domingo, 29 de octubre de 2006

Semillas de eternidad

La humanidad ante la muerte

En vísperas de las fiestas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, me vienen a la memoria diversas conversaciones que he mantenido y preguntas con las que muchos niños, a quienes doy catequesis, me asaltan a menudo. Es increíble de qué manera la muerte es un tema que llama a los niños y despierta su curiosidad. Puede ser en parte porque vivimos en una cultura empapada de violencia, tanto en la calle como en los medios de comunicación. Pero creo que en sus preguntas, que retarían a los más afamados teólogos, hay algo más que esto. Tal vez en los niños se hace patente, de forma todavía muy pura, una de las inquietudes más genuinas y antiguas del ser humano. ¿Qué es la muerte? ¿Realmente acaba todo con ella? ¿Qué hay más allá?

Decían algunos filósofos griegos, ya muy de vuelta de sus enrevesadas mitologías, que el miedo engendra a los dioses, y la incerteza ante la muerte suscita su invención por parte de la mente humana. Así lo sostienen muchos intelectuales, antropólogos y pensadores. Afirman que Dios, o la idea de un ser superior, de un cielo o más allá, no son más que recreaciones del ingenio humano para vencer el pánico ante el vacío y la aniquilación de la muerte. Esta tesis no carece de argumentos. Las más antiguas manifestaciones religiosas de la humanidad siempre se relacionan con el misterio de la muerte. La idea de un más allá, de otros mundos y otras vidas posteriores a la terrenal, es consustancial a todas las culturas y religiones del mundo. El cómo es este cielo, paraíso o lugar, varía según los diversos credos. Pero la fe en su existencia es un poderoso motivador que aporta a la vida humana dos cosas, fundamentalmente. La primera es una esperanza en que no todo acaba aquí, en que el ser humano tiene algo de eterno que perdura. La segunda es el despertar de una conciencia ética. En el más allá siempre se da un proceso de “juicio” o depuración del espíritu, para poder acceder a un estado de santidad y felicidad suprema. Este proceso de depuración comienza ya en la vida mundana, y da lugar a los primeros códigos éticos y normas morales. En las diversas civilizaciones se va viendo una progresiva evolución hacia valores, virtudes y actitudes que se caracterizan, casi siempre, por su respeto hacia la dignidad del ser humano, el amor, la compasión, la equidad, la paz, la protección del más débil, la justicia, etc.

Una intuición muy honda

Como sostienen diversos teólogos, creo que la fe en una vida eterna y sus consecuencias no puede ser meramente una invención humana para conjurar miedos e incertidumbres, sino algo más. El hecho de que se dé en todas las culturas del mundo, desde los albores de la humanidad, revela una intuición muy certera del ser humano. Anhelamos una vida perdurable porque en nosotros mismos ya hay una semilla de eternidad. Dios nos ha hecho de su misma estirpe, como dice San Pablo, llevamos inscritos en nuestro ser los genes divinos, y la naturaleza de Dios es eterna.

Para alguien que ha vivido una experiencia de fe, el amor mismo de Dios, probado tantas veces en nuestra historia, ya es una prueba de ese cielo que nos espera. El amor es más fuerte que la muerte. En el caso de los cristianos, la resurrección de Jesús es la mejor prueba. No hay maldad ni muerte violenta que pueda resistirse ante el soplo amoroso de Dios, que es Vida.

La novedad cristiana ante el cielo y la muerte

La creencia en un Dios personal que cuida y se preocupa de cada una de sus criaturas fundamenta esa esperanza. Quizás la novedad de Jesús respecto a otras religiones es que él acercó ese cielo, ese Reino de Dios, trayéndolo desde las alturas hasta llegar a ras de tierra. “El Reino de los Cielos está cerca”. No hay que esperar a morirse para saborear un poco de su gloria. El Reino comienza en nuestro corazón. Allí donde dos o más personas se aman, allí está Dios. Allí comienza el cielo. Es en estos pequeños cielos terrestres, empapados de amor y de la presencia hermosa y callada de Dios, de donde arrancan las pasarelas hacia el otro cielo eterno y definitivo, más allá de la muerte.

En cuanto a la idea de la reencarnación… ¿qué decir de ella? Como toda creencia, es muy respetable, aunque choca abiertamente con la idea de un Dios personal que nos ama personalmente, a cada uno, como ser único y precioso. En una ocasión, un niño me preguntó: Cuando yo me muera, ¿Dios me convertirá en otra cosa? La misma pregunta y cómo la formuló me hizo venir una rápida respuesta, casi sin pensar. No sé si estoy en lo cierto o no, pero me salió del alma, con honda convicción. "Dios te ama tal como eres, ¿por qué va a convertirte en otra cosa? El te quiere así, para siempre."

Acabaré con unas palabras muy hermosas que escuché de boca de un sacerdote durante un funeral: “Dios nos ama tanto, tanto, que no se resigna con nuestra muerte, y nos ha dado una vida eterna para no dejar nunca de amarnos.”

domingo, 22 de octubre de 2006

¿Por qué un Dios personal?

La paradoja de un Dios que se hace pequeño

Una de las grandes críticas al Cristianismo es su creencia en un Dios personal. Más concretamente, en un Dios que se hace hombre en la figura de Jesucristo.

Dios es mucho más grande que una persona, argumentan muchos. ¿Por qué reducir Dios a un ser personal? ¿No sería mucho más acertado concluir que Dios está por encima de la humanidad? Dios es una fuerza, una energía, un hálito que lo llena todo. Dios lo es todo, dicen incluso algunos, con tendencia panteísta. Todo es Dios. ¿Por qué reducirlo a la talla humana?

Ciertamente, el Cristianismo es el primero en reconocer que Dios va más allá de toda figuración humana. En el judaísmo, incluso se le llama el innombrable. No hay palabras que puedan definir a Dios.

Y, sin embargo, este Dios inconmensurable, eterno, infinito, misterio inabarcable, tiene una gran pasión: ama a sus criaturas y anhela su amor. Tanto, que se hace pequeño para poder amarlas y recibir su respuesta amorosa, si así lo quieren.

Esta es la mística que distingue el Cristianismo y su fundamento. Dios, siendo perfecto e inmenso, se hace minúsculo y limitado para poder entrar en el corazón de su criatura. En el Cristianismo, no es el hombre quien busca a Dios, por un camino de ascesis y perfección espiritual. Es Dios quien se agacha para arrebujarse en los brazos de sus criaturas humanas, buscando, mendigando, su amor. Ese es el misterio incomprensible y entrañable de la fe cristiana.

Que Dios se encarne en un bebé, que llora en brazos de una mujer, es algo tan revolucionario que aún hoy, dos mil años después, la idea resulta asombrosa y provoca rechazo en muchas personas religiosas. Ya en su tiempo, San Pablo aludía al mensaje cristiano como "escándalo" para griegos y judíos. ¿Cómo iba Dios, el creador, el ser supremo, el motor primero y la energía universal, a rebajarse de ese modo?

¿Qué quiere decir Dios personal?

En pleno siglo XXI, muchas personas, incluso de cultura cristiana, se sienten confundidas ante esta idea o bien rechazan que Dios pueda ser “tan” humano. Para otros, la historia de Jesús y la encarnación de Dios es un hermoso mito, un tanto pintoresco e increíble. “Dios es más que eso”. Reducir a Dios de esa manera es encerrarlo en cuentos para mentes crédulas y sentimentales.

El Dios Padre del Cristianismo es, por supuesto, mucho mayor. Ni siquiera tiene género, va más allá de las dimensiones humanas. No podemos imaginarlo tal como es. Con la expresión “un Dios personal”, sin embargo, los teólogos y los místicos nos están diciendo muchas cosas.

Un Dios personal es alguien a quien se puede hablar, a quien se puede sentir y a quien se puede amar. Decir que Dios es persona no es otra cosa que decir que Dios se acerca. Dios es un ser próximo, involucrado en nuestra vida. Desea nuestra amistad. Siendo tan grande, puede alojarse en nuestro yo más íntimo. Siendo tan poderoso, se hace frágil para dejarse cuidar. No necesitando palabras, busca el diálogo con nosotros. Dios está muy cerca, está dentro, tan entremezclado con nuestro ser como la sangre que corre por nuestras venas. “Dios está más próximo a ti que tu yugular”, reza un dicho judío. Late dentro de nosotros.

La novedad del Cristianismo

Esta es la novedad y el hallazgo del Cristianismo. El ser humano no tiene que hacer ningún esfuerzo titánico por buscar a su Dios. Es Él quien llama a su puerta para albergarse en su interior. El cristiano es aquel que se deja amar por Dios. Y ese amor lo transforma. La palabra “cristo”, del griego “ungido”, no significa otra cosa. Es el hombre que se ha dejado “untar”, empapar, acariciar por Dios, hasta identificarse totalmente con él.

Sí, es un misterio. Pero para quien se ha sentido amado por Dios, es un misterio luminoso y comprensible. El mensaje de Jesús era tan diáfano que los niños, los pobres y los sencillos de corazón lo entendían antes que los eruditos y los letrados. Porque para dejarse amar, aún por Dios, es preciso tener una gran dosis de humildad y sencillez. Cuando alguien se ha sentido pequeño y amado, puede comprender el misterio del Dios personal que susurra al oído y entra como una brisa suave capaz de transformar una vida entera.

domingo, 8 de octubre de 2006

Religiones a la carta

La Iglesia católica previene sobre los riesgos de fabricarse una religión a la carta. ¿Por qué motivos? Muchos argumentan así: Si las religiones son puentes y lenguaje entre Dios y la humanidad, ¿qué tiene de malo fabricarse otra nueva, con elementos de aquí y de allá, quitando lo que "estorba" y tomando lo más conveniente o atractivo de una u otra?

La macedonia mística

En un cuento espiritual que leí alguien comparaba el sincretismo espiritual a una gran macedonia, donde el practicante toma un pedacito de fruta de aquí, otro de allá, y compone su propia sinfonía religiosa a su gusto y voluntad. El cuento concluye diciendo que la macedonia resulta atractiva a la vista, dulce al paladar pero terriblemente flatulenta cuando entra en el cuerpo y es digerida. Pues tal mezcolanza de frutos y sabores diversos, acaba resultando en una combinación química un tanto nefasta para el pobre y confundido organismo.

Otro cuento oriental habla del maestro que alecciona a su discípulo, previniéndolo ante la multitud de guías espirituales y maestros que el joven toma como referentes en su camino. Si tomas un maestro, y luego otro, y luego otro, y así sucesivamente, tu vida será como una mezcla de tierras de colores. Separadas, cada cual tiene su color: roja, dorada, parda o blanca. Juntas, todas se revuelven y resultan en un indefinido color gris. Así será tu vida, gris, acaba diciendo el maestro, si pasas toda tu existencia recogiendo migajas de aquí y de allá.

Creo que las dos parábolas no necesitan más explicación. Reflejan perfectamente la situación de muchas personas que, con un afán muy honesto y bello, están buscando vivir la espiritualidad y se dejan influenciar por muy diversas tendencias un tanto confusas. Por desgracia, en el mercado espiritual del momento no faltan embaucadores dispuestos a vender su producto a toda costa, sin escrúpulo alguno y empleando las técnicas más seductoras del marketing psicológico. El resultado no siempre resulta en un beneficio para la persona, sino en una dependencia o en un estado anímico que acentúa su fragilidad psíquica y su desorientación mental.

Mercantilizar la religión

Son muchos los autores que ven en la llamada New Age una voluntad de crear o diseñar una religión universal, cuyos postulados toman muchos elementos de las religiones tradicionales y los fusionan para formar una filosofía propia. Aspectos como la ecología, la salud, la armonía con el universo, el valor de lo femenino, el pacifismo, la estética, la música y el arte... Son elementos altamente motivadores que atraen continuamente a nuevos adeptos. Las religiones de diseño conocen bien las necesidades y carencias de las sociedades opulentas de hoy y saben cómo atraer a las personas con hambre de trascendencia.

Lo que resulta sorprendente y paradógico, tal como una conocida escritora inglesa comenta en uno de sus sabrosos ensayos, es que toda esta nueva ola espiritual tiene su origen en aquellos lugares del mundo donde se vive con mayor abundancia y donde los valores máximos, aunque inconfesados, son el dinero, el lujo y el culto al cuerpo, o mejor dicho, a la cirugía estética. Lo cual no deja de ser sospechoso. Y entonces surge la duda. El espíritu mercantilista ha llegado al terreno espiritual y ha comprendido que se puede generar un inmenso negocio creando religiones o seudo-religiones con millones de seguidores en todo el mundo. Estas creencias "light" o hechas a medida del consumidor parecen satisfacer de forma temporal y superficial los anhelos humanos. Pero, ¿realmente sacian el hambre de trascendencia? ¿Pueden substituir a Dios?

Sinceramente, aunque es mi humilde opinión, lo dudo mucho.

domingo, 1 de octubre de 2006

María y el femenino sagrado

Feminismo espiritual

Uno de los temas que, desde hace años, es de candente actualidad, es la espiritualidad femenina y el llamado "femenino sagrado", o principios sagrados de la feminidad. Posiblemente esta es la última oleada del movimiento feminista, que arrancando en los principios del siglo XIX con los movimientos intelectuales y obreros llega al siglo XXI inmersa en una cultura cosmopolita y sincrética, ávida de religiosidad y de nuevas formas espirituales.

Muchos intelectuales sitúan este gran interés por la figura sagrada de la mujer dentro de las corrientes de la New Age. El interés por el femenino sagrado invade la literatura, el cine, el arte, la política y los medios de comunicación. Baste ver la ola mediática levantada con el famoso "Código da Vinci", como botón de muestra. Otros muchos ven o utilizan esta tendencia como una forma de reclamar la igualdad para la mujer en el campo de la jerarquía eclesiástica.

El siglo XXI ha sido llamado por muchos autores como el "siglo de la mujer". Ciertamente, el gran reto de la sociedad humana es que esa media humanidad, que en su gran parte vive marginada, explotada y bajo condiciones infrahumanas, emerja con todo su potencial. De lo contrario, nuestro futuro se encuentra gravemente amenazado. La humanidad no puede volar sin sus dos alas, más aún cuando el "ala femenina" aporta valores inmensos y, pese a su sometimiento, está sosteniendo la vida allí donde es más difícil hacerlo.

La importancia del papel de la mujer lleva a muchas de nosotras a hacernos preguntas de índole teológica y fronteriza. Las controversias mediáticas también nos hacen reflexionar. En el caso de las mujeres creyentes, imagino que surgen muchos interrogantes. ¿Cómo responder a los retos que se nos plantean? ¿Realmente la Iglesia es una defensora de la mujer? ¿O más bien la oprime y la margina? ¿Por qué la doctrina oficial de la Iglesia rechaza o parece rechazar las teorías del femenino sagrado o de la "Gran Diosa"? ¿Es el Dios cristiano un símbolo de la supremacía masculina o patriarcal? ¿Qué debemos pensar ante esto las mujeres cristianas?

Son muchas preguntas para un solo escrito. En éste, sólo voy a poner sobre la mesa una, un razonamiento que me hicieron hace poco.

Una pregunta difícil

Jesús es hombre y a la vez es Hijo de Dios, y decimos que es Dios. Pues bien, si decimos, y creemos, que María es la Madre de Dios, ¿por qué ella no es Dios? ¿No puede ser María una imagen de la "Diosa" o lo femenino sagrado? ¿Por qué Jesús es Dios y María no? ¿No es esto prueba del machismo de la Iglesia

Estas son las respuestas que he obtenido. De todas ellas, he llegado a una conclusión. Nos falta mucha, mucha formación, y también claridad de ideas. La teología cristiana nos ofrece ambas, si sabemos adentrarnos en ella, preguntar y escuchar sin miedo y con mente abierta y despejada.

1. En primer lugar, el Dios cristiano no es varón ni mujer. Dios no tiene género. Está más allá de los dos sexos. Por tanto, el concepto de lo femenino o lo masculino sagrado no tiene cabida en la fe cristiana. Si Jesús llama a Dios "Padre" no es por su género, sino por su cercanía, por su vinculación entrañable, por la intimidad de la relación entre Dios y su criatura. La novedad de Jesús es descubrir que entre Dios y la familia humana se da una relación muy estrecha, de filiación y paternidad-maternidad. Dios no es indiferente ni lejano a sus hijos. Esta imagen de Dios ya se atisba en diversos escritos del Antiguo Testamento. Algunos profetas afirman que Dios es una madre tierna y cariñosa, y compara su amor al de una mujer hacia su retoño.

2. ¿Por qué Jesús es Dios y María no?

En Jesús se da una particularidad que no se da en otros profetas. Las grandes religiones tienen sus profetas o enviados, personas puente entre la divinidad y la humanidad. Algunas, como el Judaísmo y el Islam, se asientan en la Ley de la Torah o en un libro, el Corán, como mediadores sagrados ante Dios.

La innovación cristiana es que su fe no se fundamenta en un libro o en una ley, sino en una persona concreta: Jesús. Y Jesús siente a Dios tan adentro que se llega a identificar con él. En algunos pasajes de los evangelios lo explica: “Quien me ve a mí, ve a Dios”. “La Luz estaba en él y él era la Luz”, dice San Juan, en el prólogo de su evangelio. Jesús desplaza a todos los mediadores o profetas. No se llama a sí mismo profeta, sino que se iguala a Dios. “Habéis visto a algo más que un profeta”, dice, en otro momento. “El Padre está en mí y él me ha enviado”. En Jesús se da, como en ninguna otra persona, una estrechísima vinculación con Dios. Es tanta la unión, que acaba incorporándose a su naturaleza divina. “El Padre está en mí, y yo en El”. Son palabras que sólo encuentran paralelo en las expresiones de los enamorados, cuya pasión los une tanto que se sienten vibrando al unísono, como un solo ser. Sin perder su identidad, y sin dejar de ser dos personas.

3. María, una historia de amor

María es el paradigma de una bella relación entre Dios y la humanidad. Representa el resplandor de la feminidad que se deja penetrar por el amor de Dios. Tanto la ama, que la toma como Madre y se acoge en su seno. María es signo vivo de la ternura inmensa de Dios y de su amor hacia sus criaturas. Es un modelo de ser humano transformado por la acción de Dios en su vida. “Él ha hecho en mí maravillas”, canta en el Magníficat. Y lo ha hecho porque ella, como niña en brazos de su Padre, se ha dejado querer: “ha mirado la pequeñez de su hija” y ha querido complacerse en ser espléndido y generoso con ella.

Esta actitud y esta experiencia profundamente mística, de sentirse penetrada y transformada por Dios, inundada de su gozo, es la actitud genuinamente cristiana. Los teólogos lo explican: la primera cristiana es María. Una mujer que se sintió inmensamente amada por Dios y dejó que éste la guiara. Sólo de una mujer así podía nacer un hombre extraordinario que podía identificarse al mismo Dios.

Cada persona puede seguir el itinerario de María en su experiencia mística. Muchos santos y santas lo han hecho. María Magdalena es igualada a ella, llamada "inmaculada" por la penitencia (ver mi escrito del día 23 de julio en este blog).

Podemos llenarnos de Dios, pero no somos Dios. Esta es la diferencia.

Continuaré con las otras cuestiones sobre este tema en las semanas próximas.