domingo, 12 de abril de 2009

Nuestra vida está escondida en Dios

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, y no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo, escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en la gloria.
Col 3, 1-4

Aunque Pablo no conoció a Jesús en su vida mortal, como los demás apóstoles, sí experimentó en sí mismo la fuerte sacudida de su encuentro con él, resucitado.

Ese encuentro es la raíz de su vida, a partir de entonces. Por eso, a la luz de una realidad tan grande, todos los bienes del mundo le parecen despreciables. “Buscad los bienes de allá arriba” es una invitación a descubrir la vida auténtica, plena, eterna. A no perderse en minucias y frivolidades y a buscar lo que realmente importa, lo que de verdad nos hace vivir intensamente y nos anima.

Esa vida plena Pablo la ha encontrado en Jesús. Es una vida íntima, secreta y profunda. “Está escondida en Dios”, nos dice, con una expresión que nos evoca calidez, ternura, proximidad. Está envuelta en el amor.

Finalmente, Pablo nos explica su identificación estrecha con Cristo: es una unión a la que todos estamos llamados. Por eso dice que, cuando Cristo se manifieste, nosotros también lo haremos. Y al revés, la presencia de Jesús surge en el mundo cada vez que alguien, en su nombre, encarna su vida, se entrega a los demás y sigue sus pasos con fidelidad.

El apóstol no habla de otra cosa que el encuentro con el amor inmenso de Dios. Ese encuentro, que transformó su vida, es el momento que todos podemos vivir, cada domingo, y muy especialmente hoy, en la eucaristía de Pascua.

domingo, 5 de abril de 2009

El universo se inclina ante el amor

Cristo, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo…
Fl 2, 6-11

Estamos tan acostumbrados a celebrar la Pasión y la muerte de Jesús, que quizás ya no nos sentimos impactados por esa tremenda realidad: Dios muere por nosotros. Y muere de puro amor, con el corazón desgarrado, derramando su vida hasta el último instante. Si lo pensamos detenidamente, la idea nos rebela. ¿Por qué Dios deja morir a su hijo a manos de un grupo de hombres desalmados y ambiciosos? Nos invade la misma rabia que cuando pensamos en el mal que azota el mundo. ¿Por qué Dios permite todo esto?

Pero la fe cristiana no se fundamenta en la muerte y en la cruz, sino en la resurrección. La celebración de Semana Santa, en realidad, es la celebración del amor extremo de Dios. Un amor que, pese a la crueldad humana, vence a la misma muerte. Esto es lo que significan las palabras de Pablo. “Toda rodilla se dobla al nombre de Jesús”. La violencia humana puede matarlo, pero el amor benevolente de Dios podrá resucitarlo. Todo el universo se acaba inclinando ante una donación tan grande. Estos días en que rememoramos la Pasión y acompañamos a Jesús sufriente, no lo olvidemos: estamos celebrando la fuerza infinita y arrebatadora del Amor. Dejemos que ese fuego prenda en nosotros.