domingo, 30 de marzo de 2008

Esta semana y en las próximas, comentaré las segundas lecturas, que siguen la primera carta de San Pedro durante el tiempo pascual.

De la primera carta de San Pedro (1P 1, 3-9)

Hoy leemos esta primera carta de San Pedro a los cristianos de su tiempo, pero que podría estar dirigida a nosotros, cristianos del siglo XXI. Reconoce la fe de los que, pese a no haber visto físicamente a Jesús, hemos creído y lo amamos: “No lo habéis visto y lo amáis; no lo veis y creéis en él”. Esta fe no es una ilusión ingenua, sino fuente de una gran paz y un gozo interior que no se apaga, pese a los problemas y dificultades de cada día.

Pedro comienza su carta alabando a Dios. Eleva un canto de gratitud por su bondad y por el regalo de la resurrección de Jesús. Este acontecimiento cambió radicalmente la vida de los apóstoles. Con las apariciones de Jesús resucitado, también recibieron una fuerza inmensa, la del Espíritu Santo, que los empujó a anunciar el Reino de Dios, a Jesús vivo, y a fundar las primeras comunidades cristianas. Esa fuerza de Dios, como la llama Pedro, no es exclusiva de los apóstoles. La novedad del Cristianismo es que Dios concede su gracia a todos los creyentes, sin distinción, y sin que tengamos que hacer méritos especiales. Dios responde a todos los anhelos del corazón humano, a todas sus aspiraciones, incluido el deseo de una vida eterna. Por esto tenemos motivos de esperanza. Pedro utiliza una imagen muy expresiva: cuando hay fe, los sufrimientos y las pruebas que podamos pasar nos fortalecen y nos dan valor, como el fuego aquilata el oro. La fe da sentido a nuestra vida, con sus sombras y sus luces, con su alegría y también con su dolor.

sábado, 22 de marzo de 2008

Resucitar, nacer de nuevo

De la carta a los colosenses Col 3, 1-4

En su carta a los cristianos de Colosas, Pablo habla claramente de la resurrección de Cristo y de las consecuencias que tiene este hecho para todos nosotros. La resurrección marca el paso a una vida nueva, y esta vida, para los cristianos, no comienza después de morir sino aquí, en la tierra. Nuestra primera muerte es morir a una forma de vivir desesperanzada, sin fe, hundida en la culpa, las dudas y el miedo. Cuando la fe se despierta en nosotros y nos convertimos de corazón, podemos decir que hemos muerto y resucitado. Hemos pasado de la noche al día y hemos nacido a una vida nueva, que es la de los bautizados.

Quizás no somos lo bastante conscientes de esto. Como siempre hemos vivido inmersos en una cultura cristiana, heredada de nuestras familias, no sabemos valorar el salto abismal que supone pasar de una vida a la otra. Nuestra vida está escondida en Dios, nos dice Pablo. Nuestro verdadero gozo, nuestra pasión y nuestras raíces deberían estar anclados en el corazón de Dios. Cuando vivimos así, las inquietudes y los problemas cotidianos se hacen pequeños y de relativa importancia. “Los bienes de arriba”, es decir, los dones de Dios, son más importantes que “los bienes de la tierra”: nuestro dinero, el éxito, el reconocimiento, la abundancia material, todas aquellas cosas que el mundo adora y coloca como metas en la vida. Porque, como dice Jesús, “no sólo de pan vive el hombre”. Nuestro alimento, el que sostiene nuestra vida inmortal, es escuchar y acoger a Dios, que no desea otra cosa que regalarnos su amor y compartir con nosotros su gloria.

domingo, 16 de marzo de 2008

De la carta a los cristianos de Filipo (Fl 2, 6-11)

En esta carta a los Filipenses, Pablo explica con claridad la doble naturaleza de Jesús: humana y divina. Siendo Dios, es a la vez hombre, como cualquiera de nosotros. Está sujeto también a la tristeza, a la enfermedad, al dolor y la muerte. Este es el gran misterio de nuestra fe cristiana. ¿Cómo es posible que Dios se rebaje de tal manera, hasta morir a manos de la injusticia? ¿Puede un Dios permitirlo? Para muchas personas, incluso creyentes, esto es inaceptable. En época de Pablo, reconocer la humanidad de Dios resultaba escandaloso. ¿Cómo puede Dios humillarse de tal modo?

Pero esta es justamente la grandeza de nuestro Dios. De la misma manera que él baja y se encarna en la condición humana, con Jesús el Padre enaltece a la humanidad hasta elevarla a condición divina. La muerte no tiene la última palabra. Pablo nos muestra cómo la persona obediente a Dios hasta el fin recibe un don inmenso, que sobrepasa la muerte y las limitaciones temporales. A Jesús, que por amor al Padre acepta su pasión y muerte en cruz, el Padre lo resucita y lo eleva en la cima de la creación. Y Jesús abre este camino de resurrección para todos nosotros. Para llegar a esa meta, tan solo hemos de seguirlo, tomando nuestra cruz y dejando que sea Dios quien dicte los pasos de nuestra historia. Abandonados en su voluntad, ¡no temamos! El amor a Dios y a los demás no va a ahorrarnos sufrimiento, pero sí nos dará una vida completa, intensa y perdurable, hasta la eternidad.

domingo, 9 de marzo de 2008

La vida del espíritu

De la carta a los Romanos (Rm 8, 8-11)

En este pasaje de su carta, San Pablo alude a dos tipos de vida. Por un lado, la vida física, material, que se corrompe y perece. Por otro lado, la vida del espíritu, que es eterna. Para los cristianos, la existencia no puede limitarse al plano material. El espíritu que nos anima es el mismo Espíritu de Dios, que resucitó a Jesucristo. Si los cristianos alentamos este Espíritu dentro de nosotros, también un día resucitaremos como el mismo Jesús.

La fe en la resurrección tiene enormes consecuencias prácticas. No es lo mismo vivir pensando que un día nuestra vida finalizará y será extinguida, que vivir creyendo que nuestra vida se alargará eternamente, junto a Dios. Esta fe nos da esperanza y fuerza para vivir de otro modo la vida en la tierra. Por un lado, nos permite afrontar con paz y serenidad los problemas y adversidades. Por otro, nos llena de una enorme alegría. Nuestro final no es un final absurdo y vacío: el fin de nuestro camino está en brazos de Dios Padre. Podemos empezar a vivir ese gozo ya aquí, en la tierra, si en nuestro actuar de cada día lo hacemos movidos por el amor a Dios y a los demás. Esto es lo que Pablo llama “vivir sujetos al espíritu” y no a la carne. “La carne” representa el egoísmo y el materialismo. El espíritu es el amor generoso y gratuito.

domingo, 2 de marzo de 2008

Los frutos de la luz

De la Carta a los Efesios (Ef, 5, 8-14)

“Despierta tú, que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”. Con estas palabras, Pablo simboliza el cambio que experimentan aquellos que, tocados por Cristo, comienzan una vida iluminada por la fe. Tan radical es este cambio, que es como morir y renacer a otra vida. Jesús es la luz, y quienes no lo conocen viven en tinieblas. Vivir sin la presencia de Dios es como vagar en la oscuridad, sin orientación, sujetos a los vaivenes de la vida y también al error y a la culpa. Los males del mundo se amparan en la oscuridad, pues ante la luz quedarían en evidencia. Pero incluso las cosas escondidas acaban saliendo un día a la luz.

Siguiendo la comparación, Pablo nos habla de los frutos de la luz: la bondad, la justicia y la verdad. Son frutos que vienen de Dios y esparcen vida y gozo en la humanidad. En cambio, los frutos de las tinieblas son estériles. Pablo exhorta a los cristianos a no participar en ellos e incluso a denunciarlos. Es una llamada a todos: a que abandonemos las maledicencias, los rencores, la falsedad, las envidias y las palabrerías inútiles, que sólo sirven para manchar nuestra conciencia y causar daño. Pablo nos llama a abandonar la oscuridad, a “despertar” y a vivir en presencia de Dios, sin perder jamás de vista el faro que nos guía: Jesús.

Si hoy miramos a nuestro alrededor, vemos que el mundo está sumido en profundas tinieblas. Las guerras, la violencia, las catástrofes se esparcen por doquier, y la sensación de incertidumbre y de miedo invade a muchas personas. Los avances científicos, la tecnología, las telecomunicaciones y el ocio no logran calmar las inquietudes del corazón humano, ni tampoco consiguen dar respuesta a todos sus interrogantes. Para los cristianos el mundo no es un caos sin sentido. La luz de nuestra fe alumbra y da un significado a todo cuanto nos rodea. Es cierto que las religiones, y concretamente, el Cristianismo, hoy son cuestionadas e incluso atacadas desde muchas instancias. Tal vez sucederá, como dice el evangelio de San Juan, que la luz será rechazada y nuestras convicciones serán tildadas de fundamentalismo, de ingenuidad o de mentalidad anacrónica. Pero, como también leemos, “por sus frutos los conoceréis”, y los frutos de la luz resplandecen sin que nada pueda apagar su brillo.