el Dios cercano, próximo, humano, el Dios al que podemos amar y con el que podemos conversar. El Dios accesible a todos, no una divinidad terrible y alejada, que juega a su capricho con los mortales.

La nueva que se expande

Juan también resalta que Jesús vino en un momento concreto de la historia: su nacimiento no es una leyenda, sino un hecho real. Su persona no es un símbolo ni la reencarnación de una idea, sino un ser de carne y hueso, de naturaleza humana y a la vez divina. El Cristianismo es, por encima de doctrina, una noticia. No se puede llegar a creer mediante razonamientos intelectuales, sino por simple y pura fe. Por confianza. Para aquellos que no conocimos a Jesús cara a cara, la fe se sustenta en la aceptación del testimonio de aquellos que lo conocieron y escucharon y así nos lo han transmitido, por medio de las escrituras y la tradición de la Iglesia. Esta acogida de la buena nueva nos trae un don: la experiencia personal, de encuentro íntimo con él, y un gozo inmenso que nos empuja a esparcir la noticia, como lo hicieron ya los pastores.

Juan reconoce que muchos rechazan la luz y a los testimonios de la luz. Otros, en cambio, la reciben gustosos. En ellos comienza la “vida eterna”, que significa que Dios nunca se cansa de amarnos. Ese amor es luz que ilumina y guía toda nuestra vida. ¡Acojámosla!