domingo, 29 de marzo de 2009

Obediencia hasta morir

Cristo, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. Hb 5, 7-9

Estas palabras del apóstol son una alusión clara a la pasión de Jesús. La palabra obediencia no es sumisión ciega, ni servidumbre, sino adhesión por amor. Es la unión al Padre la que lleva a Jesús a obedecerle. Es esto lo que queremos decir cuando, en la oración del Padre nuestro, decimos: “hágase tu voluntad”. Pero, ¡cómo nos cuesta obedecer! Nuestra cultura ensalza la rebeldía y desprecia la docilidad. No entiende que obedecer es secundar por amor. No entiende que la verdadera obediencia cristiana no tiene nada que ver con el poder, sino con el amor. No es esclavitud, sino unión de voluntades. Esa obediencia de Jesús sería imposible si no amara incondicional y apasionadamente a su Padre del cielo.

Pero Jesús es muy consciente de que su fidelidad le acarreará consecuencias. Por esa obediencia a Dios, los hombres lo condenarán. Por su unión con el Padre lo matarán. La muerte de Cristo es el rechazo violento de aquellos que niegan a Dios y lo quieren apartar de sus vidas.

Como humano, Jesús quisiera apartar el sufrimiento de sí. ¡Es muy comprensible! También nosotros queremos ser fieles a Dios pero sin sufrir. Y llegará el momento en que tendremos que decidir: si queremos ser fieles, deberemos afrontar nuestra pasión con coraje.

Pero los cristianos tenemos un gran apoyo, y una esperanza. Dios no nos abandona jamás. Jesús sufrió antes que nosotros, y Dios lo resucitó. Su resurrección es una promesa que también nos aguarda a nosotros.

domingo, 22 de marzo de 2009

Nos salva la gracia

Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios, y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. (Ef 2, 4-10)

Estas palabras del apóstol tocan un tema clave y polémico en la fe cristiana. El valor de la fe y las obras siempre ha sido tema de discusión: ¿cuál tiene más importancia? Está claro que obrar bien es una consecuencia de la fe. Si creemos en Dios, que es amor, nuestra manera de actuar ha de ser coherente. Trabajar por el bien de los demás es la prueba de que realmente creemos en él.

Pero Pablo alerta contra el orgullo de las obras. Podríamos caer en la soberbia de pensar que, cuanto más hagamos, más méritos ganaremos en el cielo. O incluso podemos pensar que Dios nos recompensará en la medida de nuestros esfuerzos. Pero si Dios paga… ¿dónde está su amor gratuito? ¿Dónde está la gracia?

La gran novedad del Cristianismo es que Dios no paga, sino que da gratis. Nos salva a todos, de entrada. Basta que creamos en su bondad y la aceptemos. Es un Padre bueno que se muestra generoso con todos sus hijos porque quiere. Nunca haremos lo bastante como para merecer tantos dones. Esta convicción nos hace humildes y agradecidos, y nos cura de la tentación de creernos superiores a los demás por nuestras prácticas religiosas.

domingo, 15 de marzo de 2009

Escándalo para los hombres, sabiduría de Dios

Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero para los llamados, sabiduría de Dios. 1 Co 1, 22-25

Un Dios tan humano, que no sólo vive como los demás hombres, sino que muere, clavado en una cruz, resulta un escándalo incomprensible aún hoy día. Son muchas las personas que no entienden como Dios puede dejar morir a su Hijo, o como un ser todopoderoso puede entregarse en manos de hombres movidos por el odio y los celos. ¿Puede Dios ser tan débil? El rechazo de los judíos y la extrañeza de los griegos son muy actuales.

Pero Pablo responde: la sabiduría de Dios es muy distinta a la nuestra. Para él, amar hasta el extremo no es insensatez. Morir por amor no es debilidad. Cristo nos da la prueba: su muerte no será un final, sino un renacimiento a una vida resucitada, eterna e invencible. Jesús no fue el Mesías guerrero, ni el político justiciero, ni el líder religioso de masas que dominaba las conciencias de su pueblo. Su fuerza fue el amor, su poder el servicio, su reino era el mismo Dios. Con su resurrección, Jesús nos ha demostrado que su aparente fragilidad ha sido la mayor fuerza. “Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, dice Pablo. ¡Frase tremenda! Si la interiorizamos, comprenderemos que si estamos en manos de Dios, el mal no puede dañar nuestra alma. Nuestra fe no se fundamenta en los prodigios o milagros –los signos que reclamaban los judíos– ni en la filosofía, ni en las razones. Nuestra fe sólo puede arraigar en la certeza de ser amados por Dios.

domingo, 8 de marzo de 2009

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a u propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?

Rm 8, 31-34

La lectura de Pablo hoy es tremendamente fortificante para nuestra fe. ¿Qué es lo que nos da fuerza, coraje y alegría más allá de todo límite? Sólo una cosa: el amor de Dios. Es un amor que rebasa el universo, un amor sin medida que debería hacernos vibrar profundamente y saltar de gozo.

Pablo nos hace reflexionar sobre cuán grande es este amor. Por nosotros, Dios ha sido capaz de dejar morir a su propio hijo, su amado.

Todo nos lo da. No sólo la vida mortal, sino la vida eterna. Por eso, Pablo nos alienta para que no tengamos miedo del mundo. La gente puede acusarnos, criticarnos, incluso atacar a la Iglesia y a los cristianos. Pero Pablo dice: si Dios, que es el más poderoso y justo, no nos condena, ¿quién podrá hacerlo? Pablo rompe con la imagen del Dios castigador. Dios nos ama, nos salva y nos perdona. Su amor es más grande que el daño que nos puedan hacer las personas.

Y este amor nos hace fuertes y nos ha de empujar a imitar a Pablo, en su entusiasmo evangelizador. Sin temor, hemos de buscar la manera de llevar la palabra de Dios a un mundo sediento de luz.

domingo, 1 de marzo de 2009

El bautismo que nos salva

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida...
...el bautismo que os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en pedir a Dios una conciencia pura por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo...
1 Pe 3, 18-22

Pedro nos habla de la muerte y resurrección de Cristo y del Bautismo. El bautismo de Cristo no es un simple ritual de purificación, como lo era antiguamente. No es agua sola la que nos lava, sino el Espíritu. En tiempo de Cuaresma vale la pena tener presente nuestro propio bautismo y lo que esto significa. Al ser bautizados, todos los cristianos recibimos un torrente de amor de Dios. Él nos acoge, como a Jesús, y nos llama hijos suyos. Su Espíritu es el que da un sentido diferente a nuestra vida. Toda vida humana encuentra significado en el amor y en la fraternidad, y esto es lo que nos une a los cristianos.

Por otra parte, muriendo y resucitando, Jesús da respuesta a uno de los grandes interrogantes del ser humano: ¿se acaba todo con la muerte? ¿Hay algo más allá? Jesús nos enseña que sí. La muerte es un paso, pero el Espíritu nos da una vida que es eterna. Detrás del morir hay otra vida, que ya no es caduca y perecedera, sino infinita.

Con esta certeza: saber que nuestra vida tiene sentido en el amor, y saber que más allá de la muerte nos espera una vida inmensa, junto a Dios, podemos comenzar el periodo de Cuaresma con ánimo renovado y el deseo de mejorar nuestra convivencia con las personas que nos rodean.